20 marzo 2016

Viernes Santo: Homilías


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1.- JESÚS PASÓ POR ESA ZONA TENEBROSA DEL DOLOR

Por Antonio García-Moreno

1.- EL DOLOR INCOMPRENSIBLE.- Es verdad que los sufrimientos del Señor nos desconciertan, nos entristecen y abaten. Como a los discípulos de Emaús, se nos llena el corazón de tristeza. La visión de Cristo flagelado y coronado de espinas, las burlas y ultrajes de los soldados nos abate el ánimo. Pero todo ello no puede traducirse en una tristeza sin salida, en una sensación de fracaso y derrota. Eso sería no comprender el sentido profundo del padecer de Cristo y de quienes, por amor suyo, están también dispuestos a dar la vida por El.

Sí, es preciso recordar, también en este día, que los sufrimientos del Señor tenían, y tienen, un valor salvífico universal. Son el precio, altísimo si se quiere, de nuestra propia redención, son el precio costoso de la gloria. Los santos han descubierto el valor supremo del sufrimiento de Cristo, y de cuantos como él sufren por amor, aceptando serenos los planes del Padre, por muy incomprensibles e intolerables que nos parezcan.


2.- VALOR SALVÍFICO DEL DOLOR.- Misterio del dolor y de la aflicción. Cómo es posible que Dios permita tanto quebranto y tanta pena. Si nos ama por qué permite que lloremos anegados por el sufrimiento, cuando El que es Todopoderoso podría ahorrarnos las lágrimas y los gemidos. Y esto ocurre no sólo en los que son malos y se merecen un duro castigo. También el justo sufre a veces de modo intenso y agudo. El mismo Jesús, el Hijo Unigénito, el Amado, pasa por esa zona tenebrosa del dolor.

Primero hay que recordar que Dios que da la llaga, da también el remedio. Es decir, el sufrimiento es siempre llevadero si uno recurre al Señor y le pide con la confianza y la sencillez que un hijo recurre a su padre. Y luego hemos de tener en cuenta que esos sufrimientos son a menudo el remedio para nuestros males. Sobre todo, hay que tener presente el valor salvífico del sufrimiento y saber, además, que no son comparables los dolores de la vida presente con los goces de la vida futura.

2.- UN SEPULCRO NUEVO.- San Juan dedica pocos versículos al sepelio de Jesús. Era un hecho de poca importancia, un acontecimiento pasajero ya que muy pronto aquel lugar sepulcral quedaría vacío. Recuerda que era un sepulcro nuevo, sin estrenar. De esa forma se destacaba, por una parte, la santidad y grandeza de aquel cuerpo inmolado por nuestra salvación. Pero, por otro lado, se dejaba bien claro que no había nada en dicho sepulcro una vez que Cristo resucita. Es cierto que es la última estación del Vía Crucis. Sin embargo, hoy se tiende a terminar ese piadoso ejercicio con una decimoquinta estación en la que, de una forma o de otra, se recuerde que aquello no es el final sino simplemente el principio, el prólogo del triunfo de Cristo, las sombras densas que dan mayor contraste a la luz. Pronto aquella piedra que tapaba la puerta del sepulcro sería removida. Pronto aquel cuerpo exánime se alzaría lleno de vida, mostrando todo su poder y su gloria.

2.- DE RODILLAS, ANTE JESÚS CRUCIFICADO

Por Gabriel González del Estal

1.- Muéveme el verte clavado en esa cruz y escarnecido, muéveme el ver tu cuerpo tan herido, muévenme tus afrentas y tu muerte. Todos hemos leído más de una vez este famosísimo soneto a Jesús crucificado. Refleja realmente muy bien el sentimiento de muchas personas que, ante el Cristo clavado en el madero de la cruz, han sentido alivio en sus propios dolores físicos o psicológicos. No sólo ante sus propios dolores, sino también ante los dolores de la humanidad. Han sido muchos los santos y personas piadosas que, mirando a Cristo crucificado, han experimentado en su alma unas ansias inmensas de purificación y amor. En esta tarde de viernes santo millones de personas, de todas razas, lenguas y lugares, se sienten, una vez más, conmovidas ante el dolor, el escarnio y la muerte de un hombre Dios que, por amor a nosotros, aceptó la muerte y la crucifixión. Sí, ¡cuántas personas, contemplando y sintiendo el dolor de Cristo crucificado, han encontrado alivio y consuelo en sus propios dolores! Más sufrió Cristo, hemos oído decir a muchas personas a las que el dolor físico o espiritual les maltrataba interiormente. Porque sabemos que el dolor de Cristo no fue un dolor merecido, ni buscado, sino un dolor aceptado y ofrecido al Padre para salvarnos. El Cristo crucificado y muerto en la cruz nos enseña a aceptar muchos dolores no buscados, ni queridos, y a hacer de nuestro dolor un fuego purificador y redentor. Podemos dar sentido a muchos dolores no queridos, ni buscados, si sabemos dar a nuestros dolores un sentido redentor y purificador, uniendo con amor nuestros dolores al dolor de Cristo. El dolor, como el fuego, o nos purifica o nos destruye. El dolor de Cristo nos purificó y nos salvó; pidamos al Cristo crucificado que también nuestros dolores nos purifiquen a nosotros y salven a los demás.

2.- Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores… sus cicatrices nos curaron. Estas palabras del profeta Isaías están referidas al “siervo de Yahveh”, pero nosotros las aplicamos al Cristo crucificado. Cristo sufrió por nosotros, sufrió por los demás. Cristo quiso hacer suyos nuestros sufrimientos y nuestros dolores. Lo hizo por amor, porque sólo por amor se puede sufrir por los demás con un sufrimiento redentor. Así, los padres hacen suyos los sufrimientos de sus hijos y así toda persona amante hace suyos los sufrimientos de la persona amada. Cristo quiere que, por amor, hagamos nuestros los sufrimientos de los demás, para salvar a los demás. Por amor han sufrido siempre muchos misioneros sufrimientos físicos, psicológicos y espirituales. Lo hacían y siguen haciéndolo para salvar a muchas personas del sufrimiento injusto e innecesario, liberándoles de la miseria física, cultural y espiritual. Los cristianos estamos llamados a saber sufrir por los demás, imitando a Cristo, cuando comprendamos que nuestro sufrimiento puede y debe ser un sufrimiento salvador y redentor. En nuestra vida diaria son muchos los momentos en los que deberemos aceptar el sufrimiento que nos causan los demás, y deberemos hacerlo siempre por amor. En esta tarde del viernes santo ofrezcamos al Padre todos los sufrimientos que nos causan los demás. Y hagámoslo por amor, por un amor que purifica y salva. A eso nos convoca esta tarde el Cristo clavado en la cruz.

3.- SABER DECIR “amen”

Por José María Martín OSA

1.- Soportó nuestros sufrimientos. Jesús vino a darnos la vida y la salvación, como la vid da la vida a los sarmientos. Es el Mesías prometido por Dios a su pueblo. Pero es también el "Siervo de Yahvé" que soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores. Jesús terminó clavado en la cruz construida con la madera de un frío árbol, fue asesinado por su infinito Amor a nosotros y por su obediencia a la voluntad del Padre, como dice la Carta a los Hebreos: “Aprendió a obedecer y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación”. El canto del Siervo de Yahvé es desgarrador: "maltratado voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca". La cruz es símbolo de adhesión, de confianza, de amor. Sin embargo, cuando somos incoherentes le matamos en nuestro corazón....le entregamos como Judas, a cambio de unas pocas monedas sin valor: egoísmo, comodidad, mediocridad, falta de confianza...). Nosotros también decimos muchas veces ¡crucifícale!

2.- Se humilló por nosotros. Entregó todo, hasta su vida, por nosotros. La cruz en el Imperio Romano era un signo de tortura reservado a los peores malhechores. Jesús, que no había cometido ningún delito, murió en la cruz por nosotros. El Evangelio predicado por Él es una Buena Noticia liberadora para los oprimidos, pero ponía en tela de juicio el poder establecido. La cruz fue la consecuencia de la vida de Jesús. Fue consecuente, y por eso le mataron. Ahora este instrumento de tortura se ha convertido para nosotros en signo de amor y liberación en signo de salvación. La cruz es, en esa historia de amor, el mayor abajamiento y despojamiento del Hijo (kénosis) y su mayor exaltación, pues es ahí donde nos mostró que su amor no tenía límites y que ni siquiera el miedo a la muerte podía hacerle retroceder en su compromiso por la salvación de todos. Esa humillación de morir en cruz, como un maldito, siendo el Hijo amado del Padre, fue el comienzo de su glorificación, pues el Padre mismo lo "levantó" de entre los muertos y lo resucitó como primicia de nuestra propia resurrección.

3.- Debemos aprender a aceptar nuestras cruces diarias. El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Nos sigue invitando a que no nos olvidemos de nosotros mismos y nos centremos en intentar hacer felices a los demás, en que caminemos por sus caminos y no por los nuestros, en dejar que se cumpla su plan en nosotros. Sólo respondiendo a la llamada que nos hace a cada uno de nosotros descubriremos el verdadero sentido de la muerte de Cristo e iremos preparando el camino para que el Señor resucite en nuestro corazón hasta poder descubrir que la Resurrección convierte el árbol muerto de la Cruz en símbolo de vida para siempre. En la muerte de Jesús en la Cruz se nos muestra su fidelidad insobornable a Dios Padre. En la Cruz contemplamos al testigo del amor y la misericordia de Dios. El crucificado es el que ha de guiar nuestros pasos. Optemos por la Cruz de la vida. Optemos por ser sarmientos de la vid verdadera. Olvidémonos de nosotros mismos. Carguemos con nuestras pequeñas cruces....y sigamos su camino. Digamos “Amén”, aceptemos la cruz que nos libera.

4.- LA MISERICORDIA CLAVADA

Por Javier Leoz

 +Asesinadas a sangre fría por el fundamentalismo islámico en el mismo lugar en el que entregaban día a día su vida por los más pobres de entre los pobres. Este fue el destino de cuatro monjas de la congregación de las Misioneras de la Caridad cruelmente asesinadas en Yemen ante el silencio mediático y la indiferencia de la comunidad internacional, que ha ignorado la masacre perpetrada en el nombre del Corán.

 Allá donde, de una forma admirable y extrema, entregaban su vida por discapacitados y ancianos encontraban la muerte. Habían asistido a la oración de la mañana y después de celebrar la eucaristía, como el mismo Cristo ayer en Jueves Santo, subieron a la cruz. El mundo de los poderosos, al igual que ocurrió con Cristo, ignoraba ese momento: ¡Moría Jesús entonces! ¡Morían cuatro religiosas con Cristo y por Cristo!

 -Hasta el Papa Francisco ha lamentado el silencio cómplice y vergonzoso de este globalizado mundo que, en pantalla, nos trae noticias ridículas y nos ocultan las que retratan, por delante y por detrás, la situación en la que viven miles y miles de cristianos masacrados por la persecución islamista.

 +Nos viene muy bien, este acontecimiento dramático pero con profundas resonancias de fidelidad martirial, para centrar este momento de pasión y muerte de Cristo.

--Jesús no hizo otra cosa sino hacer el bien (como estas religiosas) pero fue un incomprendido, perseguido y alzado como infame en el árbol de la cruz.

+En la cruz, el Señor, nos regala 7 escasas palabras de misericordia, de vértigo y de paz

-DE MISERICORDIA: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”. “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. “Ahí tienes a tu Madre; Madre ahí tienes a tu hijo”

-DE VÉRTIGO: “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. “Tengo sed”

-DE PAZ: “Todo se ha consumado”. “A tus manos encomiendo mi espíritu”

 -Por nuestro amor murió el Señor en la cruz. Ha ido en cabeza, para que luego nosotros como cuerpo, sigamos sus caminos que no son otros que los de confiar y dejarse llevar por Dios.

 -Ha muerto pero, sabemos que su muerte no es inútil, el Señor volverá. Pero, cuando vuelva, ¿cómo nos encontrará?

 Cantando la alegría del Resucitado o con los evangelios acumulando polvo fruto de una época y no de una vida de resurrección

¿Dando testimonio de su pasión y de su muerte, o llevando una cruz sin saber muy bien qué significa?

 ¿Despiertos, contentos, entusiastas y esperanzados de ser sus testigos o dormidos y paralizados por el cloroformo del secularismo que todo lo invade?

¿Entregando hasta nuestro último aliento por su reino o replegándonos por la presión de tantos poderes mediáticos que nos aturden o confunden?

 Te vas, Señor, pero sabemos que volverás. ¡Vuelve! ¡Vuelve Cristo! Ahora, durante unas horas, lucha a brazo partido con la muerte para que –con tu muerte- la muerte sea vencida y, en ese madero, nuestra vida futura conquistada. Porque, tú Señor, con tu muerte vences a la muerte. Tu victoria es la nuestra. Amén.



CUÁNTAS  COSAS NOS REVELAS, OH CRUZ (Javier  Leoz) 

La inocencia que, siendo  bueno,

aparece como culpable

el delincuente como honesto

y, el justo, odiosamente  maltratado



CUÁNTAS  COSAS NOS REVELAS, OH CRUZ

La humillación sin límite

y, la voz del que ya no dice  nada,

en nombre de aquellos que  son silenciados

acallados y apartados en un  mundo arrogante



CUÁNTAS  COSAS NOS REVELAS, OH CRUZ

Dios, una vez más, desciende  y asciende

Desciende ante los ojos de  mundo,

envuelto en llanto y sangre

Y asciende, en un madero,

como precio del rescate para  todo hombre



CUÁNTAS  COSAS NOS REVELAS, OH CRUZ

Cesan los griteríos,

¿Dónde están sus amigos?

No se escuchan los cantos,

¿Dónde las palmas, músicas y  los júbilos?

No hay milagros aparentes

¿Dónde la fe de los que  fueron favorecidos?



CUÁNTAS  COSAS NOS REVELAS, OH CRUZ

Soportas nuestros  sufrimientos

Aguantas nuestros dolores

Cuelgan de ti nuestros  pecados

Depende de ti la mañana  radiante de la Pascua

Cargas, en tu agrietada  madera,

nuestra existencia, a veces,  cómoda y vacía



CUÁNTAS  COSAS NOS REVELAS, OH CRUZ

Dios se hace solidario con  nosotros

Vive, lo que nosotros  viviremos

pero, por la muerte de Jesús  en ti, cruz

un día nos levantaremos en  triunfo definitivo

Agradecemos tu amor, oh Dios

Bendecimos la Santa Cruz de  Cristo

pues, bien sabemos que en  ella

nos vino el fruto de la  Redención.

Amén.

5.- SITIO PARA LA ESPERANZA EN ESTA TARDE TAN TRISTE

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Desde los primeros tiempos de la Iglesia no se celebra Eucaristía hoy, Viernes Santo, ni mañana, Sábado Santo. Y las normas y costumbres litúrgicas son iguales que desde hace siglos. Ayer, Jueves Santo, el Altar quedó desnudo, sin mantel, sin candelabros, sin cruz y el Cuerpo de Cristo se reservó en el “monumento”, sagrario especialmente adornado para el culto de los fieles. Esa desnudez del altar nos ha conmovido, sin duda. Es ya una imagen de soledad que no podemos obviar. Sabemos que estamos solos y una tristeza enorme llena nuestra alma. No puede ser de otra forma. A las tres de la tarde murió Jesús y desde esa hora –salvo por cambios por razones pastorales—los fieles de todo el mundo no unimos para dar los pasos junto a la cruz.

2.- Hemos comenzado con la liturgia de la Palabra. El cuarto canto del Siervo de Yahvé que es la profecía que manera prodigiosa narra la Pasión de Jesús, su sufrimiento y sus efectos salvadores. Dicen que los antiguos judíos jamás repararon en estos cantos del Siervo de Yahvé y mucho menos le dieron aplicación mesiánica. Esperaban un triunfador. El Salmo 30 reproduce las palabras de Jesús al expirar. “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu. Sin duda él rezaba este salmo en esos momentos, lo cual también puede enternecernos. La Carta a los Hebreos nos comunica la sublime obediencia de Cristo a la misión encargada por el Padre y de ahí nace nuestra salvación. Nadie como el autor de la Carta a los Hebreos ha penetrado tan profundamente en el papel de Cristo como víctima, altar y sacerdote.

3.- Hemos escuchado la Pasión según San Juan. Como se sabe la otra jornada de la Semana Santa en la que se proclama completo el relato de la Pasión ha sido este pasado Domingo de Ramos. En su liturgia se lee, según el ciclo (A, B y C) los textos evangélicos de Mateo, Marcos o Lucas, de los llamados sinópticos. Y si hoy leemos a Juan es porque expone la exaltación hacia la gloria total del Señor Jesús. Escrito el Evangelio de Juan muchos años después que los sinópticos ya ha habido tiempo para conocer los dones maravillosos de la Pasión salvadora de Cristo. Y por eso la Iglesia nos la ofrece, para que en esta tarde tan triste haya sitio para la esperanza.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

VIERNES SANTO: HOY NO HAY MISA

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Si, esta es la verdad. El día más grande, el inigualable, no la celebramos. Primera constatación. Para reconocer el valor de una cosa, es muy útil a veces, privarse, momentáneamente, de ella. La reunión de hoy, os la describo esquemáticamente.

2.- Nos reunimos y escuchamos la narración que nos recoge el evangelio de Juan de la Pasión del Señor. Escucharla fue la “cura paliativa” de tantos fieles que sufrían dolor. Todavía lo es para muchos. Recuerdo a un médico amigo que me pidió que se la leyese. No excluyó calmantes, tampoco quiso privarse de este profundo consuelo. El de incorporar su dolor y miedo, al que sintió Jesús.

3.- Si impresionados la hemos escuchado y gozado de su riqueza, la de su contenido y la de la inmensa riqueza que supuso la muerte del Señor en Jerusalén. Nuestra celebración es más importante que el descubrimiento de fenómenos geológicos que en otros planetas pudieron ocurrir, nuestra Fe más trascendente que la posible existencia del agua en otro astro de nuestro sistema solar. No podemos dejar que se borre la memoria. Salir de vacaciones de primavera y olvidar la Muerte Redentora de Jesús, es como desdibujar un buen diseño, echando agua encima de una aguatinta, obra del mejor artista.

4.- El hallazgo del misterio salvífico que la muerte de Jesús supone y de la que nos aprovechamos, el recuerdo del mandamiento nuevo que en el Cenáculo nos indicó el Señor, nos mueve a desear que les aproveche a otros, a muchos, a todos los hombres. Llega ahora el momento de la oración universal. Debemos vivirla pausadamente. Pensar en conocidos nuestros, en amigos o en los que son noticia concreta de los medios estos días, antes de pronunciar el amen de petición, que debe ser contundente, respetuoso, emotivo. La jerarquía, la clerecía, los pobres, los alejados, los desconocidos practicantes de otras maneras de concebir la vida, los políticos, los corruptos y los que no lo son, de todos, de todos los hombres, nos debemos acordar hoy.

5.- Se entroniza una cruz. Un simple cruce de dos maderos o troncos, sin imagen, dicen acertadamente las rúbricas. A continuación, cada uno a su manera, que la adore. Cada uno que comprenda que nuestra salvación depende de lo unidos que nos sintamos a ella. Victoria, tu reinarás, Oh Cruz, tu nos salvarás, dice el precioso himno francés, traducido a tantas lenguas. Hay que cantarlo arrodillado o postrado, mirando a la cruz elevada cuanto más se pueda, cual bandera o estandarte, el más insigne, que, sin duda, lo es.

6.- Consecuentes con nuestro corazón que se ha ensanchado en la meditación y en la plegaria, para lograr continuar viviendo con sus exigencia, un poco presurosos, comulgamos. Es preciso salir y, en algunos sitios, mediante procesiones, o de otras maneras, comunicar el hallazgo que hemos hecho. Nunca continuar indiferentes.

7.- Por la noche, en cualquier lugar solitario y silencioso. Os propongo, convencido y por experiencia, que os reunáis alrededor de una cruz. Casi a oscuras. Que una cruz tosca y grande esté en el suelo horizontalmente. Unas velas a su alrededor limitan su contorno. La cruz está vacía. El Cuerpo del Señor ya lo enterraron. Se llevó al sepulcro, sepultándolos, nuestros pecados.

8.- ¿Qué pecados míos quiero yo que hoy se sepulten definitivamente con Cristo? Nosotros tenemos la costumbre de repartir papelitos y cada uno escribe en el que ha recibido el nombre del pecado que quiere sea definitivamente enterrado. Después cada uno se acerca, besa la cruz, pone su frente en ella, transmitiéndole su oración. Se acaba esta acción individual, depositando el papelito en un brasero. Se deja y se añaden unos granos de incienso. El ámbito está repleto de aroma. Del olor de papel quemado, el de los pecados, y del penetrante perfume de la resina oriental. Domina la fragancia de la goma, como es también mayor el Amor de Dios, que la multitud de nuestros pecados.

Salimos consolados, después de haberle confesado a Dios nuestra mediocridad, orgullos, ambiciones y egoísmos, que han quedado perdonados, lo esperamos, con el Señor

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