Hoy es 5 de agosto, martes de la XVIII semana de Tiempo Ordinario.
Te doy gracias Señor, por el día de hoy, con su carga de novedades y de rutinas. Te doy gracias, por el regalo que suponen en mi vida, cada una de sus horas de actividad, de reflexión, de encuentro con los otros. Lo pongo en tus manos, Señor. Todo el, con cada uno de los minutos de entusiasmo y de desaliento, de sufrimiento y de alegría que pueda contener. Y te pido tener calma en estos momentos para escuchar tu palabra y prestar atención al mensaje que llega a mis oídos, una vez más, para hacerse eco en mi vida.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 14, 22-36):
Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.»
Él le dijo: «Ven.»
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame.»
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?» En cuanto subieron a la barca, amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios.»
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto, y cuantos la tocaron quedaron curados.
“Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.” Ha sido un día de mucha actividad con los hombres, y ha llegado la hora del reposo y del encuentro con el Padre: necesita un espacio para estar a solas con él. Contemplemos la escena: Jesús, envuelto en la noche y la soledad, en conversación íntima con el Padre. ¿De qué le hablaría? Seguramente, de la gente que acababa de despedir, de cómo reaccionan ante su mensaje, de sus penas y alegrías, de sus problemas, y rogaría al Padre por ellos... Yo, Señor, quiero aprender tu lección. Quiero retirarme de vez en cuando para estar a solas con Dios, hablándole de mis ilusiones y cansancios, de la gente que quiero y me preocupa. Señor, que sienta necesidad de retirarme para hablar con el Padre. ¡Qué otra sería mi vida y mi entrega si lo hiciera!
Los que somos de Jesús no estamos libres de peligros y dificultades en la vida. Como los discípulos que navegan en la noche y se ven en apuros. Acaban de vivir con asombro gozoso la multiplicación de los panes y los peces. Ello ha acrecentado su entusiasmo, y el de la gente, por el Maestro. Pero ahora están solos en medio de la noche y del mar, el lugar del mal. Sin Jesús, experimentan lo escasas que son sus fuerzas. Pueden perecer. Pero al amanecer Jesús se les acerca, andando sobre el agua. Jesús va a al encuentro de sus amigos en la situación concreta de peligro en que se hallan; ellos no le reconocen y se asustan más aún, pensando que es un fantasma. El los anima: "¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!"… A veces, Señor, en la travesía del mar de la vida, nuestra barca se enfrenta a vientos contrarios, y nos parece que estamos solos, sin ti. Y muchos miedos se meten en nuestro corazón: miedo de nuestra debilidad, miedo de los problemas de la familia, miedo de la enfermedad, miedo a comprometernos…, miedo a tantas cosas. Entonces, Señor, necesitamos que vengas a nosotros y nos digas: “Animo, soy yo, no tengáis miedo.” Que, si vienes tú, Señor, todo se iluminará y se nos hará seguro. Y continuaremos navegando.
Pedro, como siempre, impulsivo y débil, dice: "Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua." Él le dijo: "Ven." Pedro… echó a andar sobre el agua…; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "Señor, sálvame.”… Jesús… lo agarró y le dijo: "¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?" Pedro amaba a Jesús, quería llegar pronto a él. Jesús lo invita: “Ven”, y Pedro, al oír su invitación, salta de la barca. Piensa que, si el Maestro camina sobre las aguas del mal, también él puede dominarlas. Pero al experimentar la violencia de las olas, Pedro temió y comenzó a hundirse. Mientras confió en el Maestro, vencía y caminaba sobre las aguas; pero cuando, ante la fuerza de las olas y el viento, dudó, comenzó a hundirse. Y es que la victoria sobre el mal no viene de nuestras fuerzas, sino de nuestra confianza y fidelidad al Señor.… Pedro, Señor, somos todos: cuando creemos firmemente y nos fiamos de ti, vencemos el mal, dominamos los problemas; pero, cuando dudamos de tu amor y de tu poder, todo se tambalea y nos hundimos. Señor, que aprenda la lección: aunque la noche sea oscura y el viento sea recio, y las olas golpeen fuertemente, que no dude de ti, que no tengas que reprocharme como a Pedro: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?"
Que la oración, Señor, me de la fuerza necesaria para descubrir tu presencia alentadora en mi vida. Tu cercanía radical a todos los hombres y las mujeres de hoy y que, con esa certeza esperanzada, sepa apartar mis miedos y dar un paso más hacia los otros. Un paso más hacia ti.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
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