Al caer este domingo entre dos grandes fiestas, bien podríamos calificarle como de domingo de transición. Por tanto nos viene muy bien para repasar y repensar, para meditar, para penetrar y empaparnos en el mensaje navideño.
Del evangelio de hoy podemos fijarnos en algunas frases. Por ejemplo en “el Verbo (la Palabra) se hizo carne” o “vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. La Palabra se hizo carne, es decir, se hizo hombre, “pisó barro, entró en la historia, en lo más humano de la historia como es la pobreza de la marginación en Belén”. No se disfraza de humano, ni solamente se parece al ser humano, sino que se hace carne, se encarna, no se limita a un maquillaje. A nosotros nos cuesta vivir este misterio de la encarnación, porque supone comprometerse y nosotros somos reticentes al compromiso.
El Papa insiste repetidamente que la Iglesia, que nosotros, los cristianos, debemos salir a las periferias. Esto es, desplazarnos, descender del centro a la periferia “tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo”, acercándose a los enfermos, a los mendigos, a los débiles. Hacerse carne significa llegar a la gente, acompañar a la gente, bajar a la calle.
Jesús, Dios –al encarnarse- se humanizó. Por eso se preocupó tanto de los enfermos y de los pobres. Nosotros, en cambio, con cierta frecuencia, tendemos a subrayar lo divino sobre lo humano con el peligro de infravalorar lo humano.
El actual Papa sostiene que el centro de la Iglesia es “volver a Jesús y recuperar la frescura original del evangelio”. Pero hay algo más, de este Papa se dice que ha trasladado el centro de la religiosidad. Ese centro “ya no está dentro de la basílica de San Pedro, sino en las televisiones de casi todo el planeta, entre la gente, en sus visitas a los barrios pobres, en su cercanía al sufriente humano”.
Encarnación la practicamos cuando se hace frente a los problemas, cuando se vive donde se lucha, donde se construye la vida. Lo explicaba gráficamente el jesuita, José María Llanos quien tanto trabajó en levantar, en sacar adelante el barrio Pozo del Tío Raimundo de Vallecas. Este solía comentar, ante tanta gente que llegaba a verle a él y a conocer el barrio, solía comentar: muchos vienen a visitar el barrio, pero pocos se quedan o se comprometen a trabajar con sus manos. Simplemente visitaban las obras, no las hincaban el diente. Recordaba cómo en el rosario primero está el misterio de la encarnación y en segundo lugar el de la visitación. Nosotros cambiamos el orden: damos más importancia a la visitación que a la encarnación.
En el texto evangélico de hoy leemos también: ”Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Esto sucedió hace aproximadamente dos mil años. Los judíos no acogieron a Jesús. Ante el gesto de acampar entre nosotros, la respuesta fue áspera. Que por nuestra parte protagonicemos una acogida, una recepción responsable y cariñosa.
“Gracias por ser de carne, hecho de amores, de luz y sangre.
Gracias porque eres niño, porque eres hijo de nuestra madre.
Gracias porque eres niño, porque eres débil, porque eres frágil”.
Gracias porque te encarnaste, gracias porque te hiciste nuestro compañero de viaje.
Josetxu Canibe
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