05 junio 2016

No llores

ME ABURRE LA RELIGIÓN: LA RESURRECCIÓN DEL HIJO DE LA VIUDA DE NAÍN
Tener preguntas y respuestas sensatas, responsables, dignas sobre las grandes cuestiones de la vida es un privilegio. El evangelio de hoy nos relata que Jesús se acercaba al pueblo de Naín y se encontró con que llevaban a enterrar a un muchacho. Jesús observó el ambiente y descubrió que el difunto era un niño y que su madre era viuda, lo cual aumentaba el morbo. También observó que la gente que acompañaba a la viuda estaba muy afectada. En estas ocasiones nosotros solemos experimentar la impotencia de no tener un gesto, una palabra que ayude, que consuele a quienes sufren la muerte de la persona querida. Jesús dio con la expresión justa La frase fue: ”no llores”. Palabras cordiales que sin duda llevaron un poco de paz y alivio a aquel corazón maternal angustiado. Nosotros no podemos imitar a Jesús en todo. No podemos comunicar vida, pero sí podemos transmitir confianza y esperanza. 

La muerte, por un lado es un acontecimiento rutinario, pues todos los días nos llegan noticias de muertes. Todos los días los periódicos dedican una página o más a las esquelas. Por otro lado es un acontecimiento extraordinario, ya que cuando la muerte invade el espacio familiar o el de la amistad sacude lo más íntimo de nuestro ser. Nos conmociona. La fe no nos libra de las lágrimas y del dolor. Pero nos puede dar fuerza para soportar las lágrimas y el dolor. No vemos o nos cuesta ver que al final del invierno, no hay invierno, sino primavera, que al final de la muerte no hay muerte, sino vida, que al final del camino no hay camino, sino casa del Padre. Todo esto lo resumía bellamente el escritor Bernanós enfocándolo desde el actuar de Dios:
”…Oh mañana incomparable en que Dios se dignará soplar sobre su criatura”. 
Soplo que, como el del Espíritu Santo en Pentecostés y como el del Creador en el Paraíso, cuando creó a Adán, infundió vida en abundancia.
A la muerte, si es de alguien cercano y amado, le acompaña el silencio y tal vez el respeto, la tristeza, la duda… 
Junto a estas sensaciones, también pueden hacerse presentes otros sentimientos. Por ejemplo los de esta mujer creyente: 
”Siempre he querido volar al cielo,
….
Sólo quisiera haber vivido
como debiera,
poder decir…¡Señor, te amo 
y amé a ti por mis hermanos.
Mira, cuán llenas de obras buenas
traigo las manos!.”
No puedo menos que recordar los versos enérgicos de Unamuno:
“Méteme, Padre eterno, en tu pecho,misterioso hogar,dormiré allí, pues vengo deshechodel duro bregar”. 
Aunque nuestra fe, mi fe sean tan débiles, me detengo ante la estampa preciosa de Jesús abrazando a la madre viuda y entregando al hijo ya vivo, mientras le dice a la madre con toda la fuerza y el cariño del mundo:”No llores”.
Josetxu Caribe

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