Queridos amigos y amigas:
Después de la celebración de la Epifanía, estamos en los últimos días del tiempo de Navidad. La Palabra, en las dos lecturas de hoy, sigue presentándonos a Jesús como la luz que viene de parte de Dios a iluminar toda oscuridad, a la vez que nos recuerda el camino que se abre cuando le acogemos, que es el camino del amor.
En el Evangelio, tras los pasajes leídos los días anteriores en los que Jesús aparecía anunciando la Buena Noticia y haciendo signos del Reino que viene a traer, hoy aparece retirándose al monte a orar. Es algo que debía hacer frecuentemente: en medio de su actividad desbordante y de su convivencia con los doce, buscaba sus momentos para parar la vida, estar en soledad, orar al Padre… y desde ahí volver al trajín del día a día.
En paralelo, sus discípulos están pasando un momento difícil: en mitad de la noche, con el viento en contra… en otros pasajes paralelos de los evangelios dice que el mar estaba muy agitado. Todo un signo de un momento incontrolable, donde lo más valioso corre peligro, donde el miedo paraliza la vida. Y aparece Jesús. Y les dice: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Y su presencia clama el viento. Y la travesía de la vida continúa.
Los discípulos de Jesús de todos los tiempos pasamos también por momentos de oscuridad, de viento contrario, de perder el control. Por eso nos viene bien volver a escuchar al Señor que nos dice: “no tengáis miedo”. Porque su presencia calma el corazón y redimensiona las dificultades, desde el horizonte que da la eternidad desde la que nos habla, acoge y alienta.
En medio de nuestra vida agitada, estamos invitados a buscar, como el Maestro, nuestros espacies de soledad, donde parar la vida y ponernos, junto a Él, ante el Padre, por medio del Espíritu. Para decirle con sus palabras: “hágase tu voluntad” o, en el silencio de cualquier noche, recibir el aliento que sólo su presencia puede dar en medio de cualquier tempestad.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez CMF (luismanuel@claretianos.es)
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