C.R.
Queridos amigos:
Se nos narra hoy el momento en que irrumpe por vez primera el cristianismo en Europa. Por tanto se nos invita a hacer una acción de gracias y, en un segundo momento, a hacer una lectura creyente de la situación de Europa: constitución europea, unión, desajustes, diferentes intereses y proyectos comunes... el bien común (¿de todo el mundo, del primer mundo, del tercero, de Europa?) por encima del interés de un solo país.
De la Palabra de Dios de hoy, quiero hacerme eco de tres frases: la primera es: “el Señor le abrió el corazón [a Lidia] para que aceptara lo que decía Pablo”. El protagonista es el Señor no Lidia. El papel que le toca a Lidia es pasivo. A la luz de esta frase será bueno recordarnos: lo nuestro no es tanto buscarle a él, sino no escondernos de su búsqueda; no tanto hablarle, sino escucharle; no tanto hacer cosas por él, sino dejar que él las haga en nosotros. No se trata ante todo de emprender, sino de secundar su impulso, de consentir a su acción. Lo mejor que podemos hacer siempre por Dios es tratar de no ser un impedimento a lo que él está constantemente intentando hacer en nosotros.
La segunda frase es: “Si estáis convencidos de que creo en el Señor”. Nos recuerda ahora Lidia que además de la responsabilidad de dar testimonio, tenemos la responsabilidad-servicio de confirmar la fe de los otros. ¿No os parece que nos dejamos vencer con demasiada frecuencia por la tentación de no decir nada, de no pronunciarnos, de “no ser quién para decir algo” sobre la vivencia de fe de otros?. Pero esta responsabilidad-servicio sigue siendo necesaria hoy. La ejercemos –o no- cuando admitimos a alguien para que reciba un determinado sacramento. También la ejercemos –o no- cuando somos testigos de ese acontecimiento: un bautizo, una primera comunión, una confirmación, una boda, una ordenación sacerdotal... porque nuestra presencia es también aval de lo fundado que está ese acontecimiento en la vida de fe de esa persona.
La tercera frase se nos presenta en el Evangelio de hoy: “para que no se tambalee vuestra fe”. La Palabra nos recuerda una experiencia cotidiana: cuando las cosas salen mal, cuando se nos tuercen las cosas... decimos: ¿será que Dios me ha olvidado y ya no está conmigo; que se ha olvidado de su promesa y ya no está junto a mí? Y así volvemos a caer en la vieja tentación de creer que por ser creyentes todo en nuestra vida va a ser ir cuesta abajo, todo irá sobre ruedas... ¿fue acaso así la vida del Maestro?. Más bien lo que se nos invita a vivir es la confianza y la esperanza en los momentos de prueba como lo hizo nuestro Maestro. “Estaré contigo, aunque tú no lo sepas, o no te des cuenta, estaré contigo siempre”.
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