05 mayo 2015

VI Domingo de Pascua: Homilía

Aunque en el calendario nos quede lejos la Navidad, podemos recordar que, cuando el Hijo viene a ser totalmente uno como nosotros, lo es por la respuesta afirmativa de una mujer de entre los nuestros, María, y que viene, además, a vivir su humanidad como todos, sin distinguirse, pero desde el lugar que ocupan y desde el modo de obrar de aquellos que muchas veces no esperamos que sean ellos quienes muestren a Dios y con el testimonio de aquellos cuya palabra no cuenta: extranjeros y pastores.
Sin embargo, el impulso y el apasionamiento de los que conocieron a Jesús, y le reconocieron resucitado, se ve fortalecido por el Espíritu Santo que no puede dejar de hacerse presente en toda persona que busca a Dios: “Dios no hace distinciones”. Su amor es para todos, incluso para aquellos que no lo esperan o hasta lo rechazan. Él ama incondicionalmente. Escuchando el Evangelio de Juan, podemos pensar que, cuando Jesús habla de “elección”, lo hace también hoy para nosotros, no sólo para sus discípulos. Hoy esta palabra es para todo el que pueda y quiera escuchar. “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí, y os llamo amigos”. ¡Qué palabra para subrayar¡: AMIGO. Todo lo que sé del amor lo sé porque vivo el amor de mi Padre. Jesús habla del Dios que es AMOR.
De niños y jóvenes, en la catequesis o en casa, nos han dicho muchas palabras sobre Jesús: es el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios, el Emmanuel…. Y también nos han dicho: “Jesús es tu amigo”. ¡Somos amigos¡ ¡Él quiere ser nuestro amigo¡ ¡Quiere ser mi amigo¡ Y yo, ¿estoy dispuesto a ser de “sus amigos”?
La amistad verdadera se fragua a lo largo de la vida. No es automática ni es interesada. Es gratuita, totalmente. Tanto, que puede ser preludio de la máxima expresión de amor: dar la vida por otro. El amor de los padres se expresa plenamente en que “dan la vida por sus hijos”. Jesús da la vida por nosotros, y además es nuestro amigo.
Jesús, con su Padre y el Espíritu Santo, eligieron estar con nosotros. Ellos tienen el deseo de que el amor triunfe en nuestro mundo y, como quien va primero por delante -“primereando”-, nos pide “dar fruto” y que “nos amemos unos a otros”. Las dos cosas juntas, inseparables. ¿Cuál es el fruto del amor? Más amor, AMOR con mayúsculas.
Estamos avanzando en nuestra Pascua y sabemos que “amarnos unos a otros, como yo os he amado” necesariamente pasa por la cruz, las cruces de cada día. Él dio su vida por todos nosotros. ¿Cómo saber que amamos como Él nos amó? ¿Cómo saber que nuestro fruto durará? ¿Cómo sabernos amigos de Jesús? Si estamos disponibles para cargar la cruz que salva, la cruz elegida por amor, igual que Él nos eligió. Igual que Él eligió ser uno como nosotros y llevar en Él a toda la humanidad a su plenitud. A todos si distinción. Porque Dios no hace distinciones.
Juan José Tomillo González, sj

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