01 marzo 2016

Domingo IV de Cuaresma: Sobre el Evangelio

Para justificar su actitud de acogida de los pecadores (v.1-3), Jesús cuenta en este capítulo quince tres parábolas (la oveja, la moneda y el hijo perdido) que tienen un tema común: la alegría de recuperar lo perdido por parte de la in nita ternura de Dios que espera sin descanso el retorno de sus hijos. La parábola en la que se fija el texto de hoy es la llamada del hijo pródigo (v.11-32). Se nos muestra en ella a un hijo que se marcha lejos de su casa y malgasta la herencia que había pedido anticipadamente al padre.
Llegando a una situación límite y sin salida, decide volver a la casa del padre. La parábola manifiesta entonces el amor del padre que ya le había perdonado y que a su llegada le trata no como un servidor más, sino con todos los honores de un hijo. Lo que impide a éste recitar la confesión que había preparado previamente (v- 18-19). La respuesta del padre es la preparación de un banquete, un dato que nos invita a vislumbrar en su actitud la que Dios tendrá en el banquete del reino futuro (13,22-30; 14,15-24). Así es el Dios de Jesús (el padre de la parábola) que se alegra siempre del retorno junto a él de todos sus hijos, por muy indignos que seamos.

Pero la historia continúa (v.25-32). El hermano mayor del hijo pródigo no acepta el perdón que el padre ha otorgado a éste y se niega a participar en el banquete que se ha organizado por la alegría de la vuelta de su hermano. Seguramente se designa a través de él a los fariseos y judíos que critican la actuación de Jesús con los pecadores y excluidos y se niegan a admitir que Dios les perdone. El padre invita al hijo mayor a olvidar sus propios derechos para alegrarse de la felicidad de su hermano que «estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y le hemos encontrado» (v.32). Podríamos decir que el padre y el hijo mayor no están en la misma onda. Uno vive del amor, el otro de la justicia estricta. Uno da a la medida de su amor, el otro exige a la medida de sus derechos adquiridos. La parábola deja finalmente un interrogante a sus lectores de todos los tiempos: ¿qué es lo que hará el hijo mayor?, ¿cuál será la respuesta de los fariseos a Jesús? Porque éste acoge a los pecadores, pero no desea excluir a los “justos”. Pero éstos deben tomar una decisión que responda positivamente a la oferta del reino que ha hecho Jesús desde el comienzo de su predicación en Galilea.
Luis Fernando García-Viana

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