11 enero 2016

Reflexión al Evangelio de hoy, 10 enero



Fco. Javier Goñi, cmf
Queridos hermanos:
Hoy comienza el tiempo ordinario. Hace apenas unos días contemplábamos al Niño-Dios, adorado por los Sabios de Oriente, y ayer mismo dábamos un salto para contemplarle treinta años después siendo bautizado en el Jordán por Juan. Durante 30 años el niño ha ido creciendo “en gracia y sabiduría” y ha ido descubriendo su misión y su identidad como “Hijo de Dios”, que ayer mismo quedaba confirmada con aquella revelación de lo alto: “Tú eres mi Hijo amado…”.
Hoy Jesús comienza su misión. Se sabe Hijo amado del Padre y se sabe enviado para anunciar la Buena Noticia de su Amor y llamar a todos a convertir el corazón: y comienza a hacerlo. Con ello, el tiempo ordinario se inicia con el ministerio público de Jesús.
Como siempre, la riqueza de la Palabra de Dios puede sugerir muchas cosas, según la realidad que vivimos y según el corazón que la recibe. A mí, el Evangelio de hoy me deja resonando algo que parece que fue esencial para Jesús: la necesidad de una comunidad que compartiera con El la misma misión. Y en efecto, inicia su predicación invitando a los primeros discípulos a seguirle…

Y es que, entonces como ahora, no es posible vivir el Amor salvador del Padre ni transmitirlo a otros si no es en comunidad. No se puede ser cristiano en solitario; menos aún, testigo del Evangelio y misionero. Es en comunidad como se experimenta y se vive la presencia del Señor, la Acción del Espíritu y el Amor del Padre; es en comunidad como se escucha y discierne la llamada de Jesús a cada uno; es en comunidad como se responde a la misión encomendada, anunciando la Buena Noticia, llevando las Bienaventuranzas a los que más sufren, invitando a la conversión, llamando a otros a unirse a nosotros…
Quizá nuestra cultura, excesivamente centrada en el yo e individualista, nos ha llevado a vivir la fe, la llamada y la misión en una clave solipsista. Lo podemos ver en muchas cosas: en espiritualidades vividas en solitario, en tantos fieles que se conforman con ir a misa y hacer sus prácticas devocionales sin vivencia comunitaria alguna, o en tantos que dicen ser creyentes pero no practicantes, sin participar para nada en la vida de la Iglesia.
¡Con lo hermoso que es saberse parte de alguna comunidad concreta, amar a los hermanos y preocuparse por ellos, sentirse parte de la Iglesia, la local y la universal! Y es que solo en el amor fraterno se escucha de verdad la voz del Señor, presente en medio de la comunidad: Alegraos, el Reino está cerca, venid y veréis, convertíos y creed en el Evangelio…

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