Queridos amigos:
El seguimiento de Jesús nos lleva a tomar decisiones que afectan a la vida entera. Nunca ha sido fácil seguir a Jesús. Y así mismo fue desde los comienzos del cristianismo. En la carta a los cristianos de Corinto que hoy nos propone la liturgia Pablo intenta dar una respuesta a esta pregunta: ¿matrimonio o celibato, qué es lo mejor? Parece ser que los que proponían esta cuestión eran jóvenes solteros de ambos sexos –no muchos, seguramente– quienes ante el ejemplo del celibato de Pablo estaban ponderando adoptar esa posible opción de vida. ¿Se trataba de jóvenes que se habían comprometido más a fondo con la tarea de evangelización en Corinto y a los que Pablo consideraba como colaboradores suyos más directos? Es lo más probable.
El Apóstol parece sentirse como perplejo ante la respuesta que debía dar a esos jóvenes. Por eso comienza diciendo que no tiene mandato del Señor sobre el tema. Sólo puede ofrecer un consejo. Eso sí, basado en la experiencia de su misión apostólica y como hombre de fiar que es, por la misericordia de Dios. Más adelante dirá que también él tiene el Espíritu del Señor. Se trata pues de un consejo apostólico orientado a la misión.
El carisma o don vocacional que Dios da a cada persona es lo mejor para él o para ella. Y cada cual tiene derecho a dar a conocer las ventajas del camino elegido. Esto es lo que hace el Apóstol aquí, ni más ni menos.
La vida del cristiano está llena de desafíos. El primero de ellos es cómo conseguir la felicidad. ¿De qué forma el ejemplo de Jesús y sus enseñanzas me ayudan a ser feliz? ¿Puede un pobre ser feliz? Lucas pone en boca de Jesús estás palabras: “Dichosos los pobres porque vuestro es el reino de Dios”
Como anunció Jesús en la sinagoga de Nazaret los pobres escuchan la buena noticia de su liberación y se llenan de gozo. Ha comenzado “el año de gracia del Señor”, cuya finalidad es la nivelación social con el perdón de las deudas, la recuperación de los bienes empeñados y el regreso de la propiedad al seno familiar de todos los esclavizados.
La lucha y el esfuerzo por lograr este nuevo orden de cosas querido por Dios desde antiguo y puesto por Jesús como criterio fundamental, no se dará de manera pacífica. Jesús quiere prevenir a sus seguidores de las situaciones violentas, de persecución y de dolor que tendrán que experimentar a manos de quienes se oponen radicalmente a todo lo que signifique compartir los bienes. Jesús es la garantía de felicidad de todo aquel que escucha su palabra y la pone en práctica.
Yo recuerdo los primeros años de nuestro equipo misionero claretiano en el Departamento de Caaguazú en Paraguay allá por los años de 1980. Con cuánta alegría nos recibieron los campesinos y con cuánta prevención nos miraban las autoridades. En nuestras reuniones con la gente se escondían sus enviados (los famosos llamados en guaraní “pyragué”), cuya función era informar a las autoridades si nuestro evangelio era “bueno” o no; si éramos sacerdotes católicos o agentes de subversión. Para las autoridades de entonces rezar y cantar en la Capilla estaba bien, pero organizar comunidades cristianas era subversión.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano
Misionero Claretiano
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