06 marzo 2016

Homilía Domingo IV de Cuaresma

Hijo, este hermano tuyo estaba perdido y ha sido hallado.
Al comienzo de estas reflexiones, el primer domingo de Cuaresma, veíamos que no cualquier idea de Dios era la acertada para dar respuesta a los grandes interrogantes y problemas que acosan y acucian al hombre y a la mujer del siglo XXI.
No se trata de “darnos y dar” al hombre contemporáneo “otro Dios” distinto del de la Revelación sino de, como dice el papa, “buscar en la frescura original del Evangelio nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual… rompiendo esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo” (E.G. nº 11)
En la carta a los Obispos mexicanos del sábado, 13 de febrero del 16, dice textualmente: no se pueden dar respuestas viejas a demandas nuevas”
Esto es tanto más necesario cuanto que vivimos una época en la que el anticristianismo se esté desencadenando de una manera muy agresiva entre nosotros. Parece haber un cierto interés en revivir el odio a lo religioso a unos niveles en los que empieza a manifestarse como una auténtica amenaza no solamente al cristianismo sino a la convivencia pacífica entre los ciudadanos. No es esta una opinión clerical. No. Como muestra de ello tenemos el testimonio nada menos que de Pilar Rahola, en “La Vanguardia” del 17/02/2016 , con ocasión del poema blasfemo de Dolors Miquel.

Escribe Rahola: “Mi racionalismo militante me impide creer en Dios, pero mi ética no me impide respetar a los creyentes. Desde esa perspectiva, nunca he entendido que, para triunfar un cuarto de hora en un informativo, haga falta herir a los católico que es el deporte practicado en las tierras del pijo-progresismo. Y es así como los premios Ciutat de Barcelona se han convertido en un escaparate del desprecio a la fe católica. ¿Para hacerse el progre es necesario ser tan desagradable, hiriente y antiguo? Y digo lo de antiguo porque el insulto a los católicos ya se inventó en el otro siglo y ahora queda de un demodé que ni les explico. Repito, ¿es necesario usar la oración central de los católicos, tantas veces bálsamo del dolor, para reírse de ellos? No, no creo que sea necesario, es doloroso para miles y es zafio para la mayoría. Y, por encima de todo, es estúpido porque el desprecio a los católicos ya no es un arma revolucionaria, sólo es el retrato preciso de la estupidez. El problema viene cuando esa estupidez se paga con dinero público”
Literalmente tomado por internet.
Nosotros, empeñados en descubrir el verdadero rostro de Dios a partir de una reflexión pausada pero profunda sobre Jesús, nos encontramos en primer lugar, con su comportamiento. 
Fue el propio de un hombre poseído por Dios que pasó haciendo el bien a todos. Así es como lo definió el Apóstol Pedro en una de sus predicaciones al pueblo judío una vez regresado Jesús al misterio del Padre.
Una magnífica y precisa descripción de Jesús. Toda su vida es un ejemplo de misericordia, de compasión, de servicio, de entrega a los demás. Sin calcular esfuerzo, ni riesgo ni nada, constantemente estuvo a disposición de quien lo requirió para lo que fuera. Ciegos, paralíticos, cojos, leprosos, pecadores siempre encontraron respuesta a su petición.
Fue más allá todavía. En múltiples ocasiones fue Él quien, sin pedírselo, se adelantó a ofrecer sus servicios. La Viuda de Naín, la pecadora cogida en adulterio, la samaritana, el buen ladrón, Mateo el recaudador, Simón, son perfectos ejemplos de su anticipada preocupación por los demás. 
Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes, llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión, toda su persona revela su infinita misericordia por los que sufren. 
Si, como Él afirmo a Felipe aquel primer jueves Santo, quien le ha visto a Él ha visto al Padre, hemos de concluir que el Padre es ante todo un ser misericordioso. 
Apoyado en esta idea el Papa Francisco no ha dudado en afirmar que Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret, concluye el Papa. 
Ese mismo rostro de Dios que se manifiesta en el comportamiento de Jesús vuelve a aparecer en sus enseñanzas. 
En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta que no recupera lo perdido. Las parábolas de la oveja perdida, de la moneda extraviada y la del padre y el hijo pródigo son tres magníficos ejemplos de ello. 
En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.
Nos cuesta tanto a nosotros perdonar de corazón que no terminamos de entender que el perdón que Dios nos da es total y definitivo. Acostumbrados a perdonar a medias, a perdonar pero no olvidar y cosas parecidas no nos cabe en la cabeza que por parte de Dios las cosas sean completamente diferentes.
En esto “flaquea” la misma Iglesia en sus enseñanzas. Cuántas veces hemos oído hablar sobre las confesiones generales, o sobre repetir los pecados ya confesados de la vida pasada, etc. etc.
Una cosa es que nosotros nos arrepintamos una y mil veces de haber obrado mal, lo cual siempre es beneficioso espiritualmente, y otra, totalmente distinta, que nos portemos con Dios como si dudásemos de su misericordia y amor por nosotros y pensáramos que solo a fuerza de presiones podemos conseguir arrancarle su perdón.
El padre del hijo pródigo ni le dejó hablar. Lo único que le importaba a aquel buen hombre era que su hijo había vuelto, que estaba otra vez en casa. Este hijo estaba muerto y ha resucitado, estaba perdido y ha sido hallado le dice emocionado al hijo “bueno”, al que se había quedado en casa, pero que no había entendido nada de lo que es el amor de un padre. 
Que su hijo querido estaba otra vez en casa sano y salvo era lo único que valoraba el padre. Es la misma postura que la del buen pastor. No pega a la oveja, no la humilla. La pone sobre sus hombros y la lleva al redil.
Verdaderamente en el mensaje, en las enseñanzas de Jesús, el rostro de Dios es la misericordia. 
Un Dios descubierto como infinitamente misericordioso y que nos pide, mejor, nos exige, que también nosotros lo seamos con los demás, puede ser el nuevo motor de la historia de la humanidad y sus instituciones capaz de dar a luz una nueva civilización en la que sí merezca la pena vivir.
El próximo domingo reflexionaremos sobre cómo podía ser esto una realidad.
Mientras tanto pidamos a Dios luz para descubrirlo y fuerzas para seguirlo. AMÉN.
Pedro Saez

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