EL LAVATORIO DE PIES
Introducción:
La Eucaristía es un modo de vivir, no solamente una celebración puntual. Es “el amor hasta el extremo” de Jesús, revivido sacramentalmente, vivido en comunión con Cristo hoy. Su signo es este “lavatorio” como actitud permanente de la vida: ponerse “a los pies” de Jesús, al servicio de los últimos. Ponerse “a sus pies”: por, para y con ellos vivió Jesús. Ponerse “los últimos de la cola”, “deudores de la vida”. «No os estiméis más de lo debido. Que os tire lo humilde» (Rom 12,3). «Si alguno piensa que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo» (Gálñ 6,3). «No hagáis nada por rivalidad o vanagloria. Sed, por el contrario, humildes, y considerad a los demás superiores a vosotros mismos» (Flp 2,3).
Lo que vamos a hacer se trata de un rito, no de un “teatro”.
Los que intervienen nos representan a todos, unos como servidores y otros como solidarios de los colectivos representados.
Hoy, la línea que separa la inclusión de la exclusión es muy frágil y permeable. Todos estamos en peligro de una u otra realidad de las que aquí se nombran, o lo hemos padecido, o lo estamos padeciendo. No hay actores ni espectadores.
El rito recuerda a Jesús: «¿Comprendéis lo que hecho?. Lavaos –servíos- unos a otros» (Jn 13, 12- 15). Nadie es más que nadie.
Se colocan siete sillas vacías y en cada una de ellas, un cartel: POBRES, ENMFERMOS, PRESOS, DES- AHUCIADOS, MUJERES MALTRATADAS, INMIGRANTES, PARADOS. Igualmente podrían señalarse otras muchas situaciones: ancianos, jóvenes sin futuro, niños de la calle, alcohólicos, sin techo, toxicómanos, enfermos crónicos, enfermos psíquicos, etc.
Personas voluntarias se levantan en nombre de cada uno de los colectivos señalados y se sientan en la silla que cada uno ha elegido para ser lavado.
Otras personas voluntarias van saliendo a su vez para lavar las manos cada uno a uno de esos colectivos.
Todo se desarrolla en silencio, con música de fondo o cantando alguna canción: “Un mandamiento nuevo”. “Amaos”, etc.
Cada vez que alguien se acerca, se puede hacer un breve comentario a cada colectivo que se presenta ateniéndose lo más posible a la realidad del momento.
OTROS TEXTOS
Carácter social de la Eucaristía
«La “mística” del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan », dice san Pablo (1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos « un cuerpo », aunados en una única existencia». (Benedicto XVI, Dios es amor).
La Eucaristía como “entrega” de la vida
«Gracias al relato de la Cena, sabemos (podemos «conocer internamente», diría Ignacio de Loyola) lo que había en el interior de Jesús ante su muerte. Sin la Eucaristía, sería posible pensar que murió por una especie de «lógica de la necesidad», porque no podía ser de otro modo. Sabemos que no fue así: la noche en que iba a ser entregado, cuando su vida estaba en peligro, pero aún no había sido detenido y todavía estaba abierta la ocasión de escapar de una muerte que le pisaba los talones, él hizo el gesto de ponerse entero en el pan que repartió, e hizo pasar la copa con el vino de una vida que iba a derramarse hasta la última gota. y aquel gesto y aquellas palabras, recordadas en cada Eucaristía, nos permiten adentrarnos en el misterio de una voluntad de entrega que se anticipa a la pérdida: nadie puede arrebatarle la vida; es Él quien la entrega voluntariamente (cf. Jn 10,18).
Siempre he pensado que las explicaciones «satisfactorias» (todo aquello de la ofensa in nita y de un dios neurótico necesitado de una víctima que le diera reparación adecuada) están grabadas de manera tan indeleble en el pueblo cristiano porque, en el fondo, nos hacen el favor de dejamos a nosotros fuera de ese «ajuste de cuentas» entre el Padre y Jesús. Y eso nos resulta más cómodo que hacer de su entrega un estilo de vida, un camino de seguimiento, una llamada perentoria a continuar viviendo eucarísticamente, es decir, escapando de la espiral de la codicia y de la posesividad, para entrar en la danza de la vida que no se retiene, en el gozo extraño de ofrecerse y darse, de desvivirse, de entregar todo lo que se es y se tiene» (Dolores Aleixandre, Bautizados con fuego, Ed. Sal Terrae, Santander 1997, pp. 74-75).
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