Fernando Torres Pérez, cmf
Que no se puede meter el vino nuevo en odres viejos. Porque se rompen o se estropea el vino. Y lo de Jesús es un vino nuevo. En otras palabras, el Evangelio es algo nuevo y diferente sobre lo anterior. Más claro: que no tiene nada que ver con lo que habitualmente entendemos por “religión”.
Me explico. El sentimiento religioso nos hace temer a Dios. A Dios y a sus normas y leyes. Mediante la religión nos ponemos a bien con Dios. La presencia de Dios está básicamente en el templo. Y ahí es donde los fieles acuden para adorar a Dios, para ponerse en contacto con él. En su presencia los sacrificios y la penitencia tienen sentido. Allí hacemos oraciones, sacrificios, cumplimos normas, le adoramos. Así nos ganamos su benevolencia. Y, a largo plazo, conseguimos la salvación.
Lo de Jesús es diferente. Jesús nos habla de Dios como su Padre. Y nos enseña a tratarle como tal. Anuncia el Reino que no es algo que está en el futuro sino una forma diferente de relacionarnos con el Padre-Dios y entre nosotros. Jesús es el hijo de Dios pero su lugar ya no es el Templo, rodeado de incienso y velas. Está en nuestros caminos y en nuestras plazas. Se acerca a todos pero especialmente a los débiles y a los que sufren. Su mensaje es de perdón y reconciliación. Sana nuestras enfermedades y cura nuestras heridas. Nos invita a seguirle para construir, aquí y ahora, un mundo nuevo donde todos nosotros podamos vivir con la dignidad de los hijos de Dios. No se trata de hacer sacrificios ni largas horas de oración. No hay que hacer esas cosas para ganarse la benevolencia de Dios. ¡Su amor ya está con nosotros! Jesús nos lo dejó claro. Y también nos dejó claro que la relación con Dios no se hace directamente con él sino a través de los hermanos y hermanas, en el servicio humilde y desinteresado por su bienestar, por el Reino.
Es un vino nuevo que rompe nuestros esquemas viejos. Y nuestros odres viejos también. Lo nuestro no es una religión más. Es otra cosa. Hay que ir al Evangelio y encontrarse en directo con Jesús. Conocerle y amar su mensaje. Y hacer como él: estar cerca de nuestros hermanos, preocuparnos por su bien. Eso es construir el Reino. Y ese es el ministerio que tenemos que administrar: el ministerio de la reconciliación, del amor y el perdón de Dios.
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