20 marzo 2015

Perspectivas para una renovación



Todo cristiano, deseoso de reconocer en la vida el puesto que José ocupa en el evangelio, no puede menos de estar de acuerdo en que en la teología y la devoción relativas a san José “es preciso efectuar un cambio de muchos grados y entrar de lleno por los senderos bíblicos”. El retorno a la Escritura es necesario para superar las construcciones doctrinales caducas, para juzgar las formas de culto e insertarlas en el plano global de la salvación, para corregir las desviaciones por exceso o por defecto. Comoquiera que el gran peligro que amenaza a la presencia de José —igual que a la de María— en la iglesia es la pérdida de significado en el nuevo contexto cultural, será preciso confrontar nuestras “concesiones antropológicas y los problemas que derivan de ellas” (MC 37) con la figura del santo, tal como la propone el evangelio. En otras palabras, la renovación del culto y la doctrina sobre san José tendrá todas las de ganar si entra por los caminos indicados en la Marialis cultus, asumiendo la nota trinitaria, cristológica y eclesial y siguiendo las “orientaciones bíblicas, litúrgicas, ecuménicas y antropológicas” (MC 25-39). De este doble movimiento de retorno a las fuentes bíblicas y de atención a las exigencias eclesiales de nuestro tiempo depende el futuro del pensamiento y del culto relativo a José. Naturalmente, el proceso de renovación y recuperación no ha de entenderse como camino racionalista, cortado por la experiencia de fe y por la comunión con la comunidad eclesial. De modo especial no habrá de excluir a los pertenecientes a la cultura popular, que en su simplicidad y profundidad de fe son los más aptos para sintonizar con José y comprenderlo
Sin descender a la aplicación separada de cada uno de los criterios de renovación enumerados, nos urge tenerlos presentes globalmente al exponer las líneas orientadoras en el campo de la reflexión teológica y de la respuesta cultural por lo que respecta a san José.

  1. LA FIGURA BÍBLICA DE JOSÉ EN SU SIGNIFICADO VITAL PARA NUESTRO TIEMPO.
Los cristianos de hoy que se acercan a los evangelios, posiblemente ayudados por las aportaciones de la exégesis, tienen la oportunidad de descubrir una figura inédita de José, en nada semejante a ciertos estereotipos tradicionales. Caen en la cuenta de algunos datos grandemente funcionales en orden a la superación de enfoques erróneos o ambiguos:


  1. a) José: un verdadero padre, aunque no generador.
Puede que la dificultad de caracterizar sin equívocos la paternidad de José para con Jesús haya impulsado a varios autores a orientarse a su condición de verdadero esposo de María para establecer sus prerrogativas y misión. “Él es el esposo de María —exclamaba en 1700 G.B. Bovio—, lo cual basta para suponer en él cualquier perfección. En este nombre de esposo de María santísima se resumen las dotes más singulares y las virtudes más heroicas que pueda tener una simple criatura”. Incluso en nuestro siglo, A. M. Lépicier afirma que el matrimonio de José con la madre de Dios “es la razón y el fundamento de todas las dignidades y privilegios de este santo patriarca”.
El recurso a la Escritura nos coloca ante la comprobación de que está directamente orientada a exponer quién es Jesús. A través de los relatos de los evangelios de la infancia, “Lucas ha querido hacernos comprender que Jesús es Cristo Señor, el Hijo de Dios, la luz de las naciones”, y Mateo ha pretendido representarnos a “Jesús en su calidad de Cristo, de mesías… No obstante la impresión contraria de una primera lectura apresurada, el contenido es ante todo cristológico; los persona)es que aparecen y desaparecen de la escena son figuras menores de ambientación y disposición”. Según esta finalidad primaria de los evangelios, la definición más auténtica de José no se toma de su relación con María —si bien esto conserva un notable valor—, sino de su relación a Jesucristo, centro del plan salvífico: “José es aquel por medio del cual Jesucristo es engendrado [virginalmente] como hijo de David”.
Indudablemente, el matrimonio de José con María tiene su importancia porque hace posible la paternidad legal de José, además de exigir una elevada santidad en ambos cónyuges. Sin embargo, es una realidad funcional en orden a la inserción de Cristo en el pueblo de la alianza y a su revelación como “hijo de David” (Mt 1,1; Lc 1,32). Jesús es, en último análisis, la fuente y el fin de la misión y santidad de José.
No es tarea fácil para los teólogos determinar en qué consiste la paternidad de José. Se han avanzado varios calificativos: padre putativo, adoptivo, legal, nutricio, virginal.., aun estando convencidos de que la paternidad de José no se puede encasillar en ninguno de ellos. El acercamiento a la biblia nos pone frente a una concepción de la paternidad diversa de las corrientes en la cultura occidental. Encontramos el reconocimiento como hijos legítimos de los nacidos de la relación del marido con la esclava, cedida a él por la mujer a fin de tener descendencia (Gén 30,1-13). También la ley del levirato considera perteneciente a un padre diverso del real el hijo nacido de la viuda y el hermano del marido difunto (Gén 38,8; Dt 25,5-6). La paternidad de José se inserta en una tradición semita, que relativiza la generación biológica en favor de una paternidad real en otro plano. El relato de Mateo autoriza a concebir a José como padre de Jesús, aun manteniendo el hecho de su concepción virginal, en un sentido que no encuentra categorías occidentales idóneas para expresarlo. R.E. Brown opta por la expresión “padre legal” como “designación mejor que la de padrastro o padre adoptivo”. En efecto, “no es que José adopte como hijo suyo a otro, sino que reconoce como hijo legítimo propio al hijo de su mujer haciendo uso de la misma fórmula con la cual otros padres judíos reconocían a sus propios hijos legítimos”. Esto ocurrió en el caso de José mediante el ejercicio del derecho paterno de imponer el nombre al niño: así lo reconoce como propio y se convierte en su padre legal (Mt 1,21.25). Quizá hoy el psicoanálisis pueda ayudar a expresar la verdadera paternidad de José cuando invita a evitar “la confusión entre padre y genitor. Le bastan tres segundos al hombre para ser genitor. Ser padre es una aventura… Existen sólo padres adoptivos”. Sin desconocer el hecho de ser genitor responsable, esta perspectiva psicológica valora la función de José, que podría ser llamado en sentido profundo padre (adoptivo y legal) de Jesús sin ser su genitor.

  1. b) José: un esposo más allá del “eros”.
Este dato resulta incontrovertible en los evangelios de Mateo y Lucas, que describen los dos momentos del matrimonio judío: los esponsales o noviazgo, que convierten a María en “esposa prometida” de José (Lc 1,27; Mt 1,18), y las nupcias o introducción de la esposa en la casa del esposo (Mt 1,24). José realiza los actos legales prescritos por el derecho entonces en uso: consiente en admitir a María en su casa como esposa (Mt 1,20-24) e inicia una vida de convivencia virginal con ella (Mt 1 18.25). Si la iconografía se ha complacido en representar a José como un anciano con generosas entradas que custodia la virginidad de María, nada en los evangelios autoriza semejante representación. José no aparece en él como un “eunuco”, frío protector de una esposa ajena, sino como “compañero ideal de vida, guía seguro y amoroso, defensa y sostén en todas las eventualidades de una existencia difícil, vivida en la pobreza y a veces a merced de las persecuciones. Cuando, en Lucas, María se dirige al niño de doce años diciéndole: Mira, tu padre y yo te buscábamos angustiados, la expresión deja intuir una unión profundísima, que el dolor común llena de ternura. Nada de frío o convencional en la vida de Nazaret”. José está, pues, ligado con un vinculo indisoluble con su esposa María; vinculo aceptado con un consentimiento explicito y una actitud de obediencia de fe ante un misterio que le ha sido revelado por Dios. Su matrimonio comporta una convivencia con María que resulta paradójica y difícil de creer para cuantos conocen la fuerza humanamente irresistible del eros. Se trata, en efecto, de un matrimonio vivido en la virginidad, de una comunidad de vida que implica un amor profundo, pero no orientado al sexo y a la generación. Es una situación conyugal nueva, anticipo de la condición escatológica (Lc 20,35), cuya función es de suma actualidad en el mundo contemporáneo: “El carácter virginal del matrimonio de José y María, p. ej., conserva aún su significado purificador y a la vez normativo en un mundo en el que las exigencias de la sexualidad se exaltan de tal manera que hacen olvidar la exigencia más esencial de una comunión de espíritus y corazones”.
Si el matrimonio pone directamente en relación a José con María y los une de un modo único por expresa voluntad de Dios, es evidente que constituye un fin intermedio y un medio en orden al misterio de la encarnación y a la relación de José con Cristo. “Este matrimonio —afirma santo Tomás— fue ordenado especialmente a recibir la prole”, es decir Jesús, al que se puede llamar en el contexto histórico-salvífico “el fruto de aquel matrimonio”. Cristo es, por tanto, el motivo final del matrimonio de José y María, que asume el carácter de opción virginal por Cristo y por el reino de los cielos.

  1. c) José: una vida al ritmo de Dios.
El contacto con el evangelio descubre, por encima de los títulos que la tradición ha atribuido a José la prerrogativa fundamental de éste según el plan de la salvación: “padre” de Jesús (Lc 2,27.33.41.43.48), “esposo de María” (Mt I,24, Lc 1,27) “hijo de David” (Mt I 20, Lc 1 27) “hombre justo” (Mt 1,i9). Esta última expresión, con la que Mateo caracteriza la personalidad de José, lleva a su recuperación como modelo en un contexto de comunión con los justos de la antigua alianza. La palabra justo, “profundamente arraigada en la espiritualidad judía del tiempo, evoca la rectitud moral, la adhesión sincera a la práctica de la ley, la afectividad religiosa totalmente orientada hacia Dios”. Podríamos decir que José es justo en cuanto hombre profundamente religioso, que no se arroga el derecho de intervenir en el plan de Dios sin recibir una vocación. JUSTO/QUIEN-ES: Es el hombre que respeta en silencio el misterio y se deja guiar por Dios. “El hombre justo —afirma H. Cazelles— es el que vive y camina de acuerdo con Dios, que da la vida y conduce al mundo. El justo camina por los senderos de Dios, a su ritmo, podríamos decir”. ¿Qué es lo que necesita el mundo actual y los mismos cristianos preocupados por actuar, sino un modelo de hombre religioso y místico, como José, que busca ante todo sintonizar con el Dios de la salvación? JOSE/IMAGEN-DELA-I: Este aspecto fundamental de san José es aceptado en el campo ecuménico, al menos en K. Barth, que en una entrevista ha afirmado: “Del mismo modo que soy hostil al desarrollo de la mariología, me muestro favorable al de la josefología. Porque José, a mi entender, realizó con Cristo la misma tarea que debería ejercer la iglesia. Soy consciente de que la iglesia romana prefiere parangonar su misión a la más gloriosa de María. Ella ofrece al mundo su mensaje de la misma forma con que la Virgen nos ha dado a Cristo. Pero la comparación engaña. La iglesia es incapaz de alumbrar al Redentor, pero puede y debe servirle con humildad y modestia. Y ésta fue precisamente la misión de José, que se mantiene siempre en segundo plano dejando toda la gloria a Jesús. Tal debe ser la función de la iglesia, si queremos que el mundo descubra de nuevo el esplendor de la palabra de Dios”. Aparte del exagerado contraste entre José y María, como si ésta no se hubiese declarado una pobre “esclava del Señor” (Lc 1,38), y no obstante la reducción eclesiológica minimista de la maternidad de la iglesia, la declaración de K. Barth muestra cómo José es una figura que hace posible un consenso ecuménico. En él, según lo presenta el evangelio, no hay pretensión alguna de poder, sino una autoridad familiar servicial, a veces obligada a huir debido al poder sanguinario de Herodes. Por lo demás su humilde oficio en un oscuro pueblo de Galilea le hace objeto del desprecio de los pueblos circunvecinos y accesible a los trabajadores y marginados. José en su existencia terrena aparece vitalmente abismado en la adoración de Dios, en el que confía totalmente, y al mismo tiempo dedicado a diario al duro trabajo manual: un ejemplo de fe inserta en la monotonía de lo cotidiano, dispuesta siempre a ponerse en camino, ya hacia las incomodidades de Belén y del destierro en Egipto, ya a las metas festivas de Jerusalén o la vuelta a la kenosis nazaretana. De esta espiritualidad de José están sumamente necesitados los cristianos de hoy.

  1. RENOVACIÓN DEL CULTO A SAN JOSÉ.
Varias prácticas de piedad han surgido en el curso de los siglos en honor de san José: la devoción de los siete dolores y gozos, el culto perpetuo, el sagrado manto, el mes de marzo y todos los miércoles, letanías, oraciones, novenas… Tal cúmulo de oraciones dirigidas a san José induciría a los cristianos de hoy a oponer un neto rechazo a todo ello, considerándolo un peso y clasificándolo como devocionalismo que complica la vida. Un comportamiento responsable asume, en cambio, un doble cometido:

  1. a) Interiorización y equilibrio.
El Vat II amonesta sabiamente: SANTOS/DEVOCION: “Enseñen a los fieles que el auténtico culto a los santos no consiste tanto en la multiplicidad de los actos exteriores cuanto en la intensidad de un amor práctico, por el cual, para mayor bien nuestro y de la iglesia, buscamos en los santos el ejemplo de su vida, la participación de su intimidad y la ayuda de su intercesión” (LG 51). Aplicándolo a san José hay que preferir, a la acumulación de fórmulas de oración, la profundidad de un afecto fraterno hacia él en un contexto de comunión, estima y confianza. En esta relación personal que se hace posible cuando el sentido del contacto con el mundo de los bienaventurados no está atrofiado, se insertan las actitudes clásicas de la imitación y de la oración unidas en un necesario equilibrio. Si san José es únicamente aquel al que se ha rezado para que alcance con su intercesión las gracias de la salvación, se corre el riesgo de anular el reto que nos lanza su vida. Si, en cambio, el santo es sólo motivo inspirador de conducta cristiana, se corre el peligro de despersonalizarlo y reducirlo a una función. Veneración orante y aceptación de su ejemplaridad deben caminar juntas, en un equilibrio que será dictado por la norma evangélica y por el carisma de los individuos y de los grupos.

  1. b) Renovación e impulso creador.
Para que las formas cultuales en honor de san José, transmitidas por el pasado y características de las distintas épocas, puedan aceptarse en nuestro tiempo, han de someterse a una seria revisión. Siempre que sea necesario, hay que librar a esas oraciones de una concentración en el santo que no se resuelve en el culto de la Trinidad. Es necesario también que adquieran un contenido bíblico y una dimensión eclesial. Sobre todo hay que tener en cuenta la liturgia, que es “cima y fuente” (cf SC 10) de la vida de la iglesia evitando que piedad popular y culto litúrgico sigan caminos paralelos. Finalmente, el lenguaje y los contenidos de las oraciones dirigidas a san José han de estar en consonancia con la teología, con la vida de la iglesia y con la cultura local. Ritos, cantos y prácticas de piedad del pasado aportarán sus valores en el presente, con tal de que ofrezcan un rostro renovado.
Sería, sin embargo, señal de exigua vitalidad un culto de san José que no encontrase modos y formas nuevos. El impulso creador desembocará en resultados satisfactorios si se descubre la figura de san José a la luz de la biblia y de la experiencia espiritual cargada de sentido para la vida cristiana y rica de estímulos para la solución de los problemas de la comunidad contemporánea. Lo que queda señalado ofrece algunas pistas para una recuperación de la presencia de san José en la vida de la iglesia. Él no ocultará a Cristo ni a la Virgen, su esposa, porque dice relación a ellos en una actitud de amor y servicio. En particular el culto a María, si por su parte ayuda a una renovación de la devoción a José, recibirá también de ésta nuevo impulso para una función humilde a la par que eficaz de servicio y para un sentido más vivo de la comunión de los santos.
S. DE FIORES
DICCIONARIO DE MARIOLOGIA.
Págs. 1004-1009
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