16 enero 2016

La misa del Domingo: 17 enero

Domingo II del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
17 de enero de 2016
Isaías 62, 1-5.
Sal 95, 1-2a. 2b-3. 7-8a. 9-10a y c
Primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 4-11

Evangelio según san Juan 2, 1-11
La Palabra de Dios que nos ofrece hoy la liturgia nos introduce en el tiempo ordinario, después de la celebración del Bautismo del Señor, y lo hace con la tercera epifanía, la tercera manifestación de Jesús como Mesías Salvador. La primera fue en el tiempo de Navidad, con la adoración de los Reyes de Oriente como signo de la universalidad del mensaje salvífico; la segunda en el Bautismo en el Jordán, donde Dios da testimonio de Jesús como su Hijo querido y enviado. Hoy asistimos a la tercera manifestación, que será la primera de otros muchos signos que confirmarán la presencia eficaz del Reino entre nosotros. Como nos recuerda el evangelio, «Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él». Las palabras antes anunciadas, se expresan ahora con hechos que transforman la realidad.
DIOS OPTA POR SU PUEBLO
Esta presencia de Dios que transforma la realidad y la vida de las personas, no es algo nuevo. En la primera lectura vemos un fragmento, de los muchos que tiene el Antiguo Testamento, donde de Dios renueva su alianza y actualiza su promesa con las bellas imágenes del matrimonio. Dios se declara, como un enamorado, a esa tierra abandonada y devastada —su pueblo —, prometiéndole una vida junto a ella que la llenará de alegría, de esplendor y de belleza.
Nosotros, cristianos «viejos», quizá deberíamos volver a retomar el amor primero que nos profesó un día nuestro Dios, a cada uno personalmente. Volver a ser conscientes de su promesa, de su fidelidad, activaría nuestra esperanza en las perores situaciones, en los momentos más difíciles.
SU OPCIÓN PASA POR TOMAR PARTE —Y CARNE— EN LA VIDA DE LOS OTROS
Y esto, no por el recuerdo de una infancia creyente que nos anestesie de los problemas que podamos tener, sino porque hemos experimentado cómo Dios no defrauda. Quizá no según nuestros deseos, quizá no al tiempo que desearíamos, el caso es que Dios, no defrauda. Su palabra, su promesa, no es un fantasma, sino que se encarna. Toma parte en nuestra vida. Primera manifestación de esto, es el tiempo que hemos celebrado en la Liturgia: la Navidad. Ella nos ha mostrado como la Palabra es eficaz cuando se encarna, no según nuestros parámetros y expectativas, sino a su modo y manera. En su pobreza y limitación.
SIEMPRE SUPERA TODO, AUN CUANDO LAS COSAS MARCHAN BIEN
Expresión de ello, es también el relato de las bodas de Caná. Momento que nos revela muchos detalles de cómo y de qué manera actúa Dios o podemos dejarle actuar.
De manera telegráfica podemos pensar:
• Jesús estaba invitado a una boda: un momento feliz en la vida del pueblo. Nos habla de esa presencia de Dios en nuestra vida en todos y cada uno de los momentos; más allá de los malos, en los que siempre contamos con él o le echamos la culpa por pasarlos. ¿contamos siempre con Jesús?
• Jesús estaba con su Madre y sus discípulos: Jesús pocas veces actúa en soledad. Siempre hay alguien de los suyos que se convierte en testigo, o en mediador.
• Jesús, más allá de las prerrogativas de la persona que más le podía querer —su madre, al decirle que no tenían vino— sabe cuándo actuar. Cuestión que nos indica dos cosas: 1º que la petición por las necesidades de los demás nunca está de más; es signo de confianza, de cercanía. 2º, que él sabe cuándo debe actuar y cómo… más allá de nuestros modos y maneras.
• María da la clave para posibilitar a Jesús transformar la realidad: al decir «haced lo que él os diga». Esto nos habla de una continua actitud de discernimiento, de docilidad y de obediencia. Qué difícil son estas tres cosas cuando se trata de Dios.
• Jesús posibilita que la fiesta continúe, sin haberse tenido que parar. Esto es interesante. Siempre pensamos que Dios debe actuar —o recurrimos a él— cuando las cosas no van bien. El caso es que, según lo leído, las cosas no estaban mal, sí corrían ése peligro, pero no estaban mal. Jesús siempre eleva nuestro bienestar, siempre ayuda a mantenerlo. No hace falta pasar desgracias para experimentar su misericordia.
• Jesús sigue con su misión. Jesús, bien había podido quedarse en Caná. Allí había triunfado, allí ya era reconocido, por mucho o pocos. El caso es que él no se detiene. Cuanto más se mueva, más se entenderá el Reino, que es él mismo, en sus palabras y hechos.
Que este primer signo realizado por Jesús nos anime a todos a implicarnos, a encarnarnos en los problemas y la vida de la gente. Que allá donde estemos demos soluciones a los problemas que tengan, aportemos esperanza y alegría. Que nuestra presencia y la del Espíritu en nosotros sea tan eficaz como lo fue en Jesús, para convertir nuestra vida y signo del Reino que él comenzó.
Santiago García Mourelo

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