01 octubre 2014

Hoy es 1 de octubre, miércoles de la XXVI semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 1 de octubre, miércoles de la XXVI semana de Tiempo Ordinario.
Jesús me cita un día más y me invita a quedar con él. Dentro de la rutina de mi día a día, ahora es el momento. Despejo mi mente. Respiro pausadamente y hago silencio en mi corazón. siento su presencia que me inunda, me envuelve, me acompaña. Él está aquí, muy cerca, muy dentro de mí.
La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 9, 57-62):
En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, le dijo uno: «Te seguiré adonde vayas.»
Jesús le respondió: «Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»
A otro le dijo: «Sígueme.»

Él respondió: «Déjame primero ir a enterrar a mi padre.»
Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios.»
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia.»
Jesús le contestó: «El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.»
Hoy el Evangelio nos habla del seguimiento. En este breve pasaje de Lucas vemos a tres  personas que responden de distinta manera a la llamada del Señor. Uno toma, por sí mismo, la decisión de irse con Jesús: “Te seguiré adondequiera que vayas.” Buena definición de la vocación: irse con Jesús adonde quiera que vaya. Así, sin condiciones, dispuesto a correr la misma suerte que él. Lo único que le importa es estar con Jesús, ser su amigo, estar a su total disposición. Pero el Señor le advierte que no se haga falsas ilusiones: “El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.” De modo que irse con Jesús es quedar a la intemperie, ponerse en camino sin posibilidad de instalarse en ninguna comodidad ni seguridad, dispuesto a correr la misma suerte que el Maestro. Como Francisco de Asís,  que renuncia a todo, para ser pobre con Cristo pobre y vivir según la forma del santo evangelio. Señor, ¿cuándo me arriesgaré yo a seguirte así, “adondequiera que vayas”, sin condiciones?
Hay otros dos que están dispuestos a seguir a Jesús, pero con condiciones: lo harán, pero cuando acaben lo que tienen entre manos. A uno lo invita Jesús: “Sigue.” El está dispuesto, pero con una condición: “Déjame primero ir a enterrar a mi padre.” Y un tercero que pide tiempo para despedirse de la familia. El Señor les advierte a ambos que el seguimiento no se puede dilatar, y dice al primero. “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios”. Y al segundo: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios.” Suena a exigencias inhumanas en el que ”fue tan humano, como sólo Dios puede ser humano”, como dice san León Magno. Pero Jesús con estas expresiones duras pretende subrayar con trazo fuerte la radicalidad y prontitud con que hay que seguirle. Enterrar al padre era un buen acto de misericordia, y despedirse de la familia era un acto loable. Pero ahora lo urgente es anunciar el reino de Dios, y esto está por encima de todo y no admite excusas ni demoras. San Agustín comenta: «El Señor, cuando prepara a los hombres para el Evangelio, no quiere que interpongan ninguna excusa de piedad temporal o terrena, y por eso dice: `Sígueme y deja a los muertos que entierren a sus muertos´» ¿No soy a veces, Señor, como éstos: indeciso, pensándome bien las cosas, dando largas a la respuesta a tu llamada, y hasta mirando atrás, añorando lo que he dejado? Señor, que no demore más la respuesta. Y nada de mirar atrás: que camine siempre mirando al frente, mirándote a ti, que vas delante marcando el sendero.
Hoy pienso, Señor, en las muchas veces que te he dicho “sí”  y he comenzado a caminar contigo con decisión y entusiasmo. Pero con los años ¡cómo se ha ido apagando aquel  entusiasmo!  Y he vuelto al apoltronamiento, hasta instalarme en el cómodo ir tirando. Escucho, una y otra vez, tus llamadas a la conversión, a cambiar de vida, a entregarme con más generosidad al servicio de Dios y de los hermanos,  pero ahí sigo, dando largas. Señor, que cada día haga un alto en el camino, para, en la oración, ponerme a la escucha atenta y reposada de tu llamada. ¿Si no me pongo a la escucha, cómo percibiré tus llamadas?… Despiértame, Señor, sácame del sueño de la tibieza en la que dormito.
Lee de nuevo este pasaje de Lucas. E imagina un Jesús firme, respondiendo de forma enérgica y clara. Dejo resonar en mi interior aquellas respuestas con las que más me identifico.
Termino este tiempo de oración dando gracias por este día. Recojo todas aquellas sensaciones y sentimientos que me han resonado con más fuerza en este rato contigo y te las ofrezco. Jesús, te pido fortaleza para salir y dejar atrás la seguridad. Para confiar en ti y en tu proyecto de reino y seguirte. Amén.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.

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