Fernando Torres Pérez, cmf
¿Alguno de ustedes se ha leído el “Catecismo de la Iglesia Católica”? ¿Entero? Me cuesta un poco creerlo. Son muchas páginas. En principio, no está mal el esfuerzo de hacer una síntesis de todo lo que es nuestra fe y nuestra moral. Pero al final, el deseo de ponerlo todo y de decirlo todo termina creando un libro de más de 1.000 páginas. Son muchas. Demasiadas, quizá. No puedo llegar a pensar que para ser buen cristiano haga falta leer, estudiar y asimilar todo lo que se dice ahí.
Es más. Ni siquiera sé si es fácil cumplirlo todo y al mismo tiempo. Tiene que haber un criterio que ordene todo lo que se dice en ese libro. Sobre todo, para no llegar a pensar que lo de ser cristiano es cumplir con un código de normas.
El Evangelio de hoy nos retrata la actitud de Jesús ante las normas religiosas. A Jesús le tocó vivir en un mundo que se había preocupado también por codificar su fe religiosa, por detallar las normas en que se concretaba ser fiel al Dios de Israel. Y llegaron a detalles muy concretos. Jesús, como buen israelita, conocía esas normas. Pero se las saltó siempre que quiso. No tuvo el más mínimo inconveniente. Es más, posiblemente esa fue la razón última de su muerte ajusticiado en la cruz. Lean los primeros capítulos de los evangelios sinópticos y verán confirmado lo que digo.
En el relato de hoy, los fariseos –los especialistas en normas de la época– ven cómo los discípulos comen espigas que cogen directamente del campo. Problema: era sábado. Y el sábado no se podía cosechar. Y técnicamente lo que hacían los discípulos era cosechar. Era pecado por tanto. Jesús les responde sencillamente que el Hijo del Hombre es señor del Sábado. Se pone por encima de la norma. Y nos da la clave para ésta y para todas las normas –también para las de nuestro “Catecismo”–: el bien de las personas es lo que da sentido a las normas, a cualquier norma. Nunca, nunca, hay que poner a las personas al servicio de la norma. Ahí es donde estamos –debemos estar– hoy los discípulos de Jesús: comprometidos en el bien de nuestros hermanos y hermanas. Como dijo Pablo VI, al servicio de toda la persona y de todas las personas. Todo lo demás está al servicio de esto. Todo.
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