DOMINGO XXXIV TO (B)
22 de noviembre de 2015
22 de noviembre de 2015
Rey del universo y Señor de nuestras vidas
Estamos celebrando la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Este es el último domingo del año litúrgico. El próximo domingo, con el Adviento, comenzaremos un nuevo año litúrgico.
Cuando termina un año, en la vida social, es costumbre hacer resúmenes del año que concluye. Si tuviéramos que hacer un resumen de este año litúrgico sería obligado hablar de Jesucristo. Jesús es nuestro Señor, el fundamento de nuestra fe, lo mejor que tenemos los cristianos. Para nosotros todos los acontecimientos de la vida y de la historia adquieren significado en Jesucristo.
Jesús es el testigo de la verdad
De Jesús decimos que es el camino, la verdad y la vida; la luz que ilumina la vida de cada día; el pan que alimenta nuestra fe; la fuente donde brota vida verdadera; el testigo de la verdad. Esto último es lo que acabamos de escuchar en el evangelio de este domingo.
Durante este año has podido rezar con estas palabras o quizás hayas rezado con palabras parecidas: “Señor creo pero aumenta mi fe”; “Ten piedad de mí, Señor, que soy un pecador”; “Señor… ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida”; “Señor… tú sabes que te quiero”.
Al inicio del Año de la Misericordia
Como sabéis, el Papa Francisco ha propuesto que celebremos un “Año de la Misericordia” que dará comienzo dentro de pocas semanas con la fiesta de la Inmaculada.
No podemos olvidar que la Misericordia es el mejor atributo de Dios y se ha manifestado de manera plena en Jesucristo. El autor de la carta a los Hebreros dice de Jesús que es misericordioso y digno de fe. “Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y digno de fe para las relaciones de Dios”. Jesús es digno de fe porque es creíble y porque nos ayuda a crecer; Jesús es misericordioso porque es compasivo y comparte nuestra vida.
La Eucaristía nos acerca a la Misericordia
La Eucaristía subraya el amor misericordioso de Dios. Si recordáis lo primero que hemos hecho, al comienzo de esta Eucaristía, es confesar nuestro pecado y pedir al Señor su misericordia. Después hemos escuchado la Sagrada Escritura, historia de la misericordia de Dios con nosotros y en el imperativo del amor al prójimo. Vamos a celebrar la muerte de Jesucristo crucificado, para que, recibiendo su Espíritu, podamos vivir como discípulos suyos. Pediremos que el Reino venga y lo pedimos estableciendo como criterio «así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Comeremos el cuerpo y la sangre de Cristo, sacramento. Al final de la Eucaristía recibiremos la bendición de Dios para poder ser misericordiosos y testigos creíbles del Señor.
Koldo Gutiérrez, sdb
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