Tiene gran importancia este relato de Jesús en la sinagoga de Nazaret, su pueblo, al comienzo de su vida apostólica, proclama que se siente “ungido por el Espíritu”, que el Padre le ha enviado para anunciar la buena noticia a los pobres, a oprimidos, a los desgraciados de este mundo”. (Lc 4, 16-21). Es el anuncio de su misión salvadora, que escuchan sus vecinos que le conocen desde siempre y también sus primeros discípulos, que le siguen desde hace aún unos días.
Es el mensaje que hoy recibimos nosotros. Jesús anuncia que va a acercarse en primer lugar a los pobres, a los que sufren, hacia los despreciados, a las violencias de hombres y mujeres con sus vidas arruinadas. Quiere ayudarles a vivir la vida verdadera según pensada por Dios, Padre de todos.
Nosotros conocemos estas realidades en nuestro mundo, también cercanas a nosotros. Jesús anuncia que Dios va a actuar a través de él, para eso le ha ungido con su espíritu y le ha enviado. Jesús llama hoy también a que le sigan quienes quieran participar con él en su misión de presentar la Noticia de Dios y trabajar por realizarla.
No podemos nosotros pensar que la llamada de Jesús, se limita a que vengamos aquí y que ocupemos un lugar en el templo, nos reunamos todas las semanas, como decía alguno: ”entre cánticos e himnos espirituales”. Para eso no envía Dios a su Hijo al mundo. Sin duda que nuestra misión de cristianos requiere algo más. Este encuentro semanal es el momento en que la comunidad cristiana nos encontramos con él, él nos da su luz, su fuerza para vivir, para seguir con fidelidad hoy su vida reflejada en el evangelio, con sus sentimientos y emociones, con los gestos de salvación que él ha escogido.
Porque hay algo claro en este mensaje de Jesús. A Dios no le agrada, que en este mundo unos hombres hagamos sufrir a otros. Dios siente el dolor, el sufrimiento de los oprimidos y envía a su Hijo para presentar la Buena Noticia y poner remedio. Pensémoslo, Jesús nos interpela hoy a todos con estas palabras suyas pronunciadas en la sinagoga de Nazaret que hoy hemos escuchado nosotros.
Nosotros conocemos, que en la vida en la que vivimos, hay personas que afrontan situaciones difíciles, realidades parecidas a éstas que Jesús denuncia, donde se espera ver personas con una conducta íntegra, que ayuden a vivir. Participamos de la tristeza de muchos al convivir en una sociedad tan triste y desorientada, que tiene como único verdadero valor fundamental de sus vidas el ganar dinero, en el fondo, causante de tantas injusticias.
Lo que Jesús presenta en su vida, que encontramos en el evangelio, es lo más humano y liberador que se puede ofrecer a cualquier persona. Para esto nos llama a sus seguidores, a los que nos llamamos cristianos, para poner vida por los que sufren, para ayudar a los que viven con problemas, devolver la dignidad a los pecadores y gentes marginadas, acercarnos a los enfermos, ancianos, prometer felicidad a todos, especialmente a los que sufren, a los pobres, llamar a todos a vivir como hermanos.
Es cierto, que este programa de la actuación de Jesús al iniciar su vida apostólica, no ha sido siempre el de todos los cristianos. La teología cristiana y la predicación de la misma ha dirigido con frecuencia más su atención a ciertos pecados que a los sufrimientos de las personas. Se ha olvidado, se ha silenciado con mucha frecuencia las injusticias que provocan sufrimientos y se ha hablado y hablado de pecados que Jesús no mencionaba. Cuántas veces los sufrimientos humanos han quedado olvidados con el olvido y cumplimiento de la palabra de Jesús “amaos como yo os amo”.
Pero nuestra historia de cristianos, aunque con sombras, tiene también grandes luces, vidas heroicas entregadas con valor y generosidad al seguimiento de Jesús. Han sido un testimonio de esta tarea de salvación que vemos que asume Jesús, con cuatro pescadores del lago, de junto a su pueblo.
Este episodio de hoy de Jesús nos invita a pensar, que en la buena noticia, que Jesús presenta, hay una llamada a una fe no en cualquier Dios, sino en el Dios atento y presente en el dolor humano, que nos llama a descubrir cuál es el mal que ante todo Dios quiere que desaparezca hoy del mundo, nos llama para seguirle cada uno desde nuestra vida y nos da su Espíritu para cumplir también nosotros con fidelidad su misión.
Hay gentes hoy, lo sabéis, posiblemente también cercanas, que aunque a veces no lo digan, desde el fondo de su vida, quieren ver junto a ellos personas que no se doblegan ante injusticias, necesitan ver personas con poder moral, inflexibles a los abusos, al nepotismo, a la inmoralidad, a la corrupción, saben que sobornar es torpe, que la corrupción es una forma vil de incrementar injusticias, quieren ver personas que se conmueven ante los que sufren, que se acercan a mitigar sufrimientos y que se enfrentan con decisión a sus causantes, quieren ver verdaderos testigos de la palabra de Jesús, de su vida.
Todos vivimos hoy rodeados de muchos que sufren y a los que se puede aliviar, se les puede curar en sus sufrimientos, y se pueden y deben suprimir las injusticias que padecen. Jesús gritaba: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” y hagamos justicia.
Comencemos por aceptar esta palabra, que Jesús nos dirige hoy, dejarnos convencer por ella, decidámonos a obrar en consecuencia, y en el mundo, poco a poco sí, pero seguirá implantándose el Reino de Dios, que es Reino de justicia, de amor y de paz.
Jesús sigue presente en nuestra vida, a pesar de nuestros pecados, Él es la gran luz que nos ilumina de verdad. Necesitamos su Espíritu, aquí venimos ante todo para recibirlo, dejémonos iluminar por él y seamos también nosotros luz en el mundo en el que vivimos.
En esto y en todo lo que a cada uno Dios nos sugiera, nos invitan a reflexionar las palabras que hemos oído que decía Jesús al comenzar su misión salvadora.
José Larrea Gayarre
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