08 mayo 2014

Hoy es 8 de mayo, jueves III de Pascua.

Hoy es 8 de mayo, jueves III de Pascua.
Este jueves quiero encontrarme contigo, Señor. Tú me conoces y sabes cuántas veces me fatigo por causas que quitan vida y restan ánimo. Cuando me encuentro contigo, todo cambia. Siento tu paz y tu misericordia, que son bálsamo para las heridas. Hoy siento que tú me llamas a remansarme en tus brazos. A acoger tu palabra y abrir mi interior para que aprenda a amar más allá de mis límites. Señor, quiero estar contigo.

La lectura de hoy es del evangelio de Juan (Jn 6, 44-51):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
"Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día”. Jesús es el  regalo, el don que nos da el Padre. El Padre es el que toma la iniciativa, él nos empuja hacia Jesús; pero nosotros tenemos que dar una respuesta personal: acoger ese regalo, creer en Jesús como nuestro Salvador, darle nuestra adhesión sincera. Y al que crea en Jesús, éste le comunica su propia vida, y promete que lo resucitará en el último día. Gracias, Padre, por tu amor, por el don precioso que es Jesús. Yo quiero dejarme llevar por ti a él, y quiero a abrirle las puertas de mi corazón. Ven, Señor Jesús, que sólo de ti me viene la salvación.
"Está escrito en los profetas: Serán todos instruidos  por Dios. Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí.” Ahora a quienes se dirige Jesús es a los dirigentes religiosos del pueblo. Estos no estaban abiertos de verdad a Dios. Si lo hubieran estado se habrían sentido impulsados por Dios a ir a Jesús y a reconocerle como su Enviado. Pero ellos no se dejaban instruir por Dios, no escuchaban lo que dice el Padre. Y nosotros ¿escuchamos y aprendemos lo que el Padre nos enseña? ¿Nos ponemos a su escucha? ¿Hacemos silencio para escucharle? Si no lo escuchamos, ¿cómo vamos a ir Jesús? Escuchar al Padre es lo que nos pone  en camino al encuentro de Jesús, el Salvador que viene de su parte, que vive en plena comunión con él,  el único que le ha escuchado y conoce su voluntad. Dios nos habla de mil maneras y en múltiples ocasiones: una celebración, el encuentro con un hermano, una enfermedad, la contemplación de la naturaleza, un acontecimiento gozoso o desgraciado… ¡Qué elocuentemente nos habla el Señor en esas ocasiones, si sabemos escuchar! Padre, instrúyeme y atráeme hacia ti. En la oración habla a mi corazón y muéstrame lo que deseas de mí. Encamíname hacia tu Hijo Jesús, el Salvador.
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre." El nuevo maná, el maná con el que Dios quiere alimentarnos a los que formamos su nuevo Pueblo es una Persona, es Jesús, que se entregó en la cruz por la vida de todos. El es el Pan vivo bajado del cielo. Cuando comemos este Pan vivo, que es Jesús, nos comunica su propia vida divina y nos transforma en él mismo. Por eso,  dice Jesús: “el que coma de este pan vivirá para siempre”. San Ignacio de Antioquia decía: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo». Pero, cuando comemos el pan de la eucaristía, ¿nos dejamos transformar por él y en él?; ¿dejamos que él nos “viva”? El grado de energía transformadora que recibimos en la eucaristía depende de la fe con que la celebramos. San Antonio Mª Claret confesaba: “Al final de cada eucaristía me siento como el hierro que acaba de salir de la fragua.” Comer el Pan vivo,  que es Jesús, es adentrarnos en el mismo Amor,  para poder amar como él amó, para vivir su proyecto de vida. Señor Jesús, que cada comunión me una más a ti; que me deje transformar en ti, de modo que tú vivas cada vez más en mí y yo en ti. Y unido a ti, Señor, me sentiré empujado a entregarme a los hermanos como tú.
Leo de nuevo el evangelio, como si me encontrara en la sinagoga de Cafarnaúm. Como un discípulo más entre la gente. Jesús me dice: yo soy el pan de vida. ¿Qué resonancias tiene en mí esta palabra?
Me despido de ti Jesús. Quisiera siempre comer de tu pan, vivir tu vida. Sé que tú nunca me dejas a solas. Y eso me da una profunda confianza y agradecimiento.
Gloria al Padre,
y al Hijo,
y al Espíritu Santo.
Como era en el principio,
ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

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