24 noviembre 2015

Historiar el Adviento

Adviento es, tanto litúrgica como vivencialmente, el tiempo de preparación a la Navidad. Los cuatro domingos de Adviento nos disponen a recibir al Señor en su encarnación, la corona verde con cuatro velas de colores simboliza este tiempo de espera hasta Navidad.
Pero tanto los fieles como los mismos celebrantes quedan desconcertados cuando, al comienzo del Adviento, se nos habla del fin de los tiempos y de la venida gloriosa del Hijo del hombre, cuando el primer prefacio de Adviento nos recuerda las dos venidas del Señor, la venida humilde en la carne y la gloriosa al nal de los tiempos. Las mismas oraciones litúrgicas entrecruzan las dos venidas del Señor y nos exhortan a la vigilancia, para que, cuando llame a la puerta, nos encuentre velando. ¿Cómo explicar este doble significado del Adviento?
La explicación de esta dualidad nace en parte de la etimología pagana de “adviento” (en griego parusía) que se refiere a la visita de una divinidad a sus eles y de la presencia oficial de un personaje ilustre o un emperador. La Iglesia cristianiza esta palabra y utiliza la palabra Adviento para contemplar el conjunto de los tiempos mesiánicos que comienzan con el advenimiento de Jesús en la carne y se consuman con su venida gloriosa al n de los tiempos, la parusía escatológica.

Ciertamente los personajes centrales de la liturgia del Adviento (Isaías, Juan Bautista, María y José) nos preparan para el misterio de la encarnación y el nacimiento de Jesús, pero no podemos perder de vista el horizonte escatológico final. Por esto Adviento es tiempo no solo tiempo de paciente espera sino de esperanza teologal.
Pero tanto teológica como pastoralmente hemos de complementar y actualizar este tiempo que nos dispone a la doble venida del Señor, historizándolo, como lo hacen los mismos Padres de la Iglesia. El que vino hace 2000 años en la humildad y la pobreza (semel) y el que vendrá glorioso al nal de la historia (cras), es el que viene ahora, cada día (quotidie), a nuestra vida personal, eclesial y social.
¿Qué importa que haya nacido Jesús en Belén, se pregunta Orígenes, si no nace hoy en tu corazón? Juan Bautista nos invita a preparar hoy los caminos del Señor, allanar montes y rellenar valles. Jesús viene hoy, también de forma desconcertante, en los pobres (vicarios de Cristo), en los emigrantes que mueren en el Mediterráneo, en los niños víctimas de la guerra de Siria, en las mujeres esclavizadas, en las familias desahuciadas por no pagar sus hipotecas, en el desastre del cambio climático. Los bellos textos litúrgicos que nos hablan de que el desierto florecerá, nos invitan a una nueva visión de la tierra.
Y esta historización del Adviento es tan importante que no podremos prepararnos realmente a la Navidad ni a la parusía del Señor si no le descubrimos hoy tanto en la cotidianidad y vulgaridad rutinaria de cada día como en la novedad imprevista de los acontecimientos en la Iglesia (la nueva primavera eclesial del Papa Francisco, el Año de la Misericordia) y de la sociedad (el clamor de los que creen que otro mundo es posible). A la esperanza del Adviento hay que añadir el discernimiento de espíritus, el discernimiento de los signos de los tiempos.
El tiempo oportuno (kairós) no es solo el que pasó y el que vendrá, es el hoy de cada día. El presente actualiza la venida del Emmanuel y nos prepara para acoger el futuro de la venida gloriosa del Señor. El Adviento nos prepara para estas tres venidas del Señor, la de ayer, la de hoy y la de mañana.
¡Ven, Señor, no tardes! ¡Ven, Señor que te esperamos!
Víctor Codina, sj

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