Hoy es 31 de julio, jueves de la XVII semana de Tiempo Ordinario, festividad de San Ignacio de Loyola.
Nuestra vida está llena de actividad, de preocupaciones, de encuentros y conversaciones. Este es el momento para frenar y ponerte a la escucha de la palabra de Dios. Para ello necesitas hacer un poco de silencio en tu interior. Detén tus preocupaciones. Pon la imaginación al servicio de la oración para evitar distracciones. Siéntete en presencia de Dios. Él está aquí, en lo más profundo de ti, en tu silencio, esperándote.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 13, 47-53):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?»
Ellos les contestaron: «Sí.»
Él les dijo: «Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.»
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
Jesús insiste en esta última parábola en que en su comunidad hay buenos y malos, generosos en la respuesta y cicateros. Ahora todos conviven en ella. Igual que los peces aprovechables y los que no valen están en la misma red.: "El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran”. La mezcla de ahora no debe escandalizarnos. Ya llegará el momento de la selección y aparecerá claramente qué es auténtico y qué falso. Mientras tanto, hemos de ser comprensivos y tener paciencia, como la tiene el Señor. El nos aguanta pacientemente y nos da tiempo para que nos convirtamos. Señor, yo quiero aprovechar este tiempo que me concedes para trabajar en mi conversión. Quiero buscarte con todas mis fuerzas. Ayúdame para que rompa las amarras que impiden seguirte sin reservas y vivir una vida de entrega y amor. Desátame, Señor, para que corra tras de ti.
El Señor nos ama y no quiere que nos perdamos, por eso nos recuerda cuál puede ser nuestro final si no nos convertimos: “Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Mientras estemos en el mundo buenos y malos estaremos mezclados. Pero cuando llegue el final, los malos serán separados y echados al “horno encendido”, es decir, experimentarán el sabor amargo del fracaso total de quienes estaban llamados a vivir la plenitud del amor y del gozo en Dios y no lo han hecho. Llamada fuerte a la conversión la que nos hace hoy el Señor. No podemos hacernos los sordos y seguir dormitando. Este es el tiempo de la opción: o decirle sí y escoger ser de los suyos de verdad, o continuar por el camino que llevo de “ni sí, ni no”, de llamarme cristiano, pero no vivir como tal. No podemos engañarnos, se muere como se vive. Quien vive egoístamente está autocondenándose a quedarse sin la alegría y el gozo del amor en Dios eternamente. Señor, ten misericordia de mí. Que no espere cambiar en el último momento. Y no para evitar la condena, Señor, sino para no perderme ni un día más el gran gozo de sentirme amado por ti y de amarte y alabarte en todo momento.
“¿Entendéis bien todo esto? Ellos le contestaron: "Sí." Los discípulos dijeron que sí habían entendido. Y yo hoy ¿qué respondo al Señor? ¿Tengo claro que no puede andar jugando, que estoy con él decididamente o estoy contra él? Puedo intentar seguir engañándome a mí mismo y engañar a los demás, pero a ti, Señor, sé que no. Tu mirada penetra hondamente en el corazón; sabes lo que hay de verdad en él. Sé que tú me esperas pacientemente, pero también que el tiempo de la espera se acaba. San Jerónimo decía: «Puesto que no estamos seguros de cuándo vendrá nuestro Juez, debemos vivir cada día como si nos hubiera de juzgar al día siguiente». Señor, concédeme vivir cada día así: como si al día siguiente hubiera de ser juzgado por ti.
El reino de Dios es la presencia misma de Dios en cada uno de nosotros y en toda la realidad. Aceptar a Dios, querer seguir al Señor, es comprometerse en la construcción del Reino y cada uno lo hace con sus propias posibilidades. Presenta al Señor lo que te impide aceptar el reinado de Dios en tu vida y pídele que te ayude a contribuir a su reino, con alegría y generosidad.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
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