Denuncia la cultura del descarte y el «silencio cómplice» ante la persecución religiosa. «Ha llegado la hora de construir juntos la Europa que gire no en torno a la economía, sino de los valores inalienables».
El Pontífice se ha referido a los miedos y los errores del Viejo continente, animando a no perder de vista el rumbo esencial: «construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía sino a la sacralidad de la persona humana».
Del mismo modo que Juan Pablo II en su discurso de 1988 puso delante de la Eurocámara la dura realidad de los países del Este, el primer Papa americano se concentró en recordar que las instituciones políticas están al servicio de las personas y no de los intereses económicos.
Yendo directamente a lo esencial, les recordó que «en el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en el hombre, no tanto como ciudadano o sujeto económico, sino en el hombre como persona dotada de una dignidad trascendente».
Las erradas comprensiones de los derechos humanos
En su brillante discurso, pronunciado en italiano, el Papa les previno con claridad frente a «errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos» como «la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico».
Otro error es que «el concepto de derecho ya no se asocia al de deber, igualmente esencial y complementario», por lo que consideró vital «profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común».
Pasando al plano concreto de la política, el Santo Padre hizo notar que «esa soledad se ha agudizado por la crisis económica» y constató que «en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes».
En tono muy fuerte denunció «algunos estilos de vida un tanto egoístas, caracterizados por una opulencia insostenible y a menudo indiferente respecto al mundo circunstante, y sobre todo a los más pobres»
Cultura del descarte
Con un aplauso atronador, los eurodiputados rubricaron otra denuncia, la del economicismo que convierte a las personas en elementos de producción o de consumo hasta que,«cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer».
Por eso, con palabras muy claras les recordó que «ustedes, en su vocación de parlamentarios, están llamados también a una gran misión, aunque pueda parecer inútil: Preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la "cultura del descarte"».
El Papa aseguró que «una Europa capaz de apreciar las propias raíces religiosas, sabiendo aprovechar su riqueza y potencialidad, puede ser también más fácilmente inmune a tantos extremismos que se expanden en el mundo actual, también por el gran vacío en el ámbito de los ideales, como lo vemos en el así llamado Occidente, porque es precisamente este olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia».
Persecución religiosa
En la misma línea realista, el Papa volvió al escenario de la política europea para invitarles a servir a la democracia con hechos pues, si no, «se corre el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma… y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político».
Para mantener las democracias, continuó el Papa, es necesario «evitar que su fuerza real sea desplazada ante las presiones de intereses multinacionales no universales, que las hacen más débiles y las trasforman en sistemas uniformadores de poder financiero al servicio de imperios desconocidos. Este es un reto que hoy la historia nos ofrece».
Con toda confianza, propuso a la Eurocámara «invertir en la persona humana», empezando por «la educación, a partir de la familia, célula fundamental y elemento precioso de toda sociedad. La familia unida, fértil e indisoluble trae consigo los elementos fundamentales para dar esperanza al futuro». Un enésimo aplauso manifestó buena acogida a su propuesta.
Ecología humana
Según el Santo Padre, «el respeto por la naturaleza nos recuerda que el hombre mismo es parte fundamental de ella. Junto a una ecología ambiental, se necesita una ecología humana, hecha del respeto de la persona, que hoy he querido recordar dirigiéndome a ustedes».
«No se puede tolerar que el Mediterráneo se convierta en un gran cementerio»
La Eurocámara reaccionó con otro aplauso emocionado cuando el Papa puso el dedo en otra llaga: «Es igualmente necesario afrontar juntos la cuestión migratoria. No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio. En las barcazas que llegan cotidianamente a las costas europeas hay hombres y mujeres que necesitan acogida y ayuda».
«Europa será capaz de hacer frente a las problemáticas asociadas a la inmigración si es capaz de proponer con claridad su propia identidad cultural y poner en práctica legislaciones adecuadas» que tutelen los derechos de los europeos, agregó En ese sentido, también les pidió que garanticen "a acogida a los inmigrantes, para lo que pidió «políticas correctas, valientes y concretas» que ayuden a los países emisores en lugar de «políticas de interés». «Es necesario actuar sobre las causas y no solamente sobre los efectos», dijo el Papa.
Trabajo
Bergoglio también manifestó su preocupación por el desempleo en la región y dijo que «es hora de favorecer las políticas de empleo, pero es necesario sobre todo volver a dar dignidad al trabajo, garantizando también las condiciones necesarias para su desarrollo», A continuación, apeló a «buscar nuevos modos para conjugar la flexibilidad del mercado con la necesaria estabilidad y seguridad de las perspectivas laborales».
La identidad de Europa
La última parte de su larguísimo discurso hizo referencia a la «identidad cultural» de Europa,en la que se basa su fuerza, y que permitirá jugar un papel frente a los conflictos y frente al terrorismo internacional.
Como conclusión, el Papa dijo a los eurodiputados que «ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente».
En tono vibrante insistió en que «ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad».
El discurso había durado casi una hora, pero los eurodiputados seguían con pasión sus palabras. Al final, como un resorte, se levantaron y le dedicaron una larguísima ovación en pie.
Tras esta intervención, el Papa se ha dirigido a la sede del Consejo de Europa, ante cuya asamblea parlamentaria ha pronunciado otro discurso en el que ha insistido en esta misma defensa europea de los valores innegociables.
Discurso íntegro
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