27 febrero 2016

III Domingo de Cuaresma

En nuestra historia de creyentes, un criterio determinante de nuestro proceso de transformación y liberación viene dado por la pregunta: ¿Quién es Dios para mí? 
No se trata de la imagen aprendida o reflexionada sobre Dios, sino de la vivida en una historia de relación afectiva. La imagen cambia si, efectivamente, la propia historia ha sido una historia con Dios como Alguien viviente.
En esta historia hay un momento o fase (correlativo al de Ex 3), en que el creyente se encuentra con la Palabra que le revela un Dios diferente. Hasta entonces Dios respondía a la necesidad de dar un sentido trascendente a la realidad (Dios, respuesta a los enigmas de la existencia, fundamento último de la finitud, Omnipotencia buena y temible, a un tiempo…). Ahora comienza a percibir que Dios es:

Alguien que sale al encuentro y tiene una palabra para mí, llamándome por mi nombre.
– La relación con El no depende del grado de mi sentimiento religioso, sino de la disponibilidad a entrar en su planes e iniciativa.
La experiencia de Dios es lo más real que uno tiene, pero no se da como algo que se posee, sino estando atento a sus manifestaciones libres y soberanas.
  • Que Dios se revela en la historia, siendo inseparable de la suerte de los desgraciados, pues El es gracia salvadora.
  • Que Dios elige, y ésta palabra no suena a algo arbitrario, sino a la historia de amor que Dios, libremente, crea con el hombre.
  • Que Dios es amor fiel, y que esta palabrita no ha de ser utilizada para sentirnos a gusto, en un mundo aparte, sin conflictos, sino que da a entender, por el contrario, que se revela en la condición humana con sus contradicciones.
De este amor fiel nos habla el Evangelio de hoy.
J. Garrido

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