Hoy es 3 de agosto, domingo de la XVIII semana de Tiempo Ordinario.
Tras una semana de actividad en la que quizás ha habido algún desencuentro inesperado, has sentido desolación, has acabado cansado o te has sentido tentado, te dedicas este rato de oración con la certidumbre que es Jesús quien realmente sustenta tu vida y te fortalece ante cualquier desorden, tentación, alejación de la verdad.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 14, 13-21):
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.» Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.» Les dijo: «Traédmelos.» Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
La Palara de Dios nos dice hoy por medio de Isaías: “Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde…”(1ª lect.) Y en el evangelio vemos que Jesús pone en práctica lo que anuncia Isaías. Un gran gentío se ha reunido en torno a él. Han llegado de todas partes. Al verlos, Jesús se compadece de ellos. Pero no se queda en la compasión, sino que cura a los enfermos, y les da de comer… ¡Cuánta gente sigue pasando hambre y hasta muere de hambre en nuestro mundo! Y ello a pesar de que se producen cada vez más alimentos. Dicen que de sobra para alimentar a todos los hambrientos y sedientos del mundo. ¿Qué ocurre? Que vemos a la gente hambrienta y ni nos conmovemos. Y si nos conmovemos, nos quedamos en la mera emoción, y no pasamos a la obra, a darles de comer, cosa que sí hizo Jesús.
El Evangelio de hoy –de la multiplicación de los panes y los peces- es programa para los seguidores de Jesús. ¡Qué inmenso gentío –millones y millones- con hambre de pan, pero también de otros tipos: de calor de hogar, de cultura, de cuidado sanitario, de justicia, de solidaridad, de compañía hay ante nosotros! Y ante tanta hambre, el Señor nos pide a sus discípulos de hoy, como en aquella ocasión a los Apóstoles: “Dadles de comer.” No importa lo mucho o poco que tengamos: hay que dárselo al Señor y dejar que él haga a partir de ahí. En aquella ocasión Jesús no quiso hacer las cosas sin contar con los discípulos. Para hacer el milagro partió de los cinco panes y los dos peces que tenían. Así ahora. Dios quiere partir de lo que le demos nosotros. Los discípulos querían que Jesús despachara a la gente para que se buscaran comida, porque no tenían más que cinco panes y dos peces. Pero Jesús con los cinco panes y los dos peces que tenían hizo que comieran todos hasta quedar satisfechos y aun sobrara. Si nosotros compartiéramos lo que tenemos, como los apóstoles, ¿no habría menos hambre en el mundo? ¿Qué “panes y peces” podemos poner a disposición del Señor nosotros, para que solucione el grave problema del hambre? Señor, que seamos sinceros y no nos escudemos en que es poco.
Jesús no solucionó el hambre del mundo. Como vemos, sigue habiendo gente que pasa hambre. Pero Jesús nos ha señalado el camino para la solución: compartir lo que tiene cada uno. Nosotros no podremos hacer milagros, como Jesús; pero sí podemos hacer mucho para mejorar esta sociedad y la penosa situación de muchas personas. Compartiendo lo que tenemos contribuiremos hoy al milagro de la multiplicación de los panes, como contribuyeron ayer los apóstoles. Ellos entregaron a Jesús lo que tenían, y él lo partió y lo dio a los discípulos para que lo distribuyeran. Y se saciaron todos y sobró. ¿Qué tal si todos nos arriesgáramos a poner a disposición del Señor lo que tenemos y, como los discípulos, lo diéramos a gente? ¿Y si lo hicieran las naciones y los pueblos? Habría menos gente hambrienta en nuestro mundo, sin duda... Y no olvidemos que sólo los que obran así, escucharán al final de los tiempos: "Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber". ¿Lo escucharemos nosotros?
San Agustín escribió: Señor, nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto y sin sosiego, mientras no descansa en ti. Es momento de comentar con el Padre que rincones de tu vida están secos de su presencia. Pídele que toda tu vida descanse en él. Que esta oración te pueda acompañar a lo largo de la semana. Repitiendo en tu interior, una y otra vez, ese anhelo: Señor, que toda mi vida descanse en ti…, Señor, que toda mi vida descanse en ti…
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