30 noviembre 2014

Domingo I de Adviento

DOMINGO DE LA I SEMANA DE ADVIENTO
LA VIGILANCIA

FIN: Emplazar a que la comunidad descubra la vigilancia como un quehacer del momento presente en el que vive. Hacer que el objeto de la vigilancia, que está puesto en el futuro, no nos haga despreocuparnos de la situación concreta en que vivimos vigilantes.
DESARROLLO:
1.- Partir del deseo de salvación que se manifiesta en la comunidad. 

2.- Este deseo ardiente de salvación es iluminado por Cristo.
  • —  El Salvador no está a nuestro alcance inmediato. 

  • —  La salvación que esperamos puede aparecer en cualquier momento. 

  • La vigilancia es la actitud y el quehacer de los que 
desean eficazmente la salvación. 

TEXTO:

1. El deseo de salvación.
La lectura de Isaías nos manifiesta y describe una situación normal del hombre. ¿Quién no se ha encontrado desterrado, sembrado de soledad y de contradicciones, enraizado en la fragilidad? Andamos extraviados del camino, con el corazón endurecido, marchitados como follaje de otoño, bamboleados por la fuerza del viento como una hoja seca. Somos como un utensilio de arcilla que, de tumbo en tumbo, se ha ido rajando y rompiendo. 
En medio de esta situación de exilio en que vivimos, surge de nuestro corazón un grito desgarrado y lleno de esperanza a la vez: «¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!» (Is 63, 19). De esta manera los creyentes reconocemos que la salvación nos viene de Dios como una fuerza que nos empuja a salir de esa situación.

Sin embargo, esta plegaria tiene el peligro de hacernos creer que para salvarnos tenemos que acudir a una fuerza exterior que actúa sobre nuestra propia existencia. Podemos llegar a pedir que se nos arranque de esta situación actual, por medio de una intervención especial, milagrosa, que nos proporciones el gozo de encontrar ya todo hecho y sin esfuerzo. Con esta actitud manifestamos que queremos seguir siendo los eternos menores de edad que esperan recibir todo, sin esfuerzo, de la mano generosa de su Padre. ¿Acaso no estamos esperando muchos de nosotros un Salvador que nos deslinde las fronteras de la luz y las sombras, que nos aplane los inmensos montes de nuestra contra- dicción, de la duda, de la inseguridad?
¿Es éste el Salvador que esperamos? ¿Son cristianas todas estas actitudes?
  1. «Lo digo a todos: velada (Mc 13, 37).
La actitud ingenua, sostenida a veces hasta con buena voluntad, de esperar que nos lo den todo solucionado, es corregida por Cristo.
  1. a) Ante el deseo de un salvador para todos y de repente, Cristo aleja de nuestra existencia el momento de su venida: «Mirad, vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento» (Me 13, 33). El hecho de que percibamos a Cristo como Salvador es un motivo más de preocupación humana. «Velad», se nos dice, pues no sabemos cuándo vendrá aquel que nos ha de salvar: si por la tarde, a media noche o al amanecer. Cristo nos deja desprovistos del recurso a una fácil salvación y nos enfrenta a nuestro propio destino.
  2. b) La fe en la salvación se traduce en la actitud cristiana de la vigilancia. La salvación es algo que está aún por venir; pero hay que andar vigilantes porque también está ya presente. En cada vuelta de la esquina podemos encontrarnos con una sorpresa, cada momento es tiempo oportuno, toda hora está preñada de epifanía, de revelación del poder salvador de Dios. «Velad»; estemos atentos para detectar los movimientos del Espíritu de Dios en nuestro espíritu.
  3. c) De ahí que la vigilancia cristiana sea un quehacer, una tarea; no es una tarea estática mirando hacia un horizonte perdido sobre el que se asomará una gran luz. Cristo desplaza la vigilancia del futuro al presente. Ella es una mirada a lo inmediato, una atención al segundo que palpita, un tomar el pulso a la realidad. De esta manera huimos del idealismo y de la utopía. El vigilante auténtico no es aquel que sentado en la calle espera que pase el rico para recibir la limosna de un rocío destilado del cielo. El creyente es aquel que es capaz de encontrar en la piedra reseca de la Historia el rocío de la salvación ofrecida por Dios.
La vigilancia del hombre sensato consiste en cumplir la tarea que nos ha encomendado el Salvador en quien creemos. Conforme lo vamos realizando, nos vamos salvando. Es un quehacer urgente: hay poco tiempo. No se puede dormir, ni andar despistados. ¿Cómo podemos permitir ya que todo en la vida nos siga sorprendiendo? Nuestra vigilancia debe inspirarse en la de aquel siervo que trabajó tanto que fue capaz de doblar los valores que le había concedido su Señor (Mt 24, 24-30).
«Sales al encuentro de quien practica la justicia y se acuerda de tus caminos» (Is 64, 4).
Cristo pretende, pues, desorientarnos de una falsa espera, y nos centra en el hoy, realizado con fe; su vida está centrada en la obediencia de Dios, cuya Palabra le marca el camino de su vida. En el recorrido de este camino El va consiguiendo la salvación. De tal manera que cuando llega la hora decisiva de la salvación, no le pilla desprevenido. A Cristo no le sorprende ni la muerte ni la resurrección.
Celebramos en esta Eucaristía la salvación de Cristo, que siendo don de Dios, sin embargo, El mismo trabajó para conseguirla y realizarla. Quienes celebramos esta acción salvadora, veamos si antes hemos alcanzado esta salvación por la vigilancia operante de la vida.

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