Hoy es 24 de octubre, viernes de la XXIX semana de Tiempo Ordinario.
Ha llegado el momento. Ese de tratar de buscar calma. Pero una calma activa, la calma que apaga los ruidos de fuera y me deja concentrarme en estar contigo, Señor. Me preparo para escuchar lo que me quieres decir. Sé que tú regarás mi vida para que sea fértil, si es que me dejo empapar de tu palabra.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 12, 54-59):
En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: “Cuando veis subir una nube por el poniente, decís en seguida: “Chaparrón tenemos”, y así sucede. Cuando sopla el sur decís: “Va a hacer bochorno”, y lo hace. Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito, haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último céntimo.”
Hoy Jesús nos invita a estar atentos para percibir y leer los “signos de los tiempos”, es decir, para escuchar las llamadas que Dios nos hace a través de los acontecimientos. Jesús echa en cara a sus contemporáneos, que, mirando al cielo, sean capaces de interpretar los signos que indican si va a llover o va a hacer calor, sin embargo, no quieran leer y sacar conclusiones de los signos salvíficos que están viendo, y que indican que Dios ha visitado a su pueblo, y el Reino de Dios va abriéndose camino en el mundo. Signos claros de la acción salvadora de Dios Jesús y su mensaje y las curaciones extraordinarias que realiza. Pero ellos no quieren enterarse. Jesús les dice: “Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?” Son hipócritas porque Dios está desplegando ante ellos la gran oportunidad de salvación, y ellos lo están viendo, pero se hacen los despistados porque no les interesa verlo. ¿Cómo fue posible, Señor, tanta ceguera y ofuscación en aquella gente ? Y yo, ¿no actúo así a veces? Cuando tú, Señor, me llamas a cambiar de vida me hago el despistado, porque prefiero continuar con mi forma de vida espiritual vulgar y rutinaria. Y entonces invento mil pretextos para justificar mi no-respuesta a tu llamada. Como tus contemporáneos, Señor, ¡qué hipócrita soy! Perdóname.
A pesar de todo, Jesús sigue esperando respuesta de aquella gente, y les insta a que no desperdicien el momento y tomen una decisión pronta. En la parábola de los que van a juicio, se presenta el mismo Señor. Es él el que les “pone pleito”. Y con esta parábola viene a decirles: si no reaccionáis antes de llegar al tribunal de Dios, podéis perderos para siempre. Como aquellas muchachas insensatas que esperaban la llegada del esposo, pero se dedicaron a dormir y cuando pretendieron entrar al banquete, ya era tarde. Es el peligro que tenemos también nosotros. Dar largas y esperar convertirnos en el último momento. Y entonces, ¿tendremos tiempo? Hemos de procurar cambiar de vida y de modo de pensar y de obrar“mientras vamos de camino”, mientras tenemos tiempo. Señor, que no demos más largas, que “lleguemos a un acuerdo” -que nos reconciliemos con Dios y con los hermanos- mientras nos “dirigimos al tribunal.” Sin esperar más.
También hoy, a nuestro alrededor, hay muchos “signos” –que si miráramos con ojos iluminados por la fe- veríamos que son llamadas de Dios: un acontecimiento familiar, una desgracia, el encuentro con una persona, una enfermedad, el ejemplo de alguien, una lectura, el problema de un hermano…, ¿no son oportunidades y llamadas de Dios a la conversión y a tomarnos más en serio nuestro compromiso cristiano? Lo que ocurre es que – como los del tiempo de Jesús – en las cosas del mundo nos las damos de espabilados y que desde lejos las vemos venir, pero en las cosas de Dios que nos exigen cambios o renuncias, nos hacemos los sordos y distraídos y no queremos reconocer que son gracias y oportunidades de salvación que nos da Dios. Y nos cerramos a sus llamadas. San Agustín decía: “Tengo miedo que el Señor llame a la puerta, y yo no le abra”. Señor, que nosotros también tengamos miedo de no abrirte.
El Señor sabe que cuando se trata de temas importantes que tocan partes esenciales de mi vida, surgen mis miedos, mis dudas, mis dificultades. Es momento de compartirlas con él, de mostrárselas y ponerlas en sus manos.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.
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