Hoy es 7 de agosto, jueves de la XVIII semana de Tiempo Ordinario.
Hoy vas a orar con un texto que te interroga. Jesús quiere preguntarte, en la soledad y la paz de la oración, quién es él para ti. No es necesario que busques mucho, porque seguro que a ti, como a Simón Pedro, Dios Padre te lo ha ido comunicando. Y tú con certeza, lo vives cada día. Jesús llega a tu casa hoy y te llama dichoso.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 16, 13-23):
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías. Desde entonces empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenla que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tema que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»
Jesús lleva ya tiempo predicando. Le han oído en muchos pueblos y aldeas. Y parece que quiere saber qué idea se ha formado de él la gente. Pregunta a los discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” Ellos le responden que la gente piensa que es un personaje importante, pero no tienen las cosas claras: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.” Es decir, ven en Jesús un enviado de Dios como los del Antiguo Testamento, pero no llegan a captar su condición única de Mesías enviado de Dios. Es lo que ocurre a muchos hoy, Señor. Reconocen en ti un personaje extraordinario, el que ha dejado las huellas más profundas en esta tierra. Pero ahí se quedan. No llegan a dar el salto a la fe, a confesarte como su Dios y Señor. Ilumínales, Señor, que descubran quién eres tú en toda tu verdad.
Jesús, sin embargo, no quería que los suyos se quedaran donde la gente. Quiere que reafirmen su fe en él como Mesías. Y pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Hoy a nosotros el Señor nos hace la misma pregunta… Cuando a muchos cristianos nos preguntan quién es Cristo para nosotros, la respuesta suele ser más o menos ésta: Cristo es el Hijo de Dios, el que ha dado su vida por amor al hombre, el único capaz de llenar nuestra vida de sentido, el mejor amigo, el que llena nuestro corazón de felicidad, de gozo y alegría… Pero si nos lo pregunta el mismo Señor, ¿nos atrevemos a decir lo mismo? Y si lo decimos, ¿diremos la verdad? Porque una cosa es pensarlo y decirlo, y otra vivirlo… Señor Jesús, que viva lo que confieso de ti. Entonces, cuando hable de ti, no haré “propaganda” sólo, no recitaré una lección aprendida, sino que proclamaré lo que vivo, lo que he experimentado y llena de sentido mi vida.
Pedro, impetuoso como siempre, se hace portavoz del grupo y confiesa: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús lo felicita: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en los Cielos… Te daré las llaves del Reino de los Cielos”. Pero, cuando Jesús les explica que él, el Mesías, sube a Jerusalén donde va a padecer y ser ejecutado y resucitar al tercer día, Pedro se rebela y quiere apartarlo de ese camino, porque piensa que no es digno del Mesías: “¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte”. Jesús entonces lo rechaza con fuerza: “¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.” Antes Jesús lo ha alabado porque miraba las cosas con los ojos de Dios, pero ahora comprueba que Pedro sigue mirándolas con ojos de hombre, y ello lo convierte en un estorbo para el camino de Jesús. A Pedro le cuesta aceptar un Mesías sufriente, humillado, que va a ser ejecutado; él quiere un Mesías triunfador, atrayente, avasallador, como lo esperaban los judíos de su tiempo.. ¿No buscamos también nosotros un Cristo y un evangelio más atrayentes para el mundo…? ¡Como si fuera posible un Cristo, un cristianismo y un evangelio “a la carta”, sin sacrificio, sin renuncia, sin humillación, sin cruz! A Pedro, Señor, le reprochaste: «¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» Y a mí ¿qué me dices? Señor, ayúdame a cambiar mi modo de pensar tan mundano, y que me deje guiar por la lógica de Dios, que es la única que lleva a la Resurrección.
Tomad, Señor y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Vos me lo disteis, a vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta.
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