Hoy es 11 de mayo, miércoles de la VII semana de Pascua.
Estamos finalizando el tiempo de Pascua y nos preparamos para la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Tiempo propicio para orar, para invocar la llegada del Espíritu a nuestras vidas. Concretamente deseo encontrarme con el Señor. Escucharle, hacer silencio dentro de mí. Deseo también poder escucharme y dejarme mirar por él, por sus ojos que me ven hasta el fondo de mi corazón. Dios quiere cuidarme y me dará su alegría si me dispongo a ello.
La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 17, 11b-19):
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo: «Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo guardaba en tu nombre a los que me diste, y los custodiaba, y ninguno se perdió, sino el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida. Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo. Y por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad.»
Jesús pide unidad y no de cualquier forma. Que sean uno como nosotros. En mi ambiente, en mi familia, en mi trabajo, ¿soy elemento de unidad o de división, trato de reconciliar o de separar?
Jesús pide alegría, la suya, para sus discípulos. Me pregunto cuánto de alegría tiene mi vida. ¿Llevo la alegría, el ánimo, la esperanza a mi alrededor o más bien transmito pesimismo y tristeza?
Jesús pide vivir en verdad. Contemplo mis palabras, mi vida. ¿Encierran algo de verdad o se entremezclan con la mentira?
La oración de Jesús que hemos leído es muy profunda. Esta llena de un rico contenido que sugiere, cuestiona y abre horizontes a nuestra vida. Es bueno leer de nuevo este texto y caer en la cuenta de lo que resuena más en el fondo de mi corazón. No es huyendo del mundo, sino desde sus entrañas desde donde se me invita a escuchar y hacer vida el mensaje de Jesús.
Ya me voy despidiendo del Señor al terminar el rato de oración de encuentro con él a través del silencio y la escucha de su palabra. Continúo la tarea de este día, mis actividades, las que sean. De estudio, de trabajo, reuniones, encuentros, familia, comunidad. Pero Dios me sigue acompañando y me vuelve a invitar a vivir en la unidad, la alegría y la verdad.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.
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