Queridos amigos:
Evocando el comienzo de la reflexión de ayer, podemos recordar hoy otra frase socorrida: “¿es que le vas a enseñar a tu padre a tener hijos?”. Algo así pensaban los sumos sacerdotes y fariseos que pinta Juan en el evangelio de hoy. Una historia conocida historia tomada del mundo de la política ilustra bien sobre la soberbia y autosuficiencia que pueden darse en los expertos. Dice así:
El aristócrata llama al mayordomo y le hace una serie de preguntas de alta política: “¿Usted qué haría?”. El mayordomo no comprende ni el enunciado: “No entiendo de esas cosas”, contesta avergonzado. El aristócrata le manda retirarse y paladea su triunfo ante los demás contertulios: “¿Os dais cuenta? Por eso no creo en la democracia. Porque las decisiones de un Estado no pueden depender de unos cuantos millones de personas tan ignorantes como ésta”.
Algo semejante es lo que sucede en el episodio de hoy. Los guardias declaran: “Jamás ha hablado nadie como ese hombre”. Los fariseos replican: “¿también vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él? Esa gente que no entiende de la ley son unos malditos”.
Y recordamos, por contraste, el grito de júbilo de Jesús: “Te glorifico, Padre, señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas a sabios y entendidos y las revelaste a niños/a gente sencilla. Sí, padre, porque así te ha parecido bien” (Lc 10,21; par. Mt 11,25-26). Es el motivo de la eudokía divina (el beneplácito divino), que no se atiene a los criterios elaborados por cierta sabiduría humana. Algunos exégetas dicen que en este texto Jesús se incluye en el número de los pequeños y alaba al Padre por la revelación con que él mismo ha sido agraciado.
El conocimiento de Dios no es cuestión de neuronas. Es el Espíritu el que nos sensibiliza para abrirnos a la verdad de Dios, a su amor, a la vida nueva que quiere comunicarnos. Jesús lo deja bien claro. Y un judío que pasó por la experiencia de los campos de concentración y que posteriormente se hizo cristiano (Víctor Frankl, el fundador de la logoterapia) decía que encontrar sentido es independiente de la edad, del sexo, del cociente intelectual y del grado de instrucción de la persona.
Vuestro amigo
Pablo Largo
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