HORARIO MISAS VERANO 2024

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INSCRIPCIONES CATEQUESIS CONFIRMACIÓN Y POSCOMUNIÓN 2024-2025

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01 junio 2014

Homilías 3. Pentecostés 8 de junio

1.- SIN EL ESPÍRITU, FALTA FUERZA INTERIOR

Por Pedro Juan Díaz

1.- Necesitamos el Espíritu Santo.- Con la fiesta de Pentecostés cerramos el tiempo de Pascua. Han sido “cincuenta días” desde el Domingo de Resurrección hasta hoy. Pero ha sido un solo acontecimiento, hemos celebrado una única fiesta, tan importante que la hacemos durar en el tiempo. La resurrección y el envío del Espíritu Santo van unidos. Es esa Buena Noticia la que nos llena de alegría y nos anima a salir de nuestras comodidades y compartirla con todos. Es el Espíritu el que nos empuja a ello. Pero nuestra realidad no es tan gozosa como las lecturas nos muestran. En nuestras comunidades cristianas no se nota mucho la alegría de la resurrección y las ganas de compartir esa buena noticia con todos. Quizás la razón sea que nos falta Espíritu.


Sin el Espíritu, falta fuerza interior que nos mueva a salir y anunciar con valentía aquello que da sentido a nuestra fe y a nuestra vida; falta libertad, audacia, flojean nuestras convicciones más profundas. Sin el Espíritu, andamos divididos, nos falta unidad, vamos cada uno por nuestro lado, vivimos la fe como algo individual y privado, nos cuesta reconocernos hermanos unos de otros, miembros de la misma comunidad cristiana, de la misma Iglesia. Sin el Espíritu se genera división entre nosotros, resaltamos más lo que nos divide y separa que lo que nos une, aparecen las divisiones, las clasificaciones, las distinciones, las etiquetas…

Al preparar esta reflexión, leía un texto de un patriarca inglés que decía: “Sin el Espíritu Santo, Dios está lejano, Cristo se queda en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia una mera organización, la autoridad dominio, la misión propaganda, el culto un conjuro y el obrar cristiano una moral de esclavos” (I. Hazin). Cuando no está el Espíritu, aparece el pecado de la división, y cuando nos descubrimos así, necesitamos reconciliarnos entre nosotros y con Dios, necesitamos recuperar el Espíritu.

--Necesitamos el Espíritu para que nuestra fe se fundamente en una experiencia mística, en una experiencia vital de haber descubierto al Señor Resucitado en nuestra vida. “El cristiano del siglo XXI será un místico o no será cristiano” (K. Rahner). Esta frase de este gran teólogo quiere decir que o nuestra fe se afianza en una experiencia vital de encuentro con Dios en nuestra vida, o se desvanecerá como un azucarillo en un café. No podemos vivir de teorías. La fe no es una ideología. El Espíritu vivifica nuestra fe, le necesitamos para “sobrevivir”.

--Necesitamos el Espíritu para que no nos pueda el materialismo, el consumismo, el egoísmo y todos los “ismos” que esta sociedad en la que vivimos nos empuja a tener. Necesitamos el Espíritu para recuperar el verdadero sentido de nuestra vida, lo que Dios quiere de nosotros; necesitamos el Espíritu para recuperar el proyecto de felicidad en el que Dios y nosotros estamos empeñados.

En el Evangelio vemos como Jesús “exhaló su aliento” sobre sus discípulos y les envió el Espíritu Santo. En ese momento, las “puertas cerradas” se convirtieron en anuncio misionero, el miedo se transformó en alegría, la violencia en paz y el odio en perdón. Jesús los envía a la misión con alegría, para que anuncien la paz y el perdón de parte del Señor Resucitado.

El Espíritu Santo congrega lo que Babel había dividido. El Espíritu une lo que el pecado separó. El Espíritu expande el mensaje de salvación y lo abre a todas las personas y a todos los pueblos. La Buena Noticia es para todos. Así lo vive la primera comunidad cristiana, que nace con la fuerza renovada del Espíritu Santo. Y así nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles en la primera lectura que hemos escuchado.

Y lo fundamental del Espíritu es que nos une como comunidad cristiana, como Iglesia, y nos enriquece, para el bien común, para el bien de todos. Todos formamos un solo cuerpo, el de Cristo, aunque cada uno tengamos tareas diversas. Todos buscamos el bien común. Todos nos dejamos guiar por el único y mismo Espíritu. Así lo transmite Pablo a la comunidad de Corinto, que andaba bastante dividida y dispersa, como también nos puede ocurrir a nosotros. Es una llamada a la unidad. Pentecostés es la fiesta de la unidad porque el Espíritu Santo nos congrega y nos une en la misma fe y en la misma misión, nos hace Iglesia.

2.- Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar.- Toda esta tarea es responsabilidad de toda la comunidad cristiana, pero de manera especial sois los laicos los que estáis llamados a insertar esta Buena Noticia en la sociedad, como la levadura en la masa, para que fermente, para que haga germinar el Reino de Dios. Y todo esto con la fuerza del Espíritu, que es el que hace crecer la semilla que todos sembramos. Por eso esta fiesta de Pentecostés es también la fiesta de los laicos.

Hoy en toda la Iglesia se celebra el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, o dicho de otra manera, el Día de los laicos asociados en grupos y movimientos apostólicos, como por ejemplo la Acción Católica, y que desde ahí son germen y levadura que hace crecer una sociedad nueva con la Buena Semilla del Evangelio desde las familias, desde el mundo del trabajo, desde las relaciones sociales, etc.

Con el lema “Arraigados en Cristo, anunciamos el Evangelio”, este día nos recuerda lo importante que es vivir nuestra fe asociados, y no por libre, con un grupo de vida como referencia. En un grupo de vida, un cristiano puede profundizar más en su fe, conocer mejor la persona de Jesús y su Evangelio, compartir la fe y la vida y enriquecerse con el testimonio de los demás hermanos. El Espíritu Santo nos hace ser miembros del mismo cuerpo y nos enriquece con carismas para ayudar a todo el cuerpo. Los grupos de vida son también espacio de enriquecimiento donde el Espíritu nos invita a poner en común nuestros dones, a “arraigar” nuestra fe en la experiencia de encuentro con Jesús resucitado, y a descubrirnos enviados a la tarea de anunciar el Evangelio.

Pidamos hoy y siempre la fuerza del Espíritu Santo para que nos ayude a vivir nuestro ser cristianos desde una experiencia fuerte de Dios en nuestras vidas y desde la certeza de sentirnos enviados a anunciar eso mismo que nosotros vivimos.

2.- A TODOS NOS RENUEVA

Por José María Martín OSA

1.- ¿Quién dijo miedo? Los discípulos tienen miedo a los judíos y se encierran a cal y canto en una casa. Allí permanecen hasta que la fuerza del Espíritu, como un viento impetuoso, los eche a la calle y los disperse por toda la tierra. Pentecostés es la fiesta de Espíritu y de la comunidad. Es la culminación de la Pascua. La vida nueva que Jesús consiguió es también nuestra vida. Muchas veces no somos conscientes de la actuación del Espíritu en nosotros. Quizá sea porque no le dejamos actuar....Da la sensación de que estamos como los discípulos antes de Pentecostés: decimos que creemos en Jesús, nos confesamos cristianos, pero vivimos apocados, medrosos, sin garra. Entonces nos refugiamos en nuestra fortaleza por miedo a salir al mundo. Pero la imagen que define mejor a la Iglesia no es la de la fortaleza, sino la de la tienda que se planta en medio del mundo. También nosotros, no obstante creer que Jesús ha resucitado, seguimos teniendo miedo. Sobre todo, miedo a la vida y a la libertad. Se nos ha educado en el miedo. Se nos ha dicho muchas veces que la vida es un peligro, y nos hemos olvidado que el mayor peligro es renunciar a la vida... por miedo. Contra el miedo que guarda la ropa e inventa sistemas de seguridad, Jesús nos ofrece la paz verdadera en medio de los peligros del camino y aún en medio de las persecuciones. Nos ofrece la paz de los testigos, la paz y el coraje del que predica el evangelio.

3.- Comienza una nueva vida. Jesús les muestra las llagas para que comprueben que es él mismo, el que fue crucificado y ahora sigue viviendo. Todo el evangelio es la gozosa proclamación de esa identidad: Jesús, el que padeció bajo Poncio Pilato y no otro, es el Señor. En esta alegría se cumple lo que Jesús les había prometido. Con esta alegría deberán anunciar a todo el mundo que han visto al Señor y que el Señor vive. Evangelizar es anunciar la buena noticia, la mejor de todas. Y esto sólo puede hacerse con inmensa alegría. Jesús los envía al mundo lo mismo que él fue enviado por el Padre. La misión de los discípulos, la evangelización, no será posible sin la fuerza del Espíritu Santo. El gesto de Jesús encuentra su antecedente en el Génesis, donde se dice que Dios exhaló su aliento sobre el rostro de Adán y éste comenzó a vivir. También ahora comienza una nueva vida, una nueva creación. Esta nueva creación proclamada por el evangelio es obra del Espíritu. Pero la vida nueva no es posible sin el perdón de Dios como base de reconciliación entre todos los hombres. Predicar el evangelio es reconciliar con la fuerza del Espíritu Santo, es recrear todas las cosas.

3. - Todos recibimos el Espíritu. El texto de de los Hechos dice que "estaban todos reunidos". No dice que estaban sólo los apóstoles, sino todos, es decir el conjunto de los discípulos, todos los que se proclamaban seguidores de Jesús. Por tanto, los dones del Espíritu lo reciben todos los cristianos, no sólo los que han recibido el orden ministerial. El Espíritu actúa en todo, aunque cada uno reciba un don y una función. A cada carisma o don corresponde un ministerio o servicio. Pero todos somos miembros del cuerpo de Cristo y hemos recibido la misma dignidad por el Bautismo. ¿Reconoces en ti el carisma que has recibido?, ¡sabes cuál es tu misión dentro de la Iglesia! En este momento de la historia más que nunca hay que reconocer la importancia de los ministerios laicales. La Iglesia debe tener una estructura circular y no piramidal, todos somos hijos de Dios y tenemos una misma dignidad. A todos corresponde anunciar el evangelio y servir a la sociedad. El día de Pentecostés da comienzo una nueva era, el tiempo de la Iglesia, la comunidad de los seguidores de Jesús.

3.- LOS DONES Y LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO

Por Gabriel González del Estal

1.- Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu. En el catecismo de la Iglesia Católica se nos dice que “la vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos dones son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo”. Es decir, que el que se deja guiar por estos dones, o disposiciones permanentes, obedece con prontitud las inspiraciones divinas y, según el mismo texto del Catecismo, alcanza la perfección de las virtudes. Consecuentemente, debemos deducir que si no nos dejamos conducir por los dones del Espíritu no alcanzaremos la perfección de las virtudes. Dios ofrece sus dones a todas las personas; somos nosotros los que libre y voluntariamente aceptamos o rechazamos estos dones del Espíritu. Hoy, fiesta de Pentecostés, es la fiesta del Espíritu. Todos los que creemos en Cristo debemos pedir hoy al Padre que nos llene de su Espíritu, del Espíritu de Cristo. Con el mayor fervor y con la mayor humildad posible debemos repetir hoy las palabras del salmo: “Envía, Señor, tu Espíritu y repuebla la faz de la tierra”. O como solemos decir al comenzar algunas de nuestras reuniones pastorales: “Ven Espíritu Santo y enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor”.

2.- En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. En cada uno de los dones del Espíritu Santo, se entiende. Estos dones del Espíritu Santo deben producir en nosotros unos frutos encaminados siempre al bien común. Los frutos del Espíritu, según el Catecismo, son perfecciones que forma en nosotros el mismo Espíritu Santo. Nosotros debemos estar siempre dispuestos a poner estos dones, estas perfecciones o frutos del Espíritu, al servicio del bien común. Cuando nosotros no estamos dispuestos a poner nuestros dones al servicio del bien común no actuamos dirigidos por el Espíritu. Porque todos los cristianos, nos dice San Pablo, formamos parte de un cuerpo místico, de una Iglesia, del cuerpo y de la Iglesia de Cristo. Y todos somos cuerpo de Cristo y todos bebemos de un solo Espíritu, del Espíritu de Cristo. Esta es nuestra mayor gloria y honra, y también nuestra mayor responsabilidad. Los frutos del Espíritu son innumerables, pero la tradición de la Iglesia ha enumerado, siguiendo a San Pablo, doce: caridad, gozo, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad (Gal 5, 22-23). Toda persona que ponga al servicio de la comunidad los dones y frutos del Espíritu que él posea está haciendo un gran servicio a la comunidad cristiana y a la comunidad en general, porque está haciendo presente y visible en el mundo la vida de Cristo.

3.- Entró Jesús se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. La paz que Cristo desea a sus discípulos, como don y fruto del Espíritu, no es la paz de los cementerios, sino una paz valiente y dinámica, una paz que sea fruto de la justicia y del amor. Es muy importante que los cristianos sembremos en el mundo este don de la paz, predicando con nuestra palabra y con nuestro ejemplo la justicia y el amor de Dios.

4.- Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. También los cristianos debemos mostrar en el mundo el don de nuestra alegría, alegría de personas que nos sabemos salvadas por el Espíritu de Cristo. Un cristiano triste y habitualmente malhumorado no manifiesta en el mundo la vida de Cristo. Se trata, por supuesto, de una alegría interior, de la alegría del espíritu, pero una alegría que debe ser visible exteriormente.

5.- A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos. Cristo envió a sus discípulos a predicar y a administrar el perdón. Los cristianos debemos estar siempre dispuestos a perdonar todo y a todas las personas. Un perdón revestido e impregnado de amor, un perdón que quiere salvar y perfeccionar a la persona perdonada. La facultad de retener los pecados se lo dejamos al mismo Dios y a los que, en su nombre, puedan y deban hacerlo en determinadas ocasiones. Cristo se pasó la vida perdonando a todas las personas que buscaban su perdón. El cristiano que se niega a perdonar y a aceptar el perdón no es verdadero cristiano.

6.- Cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua. Que en este día del Espíritu todos nosotros usemos nuestra propia lengua para mostrar las maravillas de Dios a todos nuestros hermanos, viviendo dirigidos y poseídos por los dones y frutos del Espíritu Santo.

4.- MEDITAR SOBRE EL ESPÍRITU ANTE UN CRISTO YACENTE

Por José María Maruri SJ

1.- El Evangelio, como veis pone el envío del Espíritu Santo sobre los Apóstoles la misma noche del domingo de Resurrección. Jesús, muerto y resucitado, envía el Espíritu Santo.

Las reflexiones sobre la venida del Espíritu Santo habría que hacerlas ante un Cristo yacente. Como el del Cristo del Pardo (**) Porque ese Jesús, momentos antes de dar su vida y convertirse en ese despojo humano sin vida pero lleno de paz les habría dicho a sus discípulos “porque os he dicho esas cosas estáis tristes, pues yo os digo que os conviene que yo me vaya, porque si no, no vendrá el Espíritu Santo”.

La reacción natural de ese puñado de hombres apiñados junto al Señor que palpan y conocen, no la dice el Evangelio, sin duda, hubiera sido: “Quédate Tu con nosotros y eso nos basta, ¿qué necesidad tenemos de ese Espíritu desconocido?” Y nuestra reacción ante ese Cristo yacente podría ser: “¿Merece la pena perderte a Ti, merece la pena que pagues tan alto precio por para que venga el Espíritu Santo?”

2.- Y solo hurgando en las cosas que el Señor Jesús les deja dichas a los discípulos cae uno en la cuenta de que para nosotros no solo merece la pena, sino que es necesario que ese Espíritu Santo venga:

a) Donde ya Juan Bautista había dicho: el que viene detrás de mi os bautizará en fuego y en Espíritu. Jesús va a dejar dicho: “tenéis que renacer de agua y de Espíritu Santo” Nuestro nacimiento a Dios, a la Fe, al Reino es en las entrañas del Espíritu Santo. Él no va a dar a luz a la vida verdadera.

b) Pablo nos va a decir que es ese mismo Espíritu Santo el que tomándonos en brazos nos enseña a llamar a Dios “Abba” que en realidad no se traduce como Padre, sino como por “papá”.

c) Y mirando a tantas cosas como Jesús había enseñado a sus discípulos sin en sus manos libro alguno, ni para recopilar su doctrina, ni para explicarla, el Señor Jesús les vuelve a decir que será el Espíritu de la verdad el que les traiga a la memoria sus enseñanzas y se las desmenuce a su capacidad intelectual y se las enseñe.

Será, sentados en las rodillas cariñosas del Espíritu Santo, donde nuestro corazón infantil en lo espiritual, empezará a reconocer a Dios y a saber en realidad quien es Jesús, no solo hombre compañero de nuestra peregrinación, sino verdadero Dios y eso no se aprende de libros, por fuera; se aprende de dentro, de donde está el Espíritu Santo

3.- “No se turbe vuestro corazón, el Padre enviará al Espíritu consolador”. Son palabras del Señor Jesús que nos sabe cobardes y miedicas y que necesitamos unos brazos abiertos a los que acogernos cuando la vida nos da un susto y necesitamos un pecho maternal en que esconder nuestra cabeza agitada por el miedo. Y es el Espíritu Santo el que nos acogerá siempre en sus brazos.

Y porque en la convivencia siempre hay roces y puede llegar un día en que nosotros los hijos nos enfrentemos con el Padre Dios, Jesús nos dejará al Espíritu Santo que nos reconciliará siempre con el Padre a quien hemos ofendido por nuestros pecados. “Recibid el Espíritu Santo y a quien perdonéis los pecados, es decir a quien reconciliéis con el Padre ofendido quedará reconciliado.

Escuchando todo esto que el Señor Jesús dijo en la última Cena se llena nuestro corazón una vez más de agradecimiento ante ese Cristo yacente, porque con pena de que al Señor Jesús le cueste dar su vida, pero nosotros necesitamos una madre como el Espíritu Santo que nos engendre, que nos enseñe a llamar papá a Dios, que repase las lecciones con nosotros, que nos acoja en nuestros miedos y que nos reconcilie con el Padre cuando nos apartemos de Él… A ese Cristo yacente se nos escapa un gracias, Señor, dejándonos en tu lugar una madre en el Espíritu Santo.

(**) El Pardo es una pequeña población, ya unida al Ayuntamiento de Madrid, donde se encuentra un seminario franciscano en cuya iglesia hay una preciosa talla del Siglo XVII de un Cristo yacente de extraordinaria belleza.

5.- DEJAR QUE EL ESPÍRITU INUNDE NUESTROS CORAZONES

Por Antonio García-Moreno

1.- FUERZAS NUEVAS.- El profeta vislumbra los acontecimientos que habían de ocurrir en los tiempos mesiánicos, aquellos días en los que las promesas dejarían de serlo para convertirse en gozosa realidad. El Espíritu de Dios se derramará sobre toda carne, llegará hasta los hombres infundiéndoles el hálito vital que les transformará, inyectando en ellos una fuerza nueva que les haga ver plenamente la maravilla de ser hijos de Dios, un impulso interno que les empuje a cumplir la divina ley del amor.

Envía de nuevo, Señor, tu Espíritu para que renueve la faz de la tierra. Necesitamos que nos siga sosteniendo su fuerza, que nos siga encendiendo el fuego de su amor, a fin de ser brasas encendidas que iluminen y caldeen a este nuestro viejo mundo, tan frío y tan oscuro, tan muerto. Haz que cada uno de los que hemos sido bautizados seamos testigos del Evangelio, profetas que anuncian con su vida, más que con palabras, ese mensaje de fuego con el que Cristo quiso incendiar al mundo.

Salvación. Estar metidos en el peligro, viendo que todo se hunde a nuestro alrededor, temiendo que llegue el momento en que todo se acabe, sintiendo un miedo indefinible a todo eso que está más allá, tan desconocido, tan cierto, tan tremendo, tan definitivo.

Salvación, liberación. Vivir con una profunda sensación de libertad, seguros, siempre optimistas, persuadidos de que ningún mal ocurrirá, sin miedo a nada ni a nadie. Tranquilos también en los momentos difíciles, en las horas de lucha e incertidumbre. Salvados, alegres, contentos, felices.

Y esto, todo esto, lo lograremos invocando el nombre del Señor. Invocarlo, no sólo pronunciarlo, no sólo decir Señor Jesús. Se trata de algo más, de algo que sólo se puede conseguir bajo la moción del Espíritu Santo. Por eso te pedimos, Señor, que venga y llene los corazones de tus fieles con el fuego de tu amor, que nos ayude hasta conseguir ese invocar a Jesús que es creer en Él, amarle sobre todas las cosas, esperar con toda confianza en su poderosa ayuda. Invocando el nombre del Señor, sólo así seremos salvados, en la vida y en la muerte.

2.- EL AGUA Y EL ESPÍRITU.- Como en otras ocasiones, san Juan nos habla de una fiesta. En ese marco festivo nos recuerda, una vez más, las palabras del Señor. Es un detalle que se repite, hasta el punto de que hay autores que dividen el texto evangélico de san Juan basándose en las diferentes fiestas judías que se van enumerando. Es como si el Discípulo amado quisiera recordarnos que toda la vida de Cristo fue, lo mismo que la nuestra debe ser, una gran fiesta. Sobre todo se fija en la fiesta de Pascua, hablando de ella por tres veces al menos, mientras que los Sinópticos sólo hablan de una fiesta pascual. La fiesta que se recoge en este pasaje es la de los Tabernáculos, caracterizada especialmente por los ritos del agua y las plegarias para pedirla a Dios.

El último día, el más solemne, Jesús exclama con fuerza: “El que tenga sed que venga a mí y beba…”. Su clamor vuelve a resonar hoy por medio de la liturgia. Dios sabe cuánta sed padecemos con frecuencia, cuánta insatisfacción nos devora por dentro, cuánta frustración sentimos al vernos tan miserables. Jesús, lo mismo que la Sabiduría del Antiguo Testamento, nos invita a llegarnos hasta Él, a creer en Él. Si lo hacemos, el agua brotará a borbotones, un agua viva y clara que saciará nuestra sed permanente, y que calmará esas hondas ansias que tanto nos atormentan.

Jesús al hablar de esa agua que brotará del pecho de quien viniera a Él y le creyera, se refería al Espíritu Santo que habrían de recibir después de su muerte y resurrección. Ya el profeta Ezequiel hablaba del agua y del Espíritu. Y también Jesús se refería a esto en el diálogo con Nicodemo, cuando le dijo que era preciso renacer del Espíritu y del agua.

En esta fiesta de Pentecostés que hoy celebra la Iglesia vuelve a correr el agua que lava y purifica, que fecunda e impulsa, que sostiene y da vida. Sólo es preciso abrir el alma, creer en Jesucristo y dejar que el Espíritu Santo inunde nuestros corazones.

6.- ¡O SI!... ¡O NO!

Por Javier Leoz

Culminamos, con esta gran Pascua del Espíritu Santo, los días en que hemos celebrado con gran alegría los días siguientes a la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Si estos cincuenta días pascuales han servido para ensanchar más nuestras almas y para llenarnos de la vida que nos ha traído Cristo, podemos decir que –no solamente lo hemos celebrado-- sino que, además lo hemos vivido y sentido. ¡Feliz Pascua de Pentecostés! ¿Sí o… no? ¿Convencidos o confusos? ¿Decididos o con el freno en el pedal de nuestras perezas o cobardías? ¿Sí o no? ¿Abiertos a los tiempos nuevos o cerrados en nuestros esquemas? ¿Llevando con nosotros a Cristo allá donde vamos o dejándolo en el rincón de nuestra intimidad? ¿Si…o no?

1.-Desde El, con el Espíritu Santo, percibimos todos estos misterios. Con El, con el Espíritu, entramos de lleno a formar parte de la gran familia de los hijos de Dios; El es quien nos empuja para entrar en comunión plena con Dios y, el Espíritu Santo, nos hace comprender y entender las huellas de Dios en el marco de nuestra vida.

En medio del desconcierto, que a veces lo tenemos, el Espíritu Santo nos serena. Nos hace “contar hasta diez” antes de tomar ciertas decisiones; nos infunde valor cuando tenemos miedo a enfrentarnos a ellas; nos llena de su inteligencia o sabiduría cuando se nos requiere nuestra palabra o consejo.

Sí; el Espíritu Santo es el gran protagonista de nuestra Iglesia. La sostiene y la dinamiza, la traspasa con su fuerza poderosa y transformadora y, sobre todo, le hace estar en un permanente estado de gracia haciéndole experimentar que es Dios, y no ella misma, quien lleva adelante la obra evangelizadora.

2.- Desde El y con El, con el Espíritu Santo, nos llenamos de la piedad de Dios. No podemos vivir huérfanos, aislados de su presencia. Con la oración sentimos que el Espíritu Santo nos hace escalar a las cimas más altas de la perfección cristiana: ¡estar y vivir con Dios! Sin este auxilio del Espíritu Santo nos faltaría identidad en nuestras acciones, luz en nuestros caminos y claridad en nuestro apostolado.

3.- El Papa Benedicto XVI, en su viaje reciente a Zagreb ante la mediocridad de la fe afirmaba “No nos hagamos ilusiones. O somos católicos o no lo somos”. Sólo con el Espíritu Santo podemos ser fuertes, como cristianos y como católicos, ante diferentes realidades que intentan desangrar, descafeinar o desvirtuar la esencia de nuestra vida cristiana. Ante lo indefinido o el riesgo a separar el evangelio de la Iglesia o a Cristo de la Iglesia, el Espíritu Santo nos garantiza y nos exige la común unión para que, lejos de dividirnos, busquemos la potencia en la hermandad.

4.- Ojala que Pentecostés, además de vida e ilusión, nos aporte una gran dosis de fortaleza: para seguir adelante en el duro combate de nuestra fe. Para que no caigamos en el pesimismo o en la sensación de que, creer, ya no merece la pena o que, si creemos, hay que hacerlo en el ámbito privado y lejos del testimonio público.

Que el Señor nos conceda, en esta Pascua de Pentecostés, su Santo Espíritu para que podamos vivir, morir y resucitar un día con El. ¿Sí o no? ¿Recibimos el Espíritu Santo?

5.- CON TU ESPÍRITU SANTO, SEÑOR

Gritaré que, el Amor con mayúsculas tiene un nombre: 

¡Padre!

Que El me acompaña desde la eternidad y que, 

un día como a Ti Jesús, 

me aguarda para darme un abrazo de fiesta y definitivo



CON TU ESPÍRITU SANTO, SEÑOR

Cantaré el gozo de haber compartido mi vida contigo, 

la fuerza que tus Palabras han dejado por el camino de mi vida, 

la ilusión de haberte conocido animándome en mi tristeza, 

levantándome en mis caídas y dándome Vida 

donde yo sólo creía hallar la muerte



CON TU ESPÍRITU SANTO, SEÑOR

Sentiré y proclamaré que soy de los tuyos

que, en tu Iglesia, me siento llamado a dar y recibir 

dones y carismas, caridad y alegría,

perdón y humildad, comprensión y compañía.



CON TU ESPÍRITU SANTO, SEÑOR

Iluminaré las entrañas de mi corazón, y luego,

llevaré esa luz a los que se hallan en tinieblas

a los que, hace poco o mucho tiempo,

dejaron de respirar el oxigeno de tu Santo Espíritu

sumergiéndose en una atmósfera sin sentido



CON TU ESPÍRITU SANTO, SEÑOR

Me sentiré niño, y abriéndome como un pequeño,

sabré que es mucho lo que me espera:

respirar aires de infinitud

vivir como quien nace de nuevo

caminar sabiendo que tengo un compañero a mi lado

mirar a los cielos con ojos bien abiertos

soñar… con un final de mis días en tus manos.

CON TU ESPÍRITU SANTO, SEÑOR

Hablaré, y no callaré sobre TI

Me entregaré, para nunca más cerrarme

Avanzaré, sin echar la mirada hacia atrás

Cantaré, aun a riesgo de quedar afónico

entonando que, al fondo de todo, vives y permaneces Tú.

CON TU ESPÍRITU SANTO, SEÑOR

7.- EL ESPÍRITU: EL GRAN MILAGRO DE LA REDENCIÓN

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Jesús se ha marchado. Ha ido al cielo. Y en su lugar, envía al abogado, al Paráclito, al Espíritu. Este Espíritu de Dios va a cambiar profundamente a los Apóstoles y va poner en marcha --a gran velocidad-- la naciente Iglesia. Y ese, a mi juicio, va a ser el gran milagro de la Redención, superior a los grandes signos que el Señor Jesús realizó sobre la faz de la Tierra. Unos cuantos jóvenes temerosos, que habían asistido --desperdigados-- a la ejecución de Jesús, asisten, todavía, llenos de dudas al prodigio de la Resurrección y de la contemplación del Cuerpo Glorioso. Van a preguntar a Jesús, todavía --lo leíamos el domingo pasado--, "si va a restablecer el Reino de Israel". No se percatan de la grandeza de su misión, ni de lo que significa la Resurrección de Jesús. El Espíritu va a cambiarlos, profunda y radicalmente. Y así, de manera maravillosa, va a comenzar la Iglesia su andadura. Y cómo llama la atención el efecto del Espíritu Santo que inundó a los primeros discípulos y que narran los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las Cartas de Pablo. Lucidez, entrega, valentía, amor, exhiben los Apóstoles en esos primeros momentos.

2.- Puede decirse que ya, en un momento de nuestra conversión, tenemos todos los conceptos básicos en nuestra mente. Y poco a poco esos conceptos se van haciendo más claros para situarse en la realidad de nuestros días, pero también en lo más profundo de nuestro espíritu. Hay percepciones muy interesantes y "explicaciones" internas a muchas dudas. Existe pues una ayuda exterior, clara e inequívoca que marca esa presencia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos renueva por dentro y por fuera. Está cerca de nosotros y lo único que tenemos que hacer es dejarle sitio en nuestra alma, en nuestro corazón.

También, la promesa de la renovación de la faz de la tierra es importante. En estos tiempos en los que la mayoría del genero humano tiene, al menos, alguna noción de lo que es ser ecologista, si que se le podía pedir al Espíritu que renovara la faz del planeta para terminar con toda contaminación y agresión. Contaminar es sucio --lo contrario a puro-- y agredir es violencia, lo opuesto al sentido amoroso de la paz que nos comunica el mensaje de Cristo. El Día de Pentecostés es la jornada de la renovación, de la mejora, del entendimiento y tiene que significar un paso más en la calidad de nuestra conversión. El, el Espíritu nos ayuda. Y debemos oírle y sentirle, uno a uno; no solo en las celebraciones comunitarias en las misas de hoy, si no en nuestro interior.

3.- La Iglesia celebra una Vigilia de Pentecostés que es preciosa por sus contenidos litúrgicos y de la Palabra. Aunque menos celebrada que la Vigilia de Pascua, pero no por eso menos interesante. Hay asimismo una gran similitud con las lecturas de la Misa del Día, que es la que ofrecemos en la presente Edición de Betania. Aparece la Secuencia del Espíritu, texto maravilloso, utilizado también como himno en la Liturgia de las Horas y que es, sin duda, una de las composiciones litúrgicas más bellas que se conocen. El relato de los Hechos de los Apóstoles es de una belleza y plasticidad singulares, el viento recio, las lenguas como de fuego, la capacidad para hacerse entender en diversas lenguas e, incluso, el comentario asombrado de quienes escuchan. Y es que el prodigio acaba de comenzar y este prodigio continúa vivo.

4.- El Espíritu Santo mantiene la actividad de la Iglesia y nuestro propio esfuerzo de santificación o de evangelización. La respuesta al salmo es también de una gran belleza y portadora de esperanza: "Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra". La faz de la tierra tiene que ser renovada en estos días malos. San Pablo va a definir de manera magistral que hay muchos dones, muchos servicios muchas funciones, pero un solo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios. Es una gran definición Trinitaria enmarcada en la vida de la Iglesia. El Evangelio de San Juan nos completa el relato. Será Cristo resucitado quien abra a los Apóstoles el camino del Espíritu. Les dice: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos". Y se muestra, asimismo, la capacidad de la Iglesia para el perdón de los pecados. Cristo acaba de instituir el Sacramento de la Penitencia. El camino, pues, de la Iglesia queda abierto. La labor corredentora de los Apóstoles y de sus sucesores está en marcha.

5.- Y con el Domingo de Pentecostés se acaba el Tiempo de Pascua. Luego, cuando terminen todas las misas de este domingo, se retirará el Cirio Pascual del lugar principal y visible que ha ocupado en el altar durante todos estos días. Desde luego quedará en el mejor lugar del baptisterio, donde celebramos los bautismos, para que su luz prenda la luz de los bautismos y de las velas que acompañan a los bautizados. Ese cirio al que acompañamos en procesión por dentro del templo en la noche de la Vigilia Pascual se queda con nosotros hasta la próxima Pascua y se encenderá siempre que queramos que el Espíritu Santo presida nuestras celebraciones.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

FIELES AL MISMO ESPÍRITU

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- El relato que nos ofrecen los textos litúrgicos ocurrió en el lugar que la tradición sitúa también la Santa Cena. Parece que la “sala alta” que el Señor solicitó a un amigo para celebrar su Pascua, fue lugar posterior de refugio y reunión de la primitiva comunidad cristiana, pese a que no aparezca mencionado en ningún documento canónico y que no tenga hoy demasiados vestigios arqueológicos. Empiezo, mis queridos jóvenes lectores, describiéndoos el sitio de los hechos que celebramos, si os aburre la arqueología religiosa, podéis saltaros el próximo párrafo.

En la parte superior de la antigua Sión, en aquel tiempo situado dentro de las murallas de la ciudad, debería estar esta vivienda. Como otra cualquiera, disponía de una sala preparada para los huéspedes (se me ocurre ahora un testimonio del Antiguo Testamento. Se trata de la señora que acoge al profeta Eliseo y nos lo cuenta el II libro de los Reyes 4,10) En la que era propiedad del amigo del Señor, se continuaron reuniendo los Apóstoles, las Santas Mujeres siempre fieles, los discípulos y, por descontado acompañándoles, su Madre Santa María. El día que la Biblia griega llama Pentecostés y la Hebrea shabuot, celebraban los judíos desde tiempos antiguos la fiesta de las espigas de trigo, enriquecido posteriormente con otros significados. Debería ser el ámbito muy grande, pues, la comunidad estaría compuesta de alrededor de un centenar de personas. El estruendo, las llamas que sin quemar se depositaban encima de los rostros y los silbidos de tempestad que no destruía edificios y principalmente el entusiasmo que sentía cada uno en su interior, debería asombrarles mucho.

2.- Fue tan importante el hecho que no lo olvidaron los textos canónicos. No ocurrió lo mismo con el sitio. Perece que el edificio se lo reservó la comunidad jerosolimitana, una comunidad judeo-cristiana, que se fue encerrando en sí misma y poco a poco pasó desapercibida para los viajeros peregrinos. Pese a ello hay indicios arquitectónicos hoy, que confirman que aquel es el lugar donde sucedió lo que celebramos. Para el lector que ya haya ido, le advierto que solo una parte del recinto que visita corresponde con la “sala alta” la otra parte está al otro lado de una de las paredes, y que uno ve detrás de una ventana. Sé que en ciertas ocasiones se sube por la escalera interior y se penetra en el resto de lo que fue el ámbito en la época de Jesús. Yo, personalmente, no he tenido ocasión de hacerlo. La edificación actual es de tiempo de los Cruzados y paradójicamente, ocupada por la autoridad judía. No se permite celebraciones religiosas oficiales. Las de los dos últimos Papas fueron excepciones. Pero rezar, cantar y levantar las manos para expresar la alegría que le embarga a uno, nadie se lo impide y goza casi siempre de un ambiente pentecostal y universal. Al marchar es cuando uno lamenta dejar aquel local, de tan gratos recuerdos, totalmente desangelado.

3.- La fiesta que hoy celebramos, mis queridos jóvenes lectores, se puede preparar con una vigilia litúrgica, que el mismo misal sugiere y ofrece textos para ello. En mi caso la celebramos de ocho a diez de la noche del sábado y para la que otros años he ofrecido pregón y reflexiones, que podéis encontrar en “el histórico”. Este año tenía preparada una reflexión oración que espero se pueda publicar, ya que a mí, como os habrá ocurrido a vosotros seguramente algún día, se me ha borrado al irla a corregir y ahora trataré de recuperar. Así que mi mensaje-homilía será fruto de una situación embarazosa.

4.- La primera lectura es el texto clásico de la Solemne venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, una de las fiestas agrícolas y de peregrinación de los judíos. Ellos celebraban y ofrecían las primeras espigas de trigo, también la entrega de la Ley en el Sinaí, más algunos otros significados. Pese a que la mayor parte de los artistas se limiten a presentar a los Apóstoles y a la Virgen, el texto de los Hechos de los Apóstoles dice explícitamente que con ellos estaban las Santas Mujeres y bastantes discípulos del Señor. La efusión del don del Espíritu Santo se hace en esta ocasión solemnemente y el puñado de seguidores del Señor se convierte en una comunidad consciente de la responsabilidad que tienen. Pierden el miedo, salen a la calle, anuncian la Buena Nueva y empiezan a organizar lo que después llamaremos Iglesia.

Hablan no como eruditos, sino como testigos, como agraciados, como comprometidos. Causan asombro a los que les escuchan. Me gustaría que vosotros os preguntarais ahora ¿a mí me asombra el Evangelio? Es la primera actitud que debe tener el cristiano. Hoy estamos acostumbrados a que nuestros cacharritos cambien, progresen, se modifiquen continuamente, de manera que ya nada nos extrañe.

5.- El Evangelio pese a que su texto exista desde hace 2.000 años acompañado de una Tradición cuya antigüedad es la misma, no obstante, hecho vivencia personal, se manifiesta de maneras originales en cada época, de manera que surgen nuevas iniciativas, nuevas comunidades que se comprometen con el mismo Señor, pero con ropaje diferente. Es una de las grandes originalidades de nuestra Fe. Entre San Pablo primer ermitaño y Santa Gianna Beretta Molla hay una aparente gran diferencia, y una distancia temporal de siglos, pero su testimonio responde a los mismos convencimientos. Seguramente que a vosotros esta simpática y valiente médico italiana, os invitará a tener coraje mucho más que el solitario monje de antiguas tierras egipcias. Pero ambos fueron fieles al mismo Espíritu.

6.- San Pablo, en la segunda lectura, recuerda que la Fe en Jesús no es un frío archivo donde hay almacenadas unas fechas, unos conceptos, unos criterios. La Fe es un don y una vivencia que se debe cultivar, si no es así se pierde. Como se extravía la llave que le entregan a uno y nunca utiliza.

La lectura evangélica nos aporta un detalle: el don del espíritu Santo implica la dádiva del perdón de los pecados. Un favor que se le concede a la Comunidad apostólica y que conservará la Iglesia nacida de ella. Qué satisfacción siente uno cuando escucha las palabras explícitas, eco de las pronunciadas por el Señor: yo te absuelvo de tus pecados y marcha no solo perdonado sino con recuperadas fuerzas mayores.

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