Hoy es domingo 10 de enero, Celebramos el Bautismo del Señor
La oración tiene que ver ante todo con un encuentro, Un encuentro con uno mismo, con los otros y con Dios, buscador incansable de relación y de alianza. El que sabe algo de desierto, de deseo y de escucha. Vas haciendo algo de oración. Y empieza por reconocer: es la palabra de otro y no la propia la que se oye en el silencio del corazón.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 3, 15-16. 21-22):
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.»
En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.»
El pueblo, dice el evangelio, estaba a la expectativa. No sólo ayer, también hoy. Seguramente eso es lo que nos une a todos, el deseo profundo de que las cosas en nuestro mundo, encajen un poquito mejor. ¿Qué ámbitos de tu vida y de tu entorno, te gustaría que se abriesen a la esperanza y al futuro?
Sorprende ver a Jesús dejándose bautizar, asumiendo lo más débil de la condición humana. Precisamente por eso, podemos presentarle sin miedo nuestra fragilidad, nuestras incoherencias, nuestros desánimos. Él puede generar nueva vida en medio de todo eso. ¿Dónde te gustaría sentir la fuerza de su espíritu?
Se escuchó una voz del cielo: tú eres mi hijo querido, mi predilecto. A menudo escuchamos en nuestro interior otras voces, llenas de desprecio, que nos dicen que valemos poco, que los demás hacen mejor las cosas. Frente a esas palabras duras, que nos van paralizando, escucha de nuevo esa voz del cielo. Tú eres mi hijo querido.
Ser cristiano es ante todo sentirse criatura amada y bendecida. Esa fue la experiencia fundante de Jesús. Al leer de nuevo el texto, deja que esa voz, que llega de lo alto, resuene con fuerza en tu interior.
Dice el evangelio que mientras Jesús oraba, se abrió el cielo, es decir, desapareció todo lo que impedía la comunicación con Dios. También tú puedes ahora comunicarte con él. Habla con Jesús con confianza, sintiéndote, como él, incondicionalmente querido.
Dios nos eligió, para mostrarnos, unos a otros, el rostro del amor de Dios. Somos el vocabulario de Dios. Palabras vivas para dar voz a la bondad de Dios con nuestra propia bondad. Para dar voz a la compasión, la ternura, la solicitud y la fidelidad de Dios con las nuestras propias.
Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana, repitiendo en tu interior, una y otra vez, ese anhelo: Señor, ayúdame a sentir tu bendición…; Señor, ayúdame a sentir tu bendición…
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