1.- BUSCAD EL PAN DEL CIELO…
Por Antonio García-Moreno
1.- SACRIFICIO DE MELQUISEDEC.- Se trata de un misterioso personaje del Antiguo Testamento, “sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, que permanece sacerdote para siempre”, según narra la epístola a los Hebreos. También en el salmo ciento diez se dice que su sacerdocio es eterno. Una figura que anunciaba a Cristo, cuyo sacerdocio, en efecto, es eterno, y cuyo origen se pierde en la eternidad. Un sacerdocio que no proviene de los hombres, sino del mismo Dios.
El pasaje nos dice que Abrahán le ofreció el diezmo de todo. De esa forma se pone de relieve la grandeza de ese personaje, pues quien ofrece algo siempre es inferior que aquel a quien se hace la ofrenda. Por otro lado se nos refiere que Melquisedec ofreció a Dios el pan y el vino. Un sacrificio que anunciaba también ese otro sacrificio, el de la Eucaristía donde el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se inmolan por la salvación del mundo.
2.- LA EUCARISTÍA, CENTRO DE LA VIDA CRISTIANA.- El Apóstol asegura que cuanto les está diciendo sobre la Eucaristía pertenece a la Tradición que arranca de Cristo, “procede del Señor” nos dice. Así fue, en efecto, pues el Maestro encomendó a sus discípulos que repitieran en memoria suya lo que él acababa de hacer, convertir el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, que se entregaba en sacrificio para la redención del mundo. De ahí que diga San Pablo que cada vez que comemos el Pan o bebemos del Cáliz proclamamos la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Proclamar la muerte de Cristo equivale a repetir su sacrificio, de modo sacramental pero real. Es decir, en cada celebración eucarística se repite el sacrificio del Calvario. De ahí la importancia capital de la Eucaristía, de la Misa. Tanto que el Magisterio de la Iglesia lo considera como el centro de la vida la cristiana, la fuente de la que brota la vida de la Gracia y, por otro lado, es el acto al que se dirige toda actividad apostólica, allí donde converge cuanto la Iglesia hace y dice para la salvación del mundo.
3.- HASTA SACIARSE.- La multiplicación de los panes y los peces es un hecho atestiguado por todos los evangelistas, uno de esos acontecimientos considerado de capital importancia, no por lo prodigioso sino por el valor teológico que encierra, por el significado doctrinal tan rico e importante que entraña. San Juan recordará que Jesús mismo da las claves para su interpretación, destacando la íntima relación de ese prodigio con la Eucaristía, pues en ella Jesús es el verdadero Pan bajado del cielo, el Pan de vida, el Pan vivo.
El Señor se dio cuenta de que aquel milagro despertó en la muchedumbre el entusiasmo, hasta el punto de que quieren hacerlo rey. Pero por otro lado les recrimina que lo busquen sólo porque se han saciado. Buscad el pan del cielo, les dice, el pan que el Hijo del Hombre os dará. Y luego les aclara que quien coma de este Pan no morirá para siempre. Esto es mi Cuerpo –nos recuerda- que será entregado por vosotros.
2.- EL CUERPO ENTREGADO Y LA SANGRE DE LA NUEVA ALIANZA
Por Gabriel González del Estal
1.- Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Este relato de la institución de la eucaristía que san Pablo escribe, en su primera carta a los fieles de Corinto, está escrito muchos años antes de la publicación de los Evangelios. Dice san Pablo que él transmite una tradición que procede del Señor. Es importante, por tanto, que pensemos en todas las palabras que nos dice el apóstol: cuando nos acercamos a la eucaristía no vamos a recibir, sin más, el cuerpo de Cristo, sino que vamos a comulgar con el cuerpo de Cristo que se entregó por nosotros. Recibimos al Cristo que, libre y voluntariamente, entregó su vida para salvarnos y para mostrarnos el camino que debemos seguir sus discípulos, si queremos vivir en comunión con él. Es evidente que Cristo no quería morir porque le gustara morir, sino que Cristo aceptó la muerte porque esta era una condición necesaria para salvarnos. La predicación de la buena noticia, de su evangelio, en su lucha continua contra el mal, y contra los malos, le llevaba directamente a la muerte. Él lo sabía, y no se echó atrás ante el temor a la muerte, sino que prosiguió su camino hacia la cruz, entregando voluntariamente su cuerpo. Si no entendemos bien esto último, no entendemos bien el significado de la eucaristía. Repito: cuando comulgamos, no comulgamos, sin más, con el cuerpo de Cristo, sino con el cuerpo del Cristo que se entregó por nosotros, aceptando una muerte injusta y cruel, pero que era necesaria, si quería cumplir con la misión que, desde la eternidad, le había encomendado el Padre.
2.- Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre. En el Antiguo Testamento se habla de otras alianzas que Dios hizo con su pueblo. Los sacerdotes de la antigua alianza ofrecían a Yahveh la sangre de algún animal sacrificado y la sangre del animal sacrificado sellaba la alianza del pueblo con su Dios. En la nueva alianza es la sangre de Cristo la que sella definitivamente la alianza de Dios con los hombres. Dios no exige ya ofrendas de carneros o toros para perdonar los pecados del pueblo; la sangre de Cristo, ofrecida en la cruz, ha perdonado, de una vez por todas, nuestros pecados. En la eucaristía, cada vez que comemos el pan sacramentado y cada vez que bebemos la sangre de Cristo, renovamos esta nueva alianza, en la que Dios sigue ofreciéndonos su perdón, por los méritos del Cristo que ofreció su vida en la cruz. Se trata de la sangre de Cristo, la sangre derramada para el perdón de nuestros pecados.
3.- Haced esto en memoria mía. Sigue diciéndonos san Pablo que Cristo mandó a sus discípulos que cada vez que se reunieran para comer el pan y para beber del cáliz lo hicieran en memoria suya, es decir, que lo hicieran como Cristo lo hizo, que renovaran el sacrificio de Cristo. Para renovar, pues, dignamente el sacrificio de Cristo, debemos ser conscientes de que estamos ofreciendo a Dios un cuerpo, el cuerpo de Cristo, entregado por nosotros y una sangre, la sangre de Cristo, derramada por nosotros. La eucaristía es la memoria de un Cristo que entregó su vida, libremente, para salvar a la humanidad. Cristo es el primer mártir del cristianismo, que no ofreció su vida para salvarse a sí mismo, sino para salvarnos a nosotros. Celebrar responsablemente la eucaristía lleva implícito ofrecerla vida de Cristo para la salvación de todos los hombres. Cada eucaristía es, en sí misma, una plegaria universal, católica, pura generosidad, puro don. Para poder celebrar la eucaristía con dignidad cristiana debemos sentirnos reconciliados con Dios y con todos los hombres.
4.- Dadles vosotros de comer. La salvación de las personas debe comenzar ya en este mundo. Dar de comer al hambriento es estar contribuyendo ya a su salvación. En este sentido, nuestras eucaristías no pueden quedar reducidas a un acto piadoso y personal, sino que deben implicar un propósito de salvar al mundo ya desde ahora, de poner nuestra vida al servicio de los demás, de todas aquellas personas que nos necesiten. Eucaristía y caridad, amor fraterno, están íntimamente unidas; no pueden entenderse la una sin la otra. En esta fiesta del Corpus Christi comulguemos con Cristo, es decir, unamos nuestra vida a la vida de Cristo, y ofrezcamos nuestra propia vida, unida a la vida de Cristo, para la salvación, ya desde ahora, de todas las personas. Unas eucaristías celebradas con sentido pleno es la mejor receta que podemos ofrecer a nuestra sociedad para resolver todas nuestras crisis.
3.- EL PODER TRANSFORMADOR DEL COMPARTIR
Por Pedro Juan Díaz
1.- Esta fiesta del “Cuerpo de Cristo” (el “Corpus”, decimos en latín) tiene mucho que decirnos a todos para mejorar nuestra vida cristiana y también nuestra vida social. Dentro de unos instantes saldremos por las calles de nuestro pueblo acompañando a Jesucristo Eucaristía. Y ese gesto no se puede quedar solo en algo puntual, sino que es una manera de expresar que nuestra fe tiene que salir también a la calle, al día a día, para que ponga luz en todo lo que hacemos.
2.- Pero antes de eso, recordaremos aquello mismo que hizo Jesús en la última Cena y que hemos recibido como una tradición. Lo hemos escuchado en la segunda lectura, nos decía San Pablo “que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. Y desde ese momento el pan y el vino dejan de ser el pan y el vino y se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Por eso cuando vamos a comulgar no vamos a comernos un trozo de pan, sino a recibir al mismo Jesús. Y cuando salimos a la calle, llevamos a Jesús dentro de nosotros para que nos ayude, nos de su luz, su fuerza, su Espíritu Santo, que nos haga actuar como Él lo hizo. Comulgar a Jesús es algo muy importante y que necesitamos para llevar una vida cristiana, una vida según Cristo. Por eso hoy, estos niños que le han recibido varias veces ya, le van a acompañar también por las calles de nuestro pueblo, expresando el deseo de que tanto ellos, como sus padres, como todos nosotros, llevemos una vida coherente con la fe que profesamos.
3.- Si nos tomamos en serio esto de recibir a Jesús, viviremos entre nosotros una cosa muy importante: la COMUNIÓN. ¿Qué significa la palabra “comunión”? Pues que todas las personas estamos llamados a vivir unidos, a ayudarnos unos a otros, a querernos, a respetarnos, a preocuparnos los unos por los otros. Y tenemos un ejemplo en el evangelio de hoy. Hemos escuchado como Jesús estaba en un descampado donde se había acercado mucha gente a escucharle. Y estaban todos muy a gusto oyendo a Jesús, incluso llevaron a algunos enfermos a Jesús, y los curó. Pero empezó a hacerse de noche y había tanta gente, que los discípulos se preocuparon y fueron a decirle a Jesús que les dijera que se fueran de allí a alguna aldea cercana a buscar un sitio donde dormir y algo de comer. Y, para su sorpresa, la respuesta de Jesús fue otra: ¿Por qué se tienen que ir? “Dadles vosotros de comer”.
4.- Los discípulos dicen que ellos no tienen suficiente comida para todos, ni dinero para comprar para tantos. “No tenemos más que cinco panes y dos peces”. Pero eso era suficiente para Jesús. “Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente”. Y en ese momento, hubo comida para todos, porque Jesús puso en marcha el poder transformador del compartir, un poder que hizo posible que comieran todos hasta saciarse y recogieran doce cestos de sobras. ¿O no habéis tenido la experiencia de que cuando nos juntamos a comer y traemos cada uno algo para compartir siempre hay de sobra para todos?
5.- La enseñanza de Jesús tiene mucho que ver con la Comunión que vamos a hacer aquí, porque nos dice que vivamos unidos y que no permitamos que haya nadie a nuestro alrededor que pase necesidad, que no tenga lo necesario para vivir. Por eso hoy, además de todo lo que estamos celebrando, celebramos también el Día de Caritas, con un lema que dice: “Vive sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir”. Vive con sencillez y procura que todos aquellos con los que conviven también lo hagan, para que todos podamos ser un poquito más felices. Y para que entendáis esta reflexión, os voy a contar una fábula, que se llama “La sopa de piedra” y que dice así:
6.- Cierto día, llegó a un pueblo un hombre y pidió por las casa para comer, pero la gente le decía que no tenían nada para darle. Al ver que no conseguía su objetivo, cambió de estrategia. Llamó a la casa de una mujer para que le diese algo de comer. “Buenas tardes, Señora. ¿Me da algo para comer, por favor?”. “Lo siento, pero en este momento no tengo nada en casa”, dijo ella. “No se preocupe, dijo amablemente el extraño, tengo una piedra en mi mochila con la que podría hacer una sopa. Si usted me permitiera ponerla en una olla de agua hirviendo, yo haría la mejor sopa del mundo”. “¿Con una piedra va a hacer usted una sopa? ¡Me está tomando el pelo!”. “En absoluto, Señora, se lo prometo. Deme un puchero muy grande, por favor, y se lo demostraré”. La mujer buscó la olla más grande y la colocó en mitad de la plaza. El extraño preparó el fuego y colocaron la olla con agua. Cuando el agua empezó a hervir ya estaba todo el vecindario en torno a aquel extraño que, tras dejar caer la piedra en el agua, probó una cucharada exclamando: “¡Deliciosa! Lo único que necesita son unas patatas”. Una mujer se ofreció de inmediato para traerlas de su casa. El hombre probó de nuevo la sopa, que ya sabía mucho mejor, pero echó en falta un poco de carne. Otra mujer voluntaria corrió a su casa a buscarla. Y con el mismo entusiasmo y curiosidad se repitió la escena al pedir unas verduras y sal. Por fin pidió: “¡Platos para todo el mundo!”. La gente fue a sus casas a buscarlos y hasta trajeron pan y frutas. Luego se sentaron todos a disfrutar de la espléndida comida, sintiéndose extrañamente felices de compartir, por primera vez, su comida. Y aquel hombre extraño desapareció dejándoles la milagrosa piedra, que podrían usar siempre que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo.
7.- ¿Habéis entendido el mensaje? Aquella “piedra” provocó que aquella gente diera lo mejor de sí misma, lo que todos llevamos dentro. El poder del compartir transformó las excusas de la gente para no dar de comer a aquel hombre en participación, generosidad y solidaridad para que todos, en aquel pueblo, pudieran comer aquel día, gracias a que habían sido capaces de compartir, gracias a que habían actuado unidos, en comunión. Ojala también nosotros aprendamos a vivir unidos, en comunión unos con otros, como nos enseña Jesús cada vez que venimos a la Misa y le vemos que se entrega por nosotros, haciéndose alimento para nuestro espíritu, para que seamos cada día un poquito más felices. Que nosotros también nos entreguemos por los demás, para que todos, juntos, como Jesús, nos ayudemos a vivir felices, como Dios quiere. Este es el mensaje que todos los días debemos transmitir cuando salgamos a la calle los que nos llamamos cristianos, y de manera especial hoy, que vamos a salir con Jesús Sacramentado. Que así sea.
4. - HOY SALE JESÚS A LA CALLE
Por José María Maruri, SJ
1. - Hoy el Jesús escondido y callado de los sagrarios y de las iglesias deja de serlo. Sale a la calle entre luces, cantos y flores, pero no es una procesión más, no es un acto de piedad más o menos discutible.
Detrás de esto hay o debe estar la fe, la convicción maravillosa de que el mismo Jesús, que circuló por calles y plazas de Judea y Galilea, ese mismo Jesús vive en nuestras ciudades. Es vecino nuestro. Sabemos dónde podemos encontrarle, podemos escribir su dirección en nuestra agenda. No le falta más que tener el Documento Nacional de Identidad, el DNI, porque está sobre toda nación y frontera.
Hermanos, estas no son afirmaciones líricas, retóricas o piadosas. Es simplemente lo que vosotros y yo creemos, al menos, con la cabeza. Es decir, que la presencia de Jesús en la Eucaristía es tan real como que vosotros estáis ahí y yo aquí.
2. - ¿Tiene Jesús la realidad, la concreción que tiene un amigo?
— ¿Nos acordamos de Él?
— ¿Le hacemos una visita informal o lo dejamos para el domingo?
— ¿Le contamos nuestras cosas o le rezamos?
— ¿Cuenta en nuestra vida día a día?
— ¿Hablamos de Él con los demás? ¿Cómo sale en nuestra conversación el nombre de nuestro amigo?
3. - Jesús en la Eucaristía es centro de unidad para todos nosotros.
—No sólo es ese lazo externo que nace de un amor común a un amigo mismo.
—No es sólo que la Eucaristía es un convite familiar en el que todos los hermanos nos sentamos alrededor de la misma mesa.
Es que Jesús es Eucaristía al dársenos en alimento. Es su forma de darnos una misma vida. Todos los comensales de esa misma mesa empezamos a vivir de un mismo principio de vida, que es la vida del mismo Dios, como la madre y el niño de sus entrañas.
¿Nos damos cuenta de la unión que esto produce? ¿La hermandad real que existe entre nosotros? Si por ese principio de vida nos llamamos en verdad hijos de Dios —como el hijo lo es de la madre— por la misma razón real somos verdaderos hermanos.
Esta hermandad no es un titulillo, ni blandengue, ni romántico, ni político. No tiene nada que ver con la tan cacareada “igualdad y fraternidad del pueblo”. No tiene que ver con las urnas. Tiene que ver con la esencia misma de nuestro ser espiritual.
4. - Por eso, desde siempre, no se puede separar Eucaristía y Hermandad. Por eso se reunían los cristianos trayendo cada uno lo que podía para comerlo todos juntos ante el altar. Por eso se recogían alimentos y ropas, para los que no podían asistir y estaban necesitados y lo recaudado se le llevaba después de la Eucaristía. Por eso se ha llegado a decir que no puede haber Eucaristía verdadera si no hay hermandad.
Examinemos todos:
— ¿Es verdad que después de cada Eucaristía salimos más hermanos?
— ¿Cuándo nos dicen “podéis ir en paz” nos sentimos relajados por haber cumplido una semana más o realmente nos llevamos esa paz y vida de Cristo en nosotros y la repartimos con los demás?
La misa, la Eucaristía, el convite de hermanos no acaba con el “podéis ir en paz”. La Eucaristía se prolonga por calles y plazas, por barrios y casas como la Procesión del Corpus, porque llevando a Cristo en nosotros debemos llevar su paz y amor a todo aquel que encontremos en nuestra vida diaria.
5.- FIESTA DEL AMOR A DIOS Y AL HERMANO
Por José María Martín OSA
1.- Celebramos la fiesta de la caridad. San Agustín dice que la Eucaristía es “sacramento de amor, símbolo de unidad, vínculo de caridad”. Ante la Eucaristía el seguidor de Jesucristo, por medio de la fe, puede barruntar algo de la profundidad e intensidad del amor de Cristo, puesto que ese amor es responsable de la Encarnación, de la Cruz, de la Iglesia, de los Sacramentos. Para San Agustín la Eucaristía es también signo de unidad: "Nuestro Señor ha puesto su cuerpo y sangre en estas cosas -el pan y el vino- que, de múltiples que son en sí se reducen a una sola, porque el pan, de muchos granos, se hace una sola cosa; el vino se forma de muchos granos, que hacen un solo licor". Cristo es la cabeza del Cuerpo Místico que formamos con él todos los bautizados. Si recibimos a Cristo en la Eucaristía, recibimos también a todos nuestros hermanos. Comulgamos con todos ellos: santos o no, amigos o enemigos. La Eucaristía es, por tanto, vínculo de amor: sin la comunión no habría amor a los demás. Cada comunión debe hacernos crecer en el amor a los otros. El otro debe ser nuestra hostia diaria. La Eucaristía debe crear en nosotros la decisión consciente de ir hacia los otros y entregarnos a ellos. Por ello, el santo obispo de Hipona nos recuerda que la Eucaristía es vínculo de caridad. Cáritas celebra en la festividad del Corpus Christi “el Día de Caridad”, una jornada en la que, bajo el lema “Juntos escribimos la historia. Vive con sencillez y otro modelo de convivencia nos hará felices”, invita a la comunidad cristiana y a toda la sociedad a construir comunidad desde la compasión y la comunión, a tejer redes de fraternidad con las demás personas para ser verdaderos agentes transformadores de nuestra sociedad
2.- El gran milagro es “compartir” los dones que Dios nos ha dado. El milagro de la multiplicación de los panes está en los cuatro evangelistas. El número de cinco panes y dos peces (5 + 2 = 7) significa la plenitud del don de Dios. Y las «doce canastas» de sobras están significando la superabundancia de los dones de Dios. El número 5.000 representa simbólicamente una gran muchedumbre. Los apóstoles, acomodando a las gentes, repartiendo el pan y recogiendo las sobras, hacen referencia a la Iglesia, dispensadora del pan de los pobres y del pan de la Palabra y la Eucaristía. Jesús une la palabra y el pan. La Iglesia, si quiere ser fiel a Cristo, ha de unir a la palabra el pan de la caridad. Si mi prójimo dice: «tengo hambre», es un hecho físico para el hermano y moral para mí. Basta que pongamos nuestros cinco panes y dos peces. Y estos cinco panes y dos peces pueden ser quizá mis muchas o pocas virtudes, mis logros, triunfos pero también mis caídas y fracasos. En definitiva, basta que nos abramos completamente a Jesús y le demos todo lo que tengamos, sea poco o mucho, de esto Él se encarga.
3.- Los pastores de la Iglesia han de dar ese pan y ayudarnos a compartirlo. Deben ayudar a que llegue a todos, el pan material que acaba con el hambre del cuerpo, y el pan de la palabra y la Eucaristía, que sacia el hambre más existencial del hombre. La lacra del hambre es consecuencia de nuestro pecado, pues Dios ha puesto los bienes del mundo al servicio de todos, no de unos pocos. Nosotros podemos saciar el hambre, Jesús nos lo pide: "Dadles vosotros de comer". En este milagro de la multiplicación de los panes se ven como diseñadas las tareas pastorales de la Iglesia: predicar la palabra, repartir el pan eucarístico y servir el pan a los pobres.
4. - El relato evangélico tiene un significado profundamente eucarístico. Después de alimentarse del "pan de la Palabra", la multitud se alimenta del "pan de la Eucaristía". El hambre de verdad y plenitud sólo puede saciarla Dios. La Eucaristía más que una obligación es una necesidad. Aquí venimos a saciar nuestra hambre, a celebrar nuestra fe, a saciarnos de los favores de Dios. Seríamos necios si no aprovecháramos este alimento que nos regala. Vivamos con intensidad cada gesto, cada palabra de la Eucaristía con actitudes sinceras de agradecimiento, alabanza, perdón, petición de ayuda y ofrecimiento de nuestra vida. ¿Hay algo más maravilloso en nuestro mundo? Y no nos reservemos para nosotros la gracia recibida. Son doce los cestos sobrantes, somos nosotros ahora los discípulos de Jesús, invitemos a todos a saborear y a vivir el gran don de la presencia de Dios entre nosotros.
6.- ¡CAMINAR, EDIFICAR Y CONFESAR!
Por Javier Leoz
1.- Estas tres palabras; caminar, edificar y confesar… salieron de los labios del Papa Francisco en su primera homilía poco después de ser elegido. En este Año de la Fe, en este marco de la festividad del Corpus Christi, nos centran perfectamente en el Misterio de la Eucaristía que hoy celebramos.
Hemos caminado con Jesús, desde el día de su nacimiento en Belén; hemos intentado edificar nuestra vida con sus palabras y con su presencia, con sus milagros y con sus indicaciones. ¿Y ahora? Ahora, en este día del Corpus confesamos o proclamamos a los cuatro vientos que, nuestra intimidad, nuestro secreto más escondido tiene un nombre: Eucaristía. No podemos acallarlo y, en custodia de metal precioso -pero sobre todo en aquellas otras que son de carne y de hueso (nosotros)- es donde el Señor se muestra más a las claras ante un mundo sediento de gestos, cariño, amor, perdón y buenas noticias. Tal vez hoy, muchos ojos se quedarán perplejos ante el paso de numerosos cortejos procesionales, porque hace tiempo que dejaron de caminar, edificar y confesar su fe. Tal vez hasta se preguntarán ¿Y esto…qué es?
El regalo que el Señor nos dejó en Jueves Santo, inclinándose para buscar los pies de los discípulos, y entregándoles la Eucaristía, hoy lo hacemos público y mensaje activo. Si en Jueves Santo, fue el Señor, quien se arrodilló nuestra humanidad sedienta de amor, hoy somos nosotros quien nos postramos para reconocer ante Él que, Él, es la fuente de nuestro amor y de nuestra alegría y que sin Él, nuestro compromiso cristiano, sería eso: un gesto humano pero sin inspiración divina.
2.- En el día del Corpus Christi, el amor, se canta, se expresa y se adorna. Porque, el amor, también hay que cuidarlo con pequeños detalles. Y la historia de la fe cristiana, desde hace siglos, ha tenido necesidad de regalar al “AMOR DE AMORES” signos que delatasen que, el pueblo cristiano, se edifica y camina mejor cuando la Eucaristía se coloca en el centro de su existencia.
El Santo Cura de Ars llegó a decir que, un pueblo sin sacerdote, acaba adorando a las bestias. En este día del Corpus, vemos a las claras, que un mundo sin amor divino se convierte en un atropello a los más débiles. Que un cristiano sin eucaristía dominical, acaba sucumbiendo, disipado y confundido ante otros dioses en forma de balón, playa, monte o fin de semana sin referencia a Dios. Que un cristiano, sin misa, acaba viviendo como lo que practica: vacío de Dios.
3.- En el día del Corpus Christi, y por ser el día de la Caridad, nos damos cuenta que es mucho lo que nos queda por avanzar en cuestiones de justicia y de atención hacia los demás, hacia los más pobres. En la coyuntura social, económica y política que nos encontramos –esta solemnidad- nos viene muy bien para poner las cosas en su sitio: nadie como Jesús para entregarse y, nadie como los cristianos, a la hora de ejercer la caridad como un distintivo de lo que somos y decimos creer. Cáritas, qué duda cabe, es un fiel reflejo de todo ello.
4.- El Corpus Christi pone sobre la mesa de las calles del mundo una realidad: Cristo camina, para que caminemos con Él. Cristo se da, para que nosotros nos demos con Él y desde Él. Cristo es aclamado y agasajado (envuelto en pétalos, incienso, desfiles, música y arte) para que no olvidemos que, la fe, también es belleza y que, esa beldad, es lo que hemos de llevar y cuidar luego en el corazón de cada uno.
5.-.En este Año de la Fe, el Señor quiere que, nosotros, seamos las más valiosas y auténticas custodias de su amor allá donde nos encontremos. No podemos conformarnos con acompañar a Jesús, en el día del Corpus, y a continuación, encerrarle –sin más trascendencia- en la conciencia de cada uno.
Este año, la festividad del Corpus, nos debe de interpelar: ¿Qué hago yo por el Señor? ¿Manifiesto públicamente mis convicciones religiosas? ¿Son mis acciones y mis palabras destellos de que Dios vive en mí? ¿Soy custodia, que cuando se contempla, infunde caridad, cercanía, compromiso, justicia, paz, etc.?
6.- NO DEJES DE SALIR… SEÑOR
Porque, sin Ti, el mundo se enfría
y son otros los que, sin Ti, les dan un engañoso calor
Porque, sin Ti, el hombre se envilece
y convertimos este viejo paraíso en contienda entre el bien y el mal.
Porque, sin Ti, olvidamos que el amor es fuente de felicidad
y buscamos, en lo efímero, una alegría que es simple disfraz.
Porque, sin Ti, nuestra tierra es huérfana
vacía de sentimientos y exenta de esperanza.
No dejes de salir, ni un solo año, Señor:
Porque seguimos necesitando tu pan multiplicado
para saciarnos y, luego, repartirlo a los hermanos
Porque somos tan débiles como ayer
y, al contemplarte, queremos recuperar la fuerza del creer
Porque, nuestros pecados, pueden a veces con la virtud
y, en esos pecados, viene escondido aquello que no es luz.
Porque, nuestras almas, se llenan de trastos inservibles
no permitiendo que, Tú, habites y reines en nuestro interior.
No dejes de salir, en el Corpus, Señor:
Y, si ves que me nos he alejado de ti,
que seas un imán que nos atraigas hacia la fuente de la verdad
Y, si ves que te hemos dado la espalda,
alcánzanos de frente para nunca más olvidarte
Y, si ves que hemos perdido el apetito de lo divino,
acércanos el cáliz de tu amor y de tu perdón.
Sí, Señor; ¡no dejes de salir en custodia!
Deja, que nos arrodillemos ante Ti
al igual que, Tú, lo hiciste ante nosotros en Jueves Santo
Consiente, que te hablemos al corazón de la Custodia
al igual que, Tú, lo hiciste en cada uno de los nuestros
Que presentemos al mundo este manjar
con la misma pasión y fuerza,
con la que Tú, nos lo dejaste en sencilla mesa
De, que nos miremos los unos a los otros
para cantar contemplando este Misterio.
¡No dejes de salir, Señor!
Que nadie ocupe el lugar que te corresponde en el mundo
Que nadie turbe la paz y la calma del día del Corpus
Que nadie, creyéndose rey, se sienta más importante
Que Aquel otro, que siéndolo, se hace una vez más siervo.
¡No dejes de salir, Señor!
Aquí tienes nuestros corazones: haz de ellos una patena
Aquí tienes nuestras mentes: haz de ellas un altavoz
Aquí tienes nuestras manos: haz de ellas una carroza
Aquí tienes nuestros ojos: haz de ellos dos diamantes
Aquí tienes nuestras almas: haz de ellas el oro de tu custodia
Aquí tienes nuestros cuerpos: haz de ellos las más auténticas
custodias que nunca se cansen de anunciar por todo el mundo
que sigues viviendo y permaneciendo eternamente presente
en el gran milagro de la EUCARISTIA.
¡No dejes de salir, Señor! ¿Nos dejas acompañarte? En este Año de la Fe: CREEMOS EN TI, ESPERAMOS EN TI Y QUEREMOS VIVIR EN TI
7. - SENTIR A JESÚS CON NOSOTROS
Por Ángel Gómez Escorial
1. - Dios se hizo hombre y convivió con nosotros. Es algo muy grande, inconmensurable. Sin duda, Jesús es el rostro de Dios Invisible. Luego, la noche en que iba a ser entregado, dejó a sus discípulos una presencia permanente en la forma real de su Cuerpo y su Sangre. La misma que había servido para la Encarnación de Dios en hombre. Esto es también enorme y da vértigo solo pensarlo. Porque Dios está presente en una cercanía impresionante: en los sagrarios de todas las iglesias y sobre el altar de todas las misas cotidianas. Es probable que no seamos capaces de entender totalmente esa realidad; que, incluso, la aceptemos intelectualmente, pero que se nos olvide o que no la sintamos de manera suficiente.
2.- Sin embargo, es difícil no sentir el influjo espiritual en su recepción. Muchas veces, no hace falta la fe para saber que ahí, tras las formas de pan y vino, está Jesús y, por tanto, la Santísima Trinidad. Se experimenta con la recepción del Santísimo Sacramento una interrelación con el Ser Divino. Es, sin duda, suave y tenue. A veces --incluso--, la hacemos nosotros insuficiente en nuestro camino de fe. Y somos desmemoriados a la hora de no tenerla presente de manera total en nuestras vidas, todas las horas del día. Pero aun así es imposible negar esa corriente de divinidad que nos llega. Conseguimos sintonizar --como en los tiempos heroicos de la radio-- durante unos segundos con la Estación amada y lo oímos en toda su plenitud.
3 -. La presencia innegable de Jesús en las formas de pan y vino comunica una corriente espiritual fehaciente. No es solamente un rito sacralizado por la fe. Es una realidad que transforma, aquieta, perdona y enriquece. Siempre hay un antes y un después en la recepción de la Santa Eucaristía. Muchos días se llega a la misa cotidiana con problemas, aprensiones, tristezas, distracciones o dudas. Gran parte de todos esos problemas van a aclararse. Nuestro cuerpo, alma y pensamiento han cambiado después de recibir a Jesús. No es un espejismo, no es una falsa emoción. Hay momentos en que el fruto del Santo Sacramento es recibir --por ejemplo-- un mayor tino para todas las cosas y, sobre todo, en las de índole espiritual.
4.- No es posible dejar de proclamar tal efecto real de un don espiritual. El mayor bien "terreno" que podemos dar a nuestros hermanos es comunicarles lo que sentimos a la hora de recibir el Cuerpo de Cristo. Y la mejor ayuda es --si ellos no lo sienten-- predibujarles tales dones. Porque el alimento espiritual que supone la recepción del Cuerpo y Sangre de Jesucristo es fundamental para construir nuestra identidad total como cristianos, con todo lo que eso significa y debe significar.
5.- Por todo ello debemos celebrar esta Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo con especial dedicación. Pidiendo a Jesús que nos ilumine y que nos "regale" de manera fehaciente su presencia. Y una vez que seamos capaces de aprehender esos dones, hemos de esforzarnos por comunicárselos a nuestros hermanos.
LA HOMILÍA MÁS JOVEN
CORPUS CHRISTI, UNA LECCIÓN PARA APRENDER HOY
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- Evidentemente, el día eucarístico por excelencia es el Jueves Santo, que, no olvidemos, pudo ocurrir en martes. Pero qué circunstancias tales como ser vacaciones escolares y estar de viaje, o dedicar la propia reflexión, seria y comprometedora, a la Oración Sacerdotal de Jesús en el Cenáculo o al episodio del Huerto de Getsemaní, no hay duda que pueden empequeñecer el prodigioso “invento” de la Eucaristía, obra de Jesús en esta jornada.
La primitiva comunidad, la apostólica y la inmediatamente posterior, le dio la máxima importancia. Prueba de ello es desde el texto de San Pablo a Los Corintios, la bella descripción de San Justino, o el testimonio martirial de San Tarsicio, por citar unos pocos ejemplos. Era alimento espiritual fundamental del que no se olvidaban nunca, ni los libres, ni los enfermos, ni los encarcelados. Tal proceder y la Caridad que se profesaban los fieles, obró el prodigio de su extensión por el imperio romano, el único paisaje humano conocido por entonces.
2.- Con el tiempo, ya lo sabéis, mis queridos jóvenes lectores, cambiaron muchos comportamientos. Por diversos motivos, la primitiva Fracción del Pan, que pasó a llamarse Misa, fue convirtiéndose poco a poco en cosa de clérigos. Asistir cada domingo, nunca dejó de urgir la obligación la Iglesia Occidental, pero sumir, alimentarse, de la Eucaristía, quedó como cosa obligatoria únicamente una vez al año o en peligro de muerte. Y, consecuencia de ello, fundamentalmente, la vitalidad y el fervor de los simples fieles, fue languideciendo.
3.- Poco a poco, afortunadamente, las cosas fueron cambiando. Además, la Iglesia se hizo consciente de que la presencia de Jesús en el Pan y el Vino consagrados, no estaba destinada exclusivamente a circunstancias especiales. Era presencia real y, por tanto, merecía adoración y plegaria. La fiesta que celebramos hoy, las procesiones que por muchos lugares se organizan este día y la facilidad que ahora tenemos de que la misa se pueda celebrar a cualquier hora, son prueba de estos cambios a mejor.
4.- Un solo domingo de mi vida, excluyo enfermedad o circunstancias muy especiales, he dejado de ir a misa. En la época de mi juventud, solo estaba permitido celebrar misa y comulgar por la mañana, así que, durante el curso escolar, nos limitábamos a “hacer la vista al Santísimo” es decir, al salir de clase, entrar en una iglesia, dirigirnos al altar del sacramento y dedicar unos minutos a la oración. En familia rezábamos el rosario, muchos de nosotros pertenecíamos a movimientos juveniles. Acción Católica o Scoutismo, en mi caso. Los domingos asistíamos a misa de seis de la mañana o del mediodía, pero la Eucaristía, nunca la dejábamos. Y así ha sido el resto de mi vida, a lo que atribuyo fundamentalmente, la ayuda de Dios y mi fidelidad a su Gracia. Porque, pese a que parezca indecoroso lo que diré, y que Dios me perdone si así alguien lo juzga, comulgar es como tomarse una aspirina, que, pese a que sea pequeña y no sepamos porque, surte efecto.
5.-Se guardaba en sagrarios de ricos metales o se presentaba a la pública adoración en ornamentales Custodias. Acordaos del maravilloso Ostensorio del orfebre Enrique de Arfe, que centró la oración de la noche de las Jornadas Mundiales de la Juventud, de Madrid. Ciertamente que se merece el Señor tales preciosos materiales y bellas formas, pero estoy seguro de que se siente también a gusto en uno de mis sagrarios, que un día hice de madera de nogal, del huerto de mi casa. Lo que importa no es la calidad material, lo que me urge el Maestro es que no me olvide de Él y que, junto a Él, no me olvide tampoco de vosotros, mis queridos jóvenes lectores. De vosotros y de muchas otras personas más a las que quiero ayudar.
Salid y preguntad ¿ha imaginado alguien este prodigio que se nos ha otorgado a los cristianos? Preguntaos: ¿soy consciente de ello y obro de acuerdo con la riqueza, fortuna más bien, que está a mi alcance?
Pues esta es una de las lecciones que hoy quisiera que aprendierais y que os comparaseis con vuestros compañeros que profesan otra religión o tal vez ninguna.
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