Hoy es 14 de marzo, viernes I de Cuaresma.
Me presento hoy ante ti Señor, para dedicarme este tiempo de oración y silencio. Me acerco a ti que siempre me estás esperando paciente, que siempre estás ahí dispuesto a acoger mi oración y traigo conmigo toda mi vida. Todas las tareas que llenan mi vida. Todas mis preocupaciones, mis anhelos, mis alegrías. Todos los nombres importantes, los de aquellos a los que amo y los de quienes son causa de conflicto. Todo lo que ocupa un espacio en mi corazón lo pongo ante ti al empezar este tiempo contigo.
La lectura de hoy es del evangelio de Mateo (Mt 5, 20-26):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
El Señor sigue llamándonos a la conversión. Hoy nos advierte: “Sí no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.” Los fariseos y escribas enseñaban que “la persona alcanza la justicia ante Dios cuando llega a observar todas las normas de la ley en todos sus detalles." Y desde luego ellos eran buenos cumplidores de la Ley y, por ello, se tenían por justos.. Pero se quedaban en el mero cumplir la ley. Diríamos, en la corteza, en lo exterior. Jesús nos dice hoy que los suyos hemos de ir más allá. No podemos quedarnos en la letra de la ley, hemos de llegar al espíritu, al cambio del corazón, a vivir el amor. “Sed perfectos como el Padre celestial es perfecto, que hace salir el sol sobre buenos y malos.” (Mt 48) Es decir, seremos justos, cuando acojamos y perdonemos a los otros como Dios nos acoge y perdona a nosotros, a pesar de ser pecadores. Si no es así, ¿de qué sirve cumplir todo lo mandado?
Su enseñanza la ilustra Jesús con unos ejemplos concretos. “Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado”. Ahí está. El discípulo de Jesús, no puede contentarse con no ser un asesino, para cumplir el 5º mandamiento. Hay que arrancar del corazón todo lo que de alguna manera puede llevar a la destrucción del hermano, como el enfado con él, o el rencor, el odio, la enemistad, el insulto, el deseo de venganza, etc. La comunidad de Jesús no es la comunidad de los que no matan y no hacen el mal, sino la comunidad de los que aman y hacen el bien a todos sin distinción. Por eso, nunca un cristiano puede darse por satisfechos porque diga: “Yo no mato ni robo, ni hago ni deseo mal a nadie..." Benedicto XVI dice: “El que es meramente justo, el que busca hacer solamente lo correcto, es el fariseo; sólo el que no es meramente justo, comienza a ser cristiano”. Señor, destruye el fariseo que vive agazapado en mi corazón. Que no me contente con cumplir. Que dé un paso más allá y busque amar.
Llamados a vivir el amor, la ofrenda que de verdad agrada a Dios es la comunión de amor entre los hermanos. Por eso: “si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda”. No debe importarme de quién es la culpa. Sólo debe importarme que el otro tiene algo contra mí, y yo debo procurar reconciliarme con él y restablecer la paz. Esto es tan importante para Dios, que sin la previa reconciliación con el hermano, ninguna ofrenda le agradará. Por eso debo dejar la ofrenda ante el altar e ir a reconciliarme con mi hermano. Y entonces, sí podré presentar mi ofrenda, que agradará a Dios y me alcanzará la reconciliación con él. El culto a Dios –por solemne y grandioso que sea-, si no está sostenido por el amor y la comunión con el hermano, de nada vale… Señor, cambia este corazón mío, tan soberbio y resistente a dar el primer paso para buscar la reconciliación con el hermano. Que lo que hoy me dices se grave a fuego en mi corazón y lo lleve a la práctica.
Lee de nuevo el evangelio y a ese Jesús exigente que pide más de ti. Que te pide vivir tu fe vuelto a las personas, que sabe cuánto bien puede hacer a tu vida, vivir la lógica del perdón y la reconciliación.
Para terminar este tiempo de oración, puedes pedirle a Jesús que sea tu maestro en tu relación con los otros. Que te enseñe a mirar al corazón de las personas, y a establecer lazos de fraternidad con ellas. Háblale de las heridas de tu corazón y quizá puedas pedirle que te ayude a sanarlas para así ayudar a sanar las de los otros.
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres,
entre todas las mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María,
Madre de Dios,
ruega por nosotros pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
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