Queridos amigos:
A veces decimos que las desgracias nunca vienen solas. Son sucesos adversos que nos sobrevienen sin que tengamos mayor capacidad para evitarlos. Pero hay otro tipo de sucesos que fácilmente se concatenan, y no por pura casualidad, sino por clara decisión nuestra. Recordamos la historia de David: se había quedado en palacio, en lugar de ir al frente; desde la azotea vio a la mujer de Urías y sucumbió al deseo de gozarla; cuando ella le informó que esperaba un hijo, hizo volver a Urías del frente, lo mandó a su CASA una primera vez con la intención de que el guerrero hitita se uniera a su mujer y así quedara encubierto el pecado del rey; como no lo consiguió, al día siguiente emborrachó a Urías, pero este se quedó a la puerta de palacio y frustró de nuevo el plan de David; finalmente, decretó su muerte en el frente.
Con Herodes sucedió algo similar: el evangelista habla de un primer “crimen”: se desposó con su sobrina quitándosela a Filipo en vida de este; no sabemos si se lo reprochaba la voz de la conciencia, pero esa otra voz que clama en el desierto, la del Bautista, lo denunció públicamente. Y aquí continúa la cadena, no de desgracias, sino de malas conductas: primero amordazó voz tan molesta aprisionando a Juan; luego, concibió el deseo de matarlo; más adelante, instigado por Herodías y su hija, venció todo escrúpulo y temor, y mandó decapitar a Juan.
Un abismo llamaa otro abismo (Sal 42,8). Estos otros males que no son desgracias, sino culpas, no suelen venir solos: una culpa llama a otra. Pero, gracias a Dios, también sucede a la inversa: una gracia llama a otra gracia; si hay una espiral del mal, también la hay del bien. Pidamos al Espíritu que nos enseñe e impulse a vivir esta dinámica de lo bueno.
Vuestro amigo
Pablo Largo
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