22 mayo 2016

A Dios hay que buscarle donde él dijo que estaba



No es extraño encontrarnos en la calle y oír a un adolescente de 15 años proferir sin inmutarse una cadena de palabrotas malsonantes, es decir, de blasfemias. Y si a alguien se le ocurre llamarle la atención, tal vez tenga que escuchar lo que no quisiera. Sin embargo dígale a ese muchacho que recite en público un padrenuestro o una jaculatoria y será incapaz, no tendrá temple como para vencer el respeto humano, el miedo al ridículo. Dicho de otra forma, le cuesta pronunciar el nombre de Dios en forma de plegaria. Menos o nada en forma de blasfemia.


Recuerdo que hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad: Dios-Padre, Dios-Hijo, Dios-Espíritu Santo; la fiesta de Dios uno y Dios trino. Un escritor cristiano declaraba no hace mucho tiempo que la palabra “Dios” es la más vilipendiada, menospreciada. En otras palabras que el término “Dios” es el más despreciado. La expresión me parece demasiado fuerte y un tanto exagerada. El anuncio de Jesús dirigido a la samaritana cuenta con seguidores en todo tiempo y lugar: “Ha llegado la hora, dice Jesús a la samaritana, en que los que den culto auténtico darán culto al Padre en espíritu y verdad”, pues de hecho el Padre busca hombres que le adoren así. “Dios es Espíritu y los que le adoran han de dar culto en espíritu y verdad”. Y estos seguidores siempre los ha habido y los hay.

Cuando Jesús dijo: “dejad que los niños se acerquen a mí”, sabía lo que decía. En una escuela italiana la maestra les propuso a sus pequeños alumnos escribir una carta a Dios. En estos textos aparecen florecillas como éstas: Una de las niñas preguntaba: ”¿Cómo es que antes hacías tantos milagros antiguamente y ahora no los haces”?. Otro escribía: ”No te preocupes por mí. Yo miro siempre a los dos lados antes de cruzar la calle”. Otro comentaba: ”En mi familia solo somos cuatro y no lo consigo. Así. que para Ti tiene que ser dificilísimo querer a todas las personas que viven en él mundo”. Una niña confesaba: ”Desde que he descubierto que existes, no me he vuelto a sentir sola”.
Con cierta frecuencia Dios nos descoloca, por ejemplo, algunos matan por Dios, en nombre de Dios y otros se dejan matar por Dios. ¿Tenemos que hablar a Dios o hablar de Dios? De Dios debemos hablar cuando nos pregunten y no olvidemos que hay muchos modos de preguntar. Hablar con Dios o a Dios no es cuestión de mascullar rezos y rezos, sino hablar de lo que preocupa. Todos podemos hablar a Dios, porque como dice el poeta Luis Felipe; ”nadie fue ayer, ni irá hoy, ni irá mañana hacia Dios por el mimo camino que voy yo”. Es un privilegio poder dirigirse a un Dios amigo, que está siempre a nuestro lado y “nos sostiene en todo momento y nos enseña a amar y a trabajar por un mundo digno para todos. Y al final de todo nos espera en ese cielo luminoso en el que yo, en el que todos nosotros tenemos un “lugar”
Un aviso: algunos creen que como no están con el hombre, creen que están con Dios. O como otros que creen que aman a Dios simplemente porque no aman a nadie.
Para terminar un sabio consejo: “la cuestión no es buscar a Dios, sino buscarlo allí donde Él dijo que estaba”
Josetxu Canibe

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