Termina la semana y nos encontramos con los discípulos en medio del lago. Embarcados. De noche. El viento decide salir de su refugio y empieza a montarse sobre las olas. Viene la tormenta. Y el miedo. Si alguno conoce el lago de Genesaret quizá le haya tocado verlo en un día apacible. Es un paisaje encantador, casi idílico. Pero suficientemente grande como para que las tormentas sean terribles. Y más con los medios de la época. Y más todavía si pensamos que la barquichuela de los discípulos no sería gran cosa. Pero por allí pasa Jesús y les invita a confiar: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.”
Decía que estos días los Evangelios nos planteaban una especie de resumen de lo que significa ser cristiano. Este Evangelio de hoy tiene también su importancia. El lago y la barca han sido desde hace mucho tiempo uno de los símbolos favoritos del mundo y la Iglesia. La barca de la Iglesia, la barca sencilla del pescador Pedro, tiene que navegar entre los peligros de un mar que a veces es tranquilo y apacible y otras veces es terrible y peligroso. En una barca no hay un lugar seguro al que agarrarse. Sobre todo, si las olas son más altas que la misma barca. La barca se mueve sin parar y la sensación es que no hay esperanza ni forma de llegar a buen puerto.
Hoy podemos sentir nuestra vida amenazada. Y la vida de la misma Iglesia. Algunos parece que todo lo que ven son peligros, tan terribles que parece que estamos abocados a un final desastroso y sin salida.
Frente a los profetas agoreros, no tenemos más que la figura de Jesús que pasa cerca de nosotros y nos dice: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.” Él es el que nos hace seguir navegando seguros, seguir practicando la fraternidad, seguir abriendo la mano a los hermanos y hermanas de la humanidad sin excluir a nadie porque todos somos hijos e hijas de Dios. A veces nos encontramos con problemas, con conflictos. De la Iglesia con la sociedad. También dentro de la Iglesia, a veces en nuestra comunidad o en nuestra familia. Todo se arreglará desde el diálogo y el amor y la misericordia. Y recordando muchas veces las palabras de Jesús: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.”
Fernando Torres Pérez, cmf
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