06 marzo 2016

Como en casa, en ningún sitio

Hace aproximadamente cuatro décadas, algunos jóvenes introdujeron en nuestras costumbres una novedad que hizo furor en una sociedad aparentemente tranquila, y que resultó asombrosamente inesperada: consistió en abandonar sus domicilios habituales, para emanciparse, instalando su hábitat en pequeños grupos a los que llamaron “comunas”. Se trataba de una especie de protesta contra un modo de vivir “anquilosado” y algo estresante, que coartaba su libertad… La experiencia no duró mucho tiempo: pronto “recularon” a su anterior manera de orientar su existencia… La libertad por la que habían optado no tardó en convertirse en penuria, problemas y esclavitud.

Hoy, el evangelista san Lucas reproduce una de las parábolas narradas por Jesús para manifestar el gran amor con que nos mira Dios nuestro Padre y la generosidad ilimitada con que nos perdona, a pesar de nuestras infidelidades y fechorías. Los personajes más relevantes son: el hijo menor, que pide a su padre la parte de herencia que le corresponde, se va de casa, gasta toda la herencia con sus “amigotes”, pasa hambre, es consciente de que ha perdido su dignidad de hijo, se arrepiente, se avergüenza y se humilla; el padre, que siente angustia por la conducta desviada de su hijo, pero que sigue amándolo y lo perdona, garantizándole que no ha perdido su dignidad de hijo ni el amor de su padre; y el hijo mayor, que ha cumplido siempre con su deber y que siente una envidia redomada.
Desde nuestra infancia, nos enseñaron a resaltar el comportamiento libertino del hijo menor, cargando las tintas en su desviado modo de vivir y malgastar la herencia en francachelas, orgías y saraos, y haciendo hincapié en que lo que le movió a venir a casa no fue tanto el amor a la familia cuanto la necesidad y el hambre que experimentaba... Tan es así, que a esta parábola se la ha conocido siempre con el nombre de “parábola del hijo pródigo” y no como “parábola del padre bueno y misericordioso”
El comportamiento del hijo mayor deja traslucir una envidia patente, un enfado no disimulado ante el festejo con que su padre ha querido celebrar una fiesta y, desde luego, un desacuerdo total con lo que sucedía, hasta el punto de “no querer” entrar a participar en el evento.Ciertamente, no le alegró ni una pizca el regreso de su hermano.
Y por último, el padre se comportó como tal, con ecuanimidad, con los brazos abiertos y el corazón generoso (“salió corriendo a su encuentro, lo estrechó entre sus brazos y lo besó”). La frialdad del hijo mayor y el amor del padre se dejaron ver en los términos utilizados por ambos: el primogénito dice al padre “este hijo tuyo”, en tanto que el padre le corrige: “tu hermano” estaba muerto y ha venido a la vida.
La lección está dada: Tenemos un Padre misericordioso que nos quiere y nos perdona, y en el cielo hay más alegría por un pecador que se arrepiente que la que producen quienes no tienen necesidad de hacerlo. Porque Dios entiende el arrepentimiento como una resurrección, como un volver de la muerte a la vida… ¿Alguien da más?… Aquí encaja perfectamente la expresión tan antigua y tan actual de que “como en casa, en ninguna parte”.
Pedro Mª Zalbide

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