30 octubre 2014

Comentario al Evangelio de hoy, 30 octubre

Fernando Torres Pérez, cmf
       Vamos a ser sinceros. El miedo al que dirán nos paraliza mucho más de lo que nos gustaría reconocer a nosotros mismos. Todos tenemos muy en cuenta a la hora de tomar una decisión lo que los demás pueden pensar o decir o valorar. Y, seamos de nuevo sinceros, muchas veces no hemos hecho lo que creíamos o estábamos convencidos de que debíamos hacer, por temor a la reacción de los demás. ¿Qué significa eso? Muy sencillo: que no somos libres. Los temores humanos y el qué dirán no nos dejan hacer lo que en nuestro fuero interno creemos que debemos hacer. Es decir, que somos esclavos del qué dirán. 

      Jesús, por el contrario, es un hombre libre. Tiene una misión. Es consciente de ello. Y toma las decisiones oportunas. Ni siquiera la amenaza a su vida le hace torcerse un milímetro de su camino. Como profeta, sabe que tiene que subir a Jerusalén. Es la ciudad donde mueren los profetas. O mejor, donde son asesinados. Jesús va a morir asesinado porque los israelitas no son capaces de escuchar la verdad. No quieren escuchar la buena nueva de la misericordia de Dios. Están empecinados en que son los propietarios de la verdad y no admiten que venga nadie a corregirles. No escuchan a Dios sino que ellos determinan lo que Dios puede decir o no. Y además lo interpretan. Por eso, rechazan a Jesús. 
      Pero Jesús no se deja impresionar. Va a seguir su camino. Con su muerte dará testimonio del amor del Padre para todos los hombres. Con su muerte sellará su fidelidad y la verdad de su mensaje. 
      El hecho de que Herodes quiera matarle no le asusta. Seguirá su camino. Tampoco le ha importado antes que muchos de los que le seguían, le hayan abandonado. Jesús se mantiene firme. Ha hecho su apuesta por el amor de Dios y ha puesto su confianza en él. La mejor razón para vivir se convierte en la mejor razón para vivir. Lo bueno es que Dios le responderá devolviéndole a la vida. Eso lo sabemos nosotros. Pero Jesús no lo sabía. Lo suyo era pura confianza. Y una enorme libertad. 
      Ojalá nosotros aprendiésemos a ser libres para dar testimonio del amor de Dios en nuestros ambientes. Sin preocuparnos del qué dirán. Sin miedo a que nos marginen. Porque lo más importante es el reino de Dios y su justicia. Y lo demás es todo accesorio. 

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