Queridos AMIGOS:
El teólogo Dietrich Bonhoeffer, que sería ejecutado en el campo de concentración nazi de Flossenbürg, escribió un LIBRO que lleva este título en su traducción española: El precio de la gracia. Contiene un comentario al Discurso del Monte y habla de la gracia BARATA y de la gracia cara. La gracia cara lo es porque le costó la vida al Hijo de Dios; y lo es porque nos llama a responder con la radicalidad que presenta el discurso citado.
Con el Sal 63 le decimos al Señor: «Tu gracia vale más que la vida». El salmista y los santos han sido los buenos tasadores del valor de las cosas, han sabido distinguir entre la bisutería y el oro de ley, entre las baratijas y el tesoro, entre la apariencia y la verdad, han hecho la OPCIÓN correcta y han comprobado lo acertado de su opción. Así, Teresa de Jesús ponderaba: «Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta». Ignacio de Loyola pedirá: «Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta».
Una fuente de la alegría es el hallazgo de algo valioso. Puede ser un hallazgo casual, inesperado (el del tesoro escondido en el campo); TAMBIÉN un hallazgo que premia una tenaz búsqueda (el de la perla preciosa); o también el encuentro o reencuentro tras una larga espera (el padre que recobra al hijo perdido: Lc 15). Esas gentes afortunadas han obtenido la respuesta a algo que secreta o abiertamente anhelaban. Y han pagado el precio llenos de alegría (el padre tira la casa por la ventana). En cambio, el personaje rico que se acercó a Jesús y le preguntó qué debía hacer para obtener la vida eterna, se arrugó ante la propuesta del Maestro bueno por culpa de sus apegos y se retiró entristecido. No supo apreciar la tentadora oferta de Jesús, la diferencia entre la placentera vida temporal y la vida eterna, pregustada ya por los discípulos. Le pareció excesivo el precio de la gracia. Se fijó más en su renuncia que en el don ofrecido. Aprendamos la sabiduría de los santos y envidiemos su alegría.
Vuestro AMIGO
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