Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados.
Una
mujer que, siendo joven, tiene la reflexión de una anciana
y, en la vejez, trabaja con el vigor
de la juventud.Una
mujer que, si es ignorante,
descubre los secretos de la vida con
más acierto que un sabio y, si es instruida, se acomoda a la
simplicidad de los niños.
Una
mujer que, mientras vive no la sabemos estimar porque a su
lado todos los dolores se olvidan, pero, después de muerta, daríamos todo lo que somos y todo lo
que tenemos por recibir de ella un solo abrazo.
De
esa mujer no me exijáis el nombre. ¡Es la madre!
(Mons.
R. A. Jara).
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