09 marzo 2014

Homiliías (3), II Domingo Cuaresma, 16 marzo

1.- LA PASIÓN ES EL CAMINO DE LA RESURRECCIÓN
Por Gabriel González del Estal
1.- En esta frase del Prefacio que leemos en este segundo domingo de Cuaresma está resumido, creo yo, el mensaje pastoral y teológico de la liturgia de este domingo de cuaresma: porque él, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la Ley y los Profetas, que la pasión es el camino de la resurrección.
Si, en el domingo anterior, decíamos que la cuaresma, como la vida, es un camino, hoy podemos añadir que este camino tiene siempre su parte de sufrimiento y de pasión. Esta vida no es un paraíso, ni una tierra prometida ya conquistada; esta vida es un camino difícil que debemos recorrer con esfuerzo y con capacidad de sufrimiento y ánimo esforzado. Sólo de los valientes y esforzados es el Reino de los Cielos. El autor del libro de Job lo expresaría con una frase escueta y rotunda: militia (lucha, combate, batalla) es la vida del hombre sobre la tierra. La niñez, la adolescencia, la edad madura, la vejez, son todas ellas etapas de una continuada y difícil transición hacia la plenitud de la muerte, de una vida nueva y resucitada. Quien no esté dispuesto a asumir la cuota de pasión que tiene siempre el camino de la vida no podrá llegar nunca a la meta de una resurrección gloriosa y anhelada. Los cristianos debemos tener esto siempre muy claro, porque este fue el camino que recorrió nuestro Maestro y Salvador: por el camino de la pasión llegó a la meta de la resurrección.
2.- Sal de tu tierra... hacia la tierra que te mostraré. Movido por la fe, el patriarca Abraham salió de su tierra, en busca de una tierra prometida. Se convirtió así en el padre de todos los emigrantes y en el padre de muchos pueblos. Yo creo que todos los emigrantes, cuando salen de su tierra, sueñan con una tierra que les va a dar lo que no podían conseguir en la suya. Y la mayor parte de ellos lo hacen no sólo pensando en ellos mismos, sino buscando también el bien de sus padres, o de sus hijos y sus familiares. A estos inmigrantes buenos, sacrificados y trabajadores, debemos ayudarles nosotros a conseguir lo que buscan: un trabajo, un salario, una casa donde reunir a su familia. La vida del emigrante es muy dura, sobre todo en los primeros años. Porque ni la tierra soñada es tan abundosa como ellos la soñaron, ni la gente es tan acogedora como ellos quisieran, ni es tan fácil encontrar el trabajo y el salario que necesitan urgentemente para poder vivir con un poco de dignidad. El patriarca Abraham se fió de Dios, y Dios no le abandonó; que tampoco nosotros abandonemos a los emigrantes con los que convivimos, para que así también ellos puedan fiarse de nosotros y del Dios en el que nosotros les decimos creer.
3.- Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé. El que los trabajos del evangelio sean duros no quiere decir que tengan que ser tristes o desagradables. Los trabajos del evangelio deben ser hechos siempre con amor y por amor, y lo que se hace con amor y por amor, aunque sea duro, resulta reconfortante. Como el trabajo de los padres cuando cuidan, alimentan y educan a los hijos. Los duros trabajos del evangelio a los que se refiere San Pablo estaban dirigidos a la proclamación e implantación del Reino de Dios en la tierra: la defensa de la verdad, de la justicia y de la santidad, tal como la había hecho, con su ejemplo y con su palabra, Jesús de Nazaret. Los cristianos no trabajamos sólo para nosotros mismos y para nuestra propia salvación. Tenemos la obligación de evangelizar el mundo, para que la verdad, la justicia y la santidad de Dios reinen sobre esta tierra en la que vivimos. Siempre, naturalmente, según las fuerzas que Dios nos dé.
4.- Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Son los dulces y maravillosos momentos de Tabor que, alguna vez, todos tenemos en la vida. Pero son siempre momentos breves y fugaces. La felicidad, como la vida, es huidiza y camina siempre hacia delante, por un camino que tiene más momentos de pasión de los que quisiéramos. Es bueno buscar de vez en cuando estos breves y maravillosos momentos de Tabor, pero sin renunciar nunca a bajar después al llano y a caminar, con todas las fuerzas que Dios nos dé, por el duro, oscuro y rutinario camino de la vida. ¡A la luz por la cruz!, nos decían los antiguos maestros ascetas de la vida espiritual. A la resurrección por la pasión, nos dicen hoy a nosotros las lecturas de este 2 domingo de cuaresma. El Tabor es un monte muy alto al que sólo podemos ascender en momentos privilegiados; los demás días, casi todos, tenemos que conformarnos con caminar por un camino llano y dificultoso. Pero si sabemos caminar cada día con amor, esfuerzo y pasión, según las fuerzas que Dios nos dé, alcanzaremos la meta anhelada, que no es otra que la felicidad de la resurrección.

2.- ¡LEVANTAOS, NO TEMÁIS!
Por José María Maruri, SJ
1.- A derecha e izquierda de nuestras autovías de nuevo cuño se ven los estratos ondulantes de una tierra que han tenido que cortar para hacer la autopista y piensa uno en las convulsiones de la tierra para ondular esos estratos. Os imagináis las convulsiones de parto que han producido la Sierra de Guadarrama, o los Pirineos o los Andes. Y de esas convulsiones nacieron preciosos montes y valles.
Todo en principio es doloroso. Todo tiene su tiempo de gestación. Hay siempre un preludio de muerte para llegar a al vida. La semilla se pudre para formar la dorada espiga. El gusano muere para dar vida a la mariposa. Y un niño nace después de nueve meses de molestias para su madre.
Un nuevo negocio, un nuevo puesto de trabajo, una nueva vida de casados o de religiosos… todo exige trabajo y esfuerzo para llegar a la plenitud de la vida.
2.- Jesús, unos días antes de la escena que narra el evangelio de hoy, ha comunicado a sus discípulos que también ese principio de muerte y vida se cumplirá en él y en todos los que quieran seguirle tomando su cruz cada día (señal de muerte) para llegar a la plenitud de la vida
Los discípulos no le entienden, no le quieren entender… como nosotros. Y Jesús tiene la necesidad de convocar testigos fidedignos, Moisés y Elías, y sobre todo Dios, que corroboren su afirmación. El monte, la nube, el resplandor, la voz… todos son símbolos del Dios veraz que viene a corroborar la veracidad de la afirmación de Jesús, que por la muerte se llega a la vida.
3.- “Escuchadle” dice la voz y es que cuando no entendemos a Dios –y es las más de las veces—le abrumamos con nuestra palabrería. Como Pedro. “que bien se está aquí, que hagamos tres tiendas una será para Jesús y otra para Elías y otra para Moisés”. Todo menos escuchar a Dios. Pero por eso Dios insiste: “Escuchadle, creedle, que por la muerte se va a la vida, que la muerte no es fin, sino paso para la verdadera vida”.
4.- Hay en el evangelio de hoy un “Levantaos, no temáis…” que recuerda a otro “Levantaos, vamos…” que dice Jesús a los mismos tres discípulos en el Huerto de los Olivos, en gloria o en dolor: “Levantaos, vamos”, con decisión.
También Abraham le dijo el Señor: “Levántate, sal de tu tierra, no te instales, y no le deja establecer su tienda de campaña junto a la de su padre en algún oasis del desierto, para gozar de hijos y nietos.
5.- Sal, muévete. Levantaos, vamos. Y contra este “Levantaos” está nuestro “hagamos tres tiendas”. Levantaos porque la vida es movimiento, porque no se llega al término del camino sin andar el camino, aunque el camino sea el camino del Calvario que se desemboca en resurrección.
Levantaos, no temáis. No temáis al misterio de la muerte y del dolor que no son fin sino paso.
**no temáis a un Dios que puede parecer poco amigo, más que Padre, pero que aun a través de la muerte nos conduce a la vida.
**no temáis a un Dios paradójico que llama Predilecto a su Hijo Jesús, al que conduce al camino del Calvario, aunque el camino no acabe allí.
**no temáis a un Dios que es un sí total al hombre y a la vida; y que está cien por cien con quien sufre
**un Dios que camina hombro con hombro con nosotros y que en los momentos difíciles nos lleva en brazos para que las espinas del camino no se claven en nuestros sino en los suyos… Levantaos, no temáis.

3.- AUNQUE A CIERTA DISTANCIA
Por Gustavo Vélez, mxy
“En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan. Se los llevó aparte a una montaña alta y se transfiguró ante ellos”. San Mateo, Cáp.17.
1.- “Oh hermosura siempre antigua y siempre nueva”, escribió san Agustín, luego de haber buscado bondad, verdad y paz en muchos ámbitos. Belleza del Creador que se manifestó en Jesucristo, “en quien habita la plenitud de la divinidad”. Pero comprendemos también que Dios, al encarnarse, ocultó su hermosura.
Cuando Jesús sanaba enfermos o multiplicaba el alimento, sus discípulos sentían con claridad que era Mesías. Pero otras veces lo miraban como un galileo más, sujeto a los trajines ordinarios. San Mateo nos cuenta que unos días atrás, en Cesarea de Filipos, Pedro confesó al Maestro de manera solemne, como el Hijo de Dios. Pero enseguida, cuando el Señor les habló de su muerte, la fe de los discípulos se vino a tierra. Por lo cual, la experiencia de Pedro, Santiago y Juan ante Jesús transfigurado les restituyó la confianza.
El relato de san Mateo sobre este acontecimiento no equivale a una lección teológica. Tampoco el evangelista se nos muestra como perito en psicología religiosa, explicando los efectos del hecho en los apóstoles. Simplemente narra los datos suministrados por alguno de estos afortunados apóstoles, luego de la resurrección del Maestro: “El rostro del Señor resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y aparecieron Moisés y Elías conversando con él”. Luego se oyó una voz desde la altura: “Este es mi Hijo predilecto. Escuchadle”. La presencia de aquellos dos líderes de la historia judía respaldaba a Jesús como el Enviado de Dios.
2.- Pedro, al igual que otras veces en la historia de Cristo, toma de inmediato la palabra: “Señor, si quieres yo haré tres tiendas. Una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Iniciativa por demás curiosa. Jesús y aquellos dos personajes no necesitaban ningún albergue material. Además de nada le preocupan sus dos compañeros. Con razón san Lucas escribirá luego: “Simón Pedro no sabía lo que estaba diciendo”. Pero el apóstol nos plasmó aquella experiencia de Jesús en una frase admirable: “Qué hermoso es estar aquí”. “Bueno es estarnos aquí”, apuntan otros evangelistas.
El padre Gaspar Astete enseñaba que Dios nos creó “para conocerle amarle y servirle en esta vida. Para verle y gozarle en la otra”. Aquí vienen dos preguntas: ¿Pedro alcanzaría en el Tabor una visión de Dios tan luminosa, como aquella que gozaremos en el cielo”. Además, ¿nosotros tendremos qué esperar hasta entonces? Tal división entre un antes y un después no es conveniente. Porque una fe viva nos adelanta ese maravilloso encuentro. Podemos imaginar que aquel joven pródigo que regresó donde su padre, luego de muchas penurias, también pudo decir: “Qué hermoso es estar aquí”.
“Cuando me desnudé ante Dios, cuando confesé sin rodeos mi bajeza, la luz de Dios me tocó el corazón hasta lo más hondo. Una paz indecible me inundó hasta los tuétanos. Y le dije: ¡Qué bueno, Señor, estar aquí”. Así escribió un amigo en su pequeño diario, cuando volvió al Señor. También nosotros desde nuestra llanura, expuestos a muchas oscuridades, aunque no escalemos la montaña, podemos ver y gozar a Dios. Aunque a cierta distancia todavía.

4.- TESTIGOS DEL PODER Y LA GLORIA DE DIOS
Por Antonio García Moreno
1. Sal de tu tierra.- Los hombres han pasado por la prueba del diluvio. Nuevamente la tierra se ha ido poblando. Y una vez más los hombres se apartan de los caminos de Dios. Un nuevo pecado va a dividir a la Humanidad. Babel, el deseo soberbio de llegar hasta lo más alto del cielo, hasta el mismo Dios. Al fin y al cabo, lo mismo que ocurrió con Adán. El deseo de independizarse de Dios, de ser como Él. El hombre no acaba de entender que sólo apoyándose en Dios, podrá llegar a su capacidad máxima de grandeza y de dignidad. No entiende que al prescindir de Dios se hunde, se empequeñece, se aniquila.
Pero la terquedad humana en apartarse del Señor no logra ahogar el afán divino de atraer al hombre. Y para mantener viva la promesa de una liberación final, escoge a un personaje originario de la tierra de los caldeos, Abrahán. Un hombre que oye la llamada de Dios y responde incondicionalmente, con fe absoluta, con una gran generosidad. Y, fiado en las palabras divinas, sale de su tierra, rumbo a los confines que Yahvé le señala. Soñando con ese hijo que Dios le promete, esperando a pesar de la esterilidad y vejez de su esposa Sara.
Desde ese momento se entabla una honda amistad entre Yahvé y Abrahán. Muchas veces nos narra el libro sagrado cómo este hombre llega a intimar con Dios, cómo habla con Él confiadamente, con la misma ingenuidad y sencillez, con el mismo atrevimiento que un hijo pequeño tiene al hablar con su padre.
Abrahán creyó en Yahvé siempre. También cuando su palabra le exigía sacrificios tan grandes como abandonar su patria o sacrificar a su hijo único. Abrahán dijo siempre que sí. Y Dios le premió su fidelidad con creces, mucho más de lo que aquel viejo patriarca pudiera soñar.
Creer en Dios, decir que sí a sus exigencias de amor, entregarse incondicionalmente, abandonarse y abandonarlo todo en manos del Señor... Quisiéramos, Señor, ser tan fieles como Abrahán, tan generosos como él lo fue. Salir de nuestra tierra, abandonar esta casa de nuestro egoísmo, de nuestra pereza, de nuestra comodidad, de nuestra ambición, de nuestro sensualismo. Y caminar con paso decidido hacia la Tierra Prometida, unido estrechamente a Ti, tratándote con el cariño, la ternura y la audacia del hijo más pequeño.
2. La gloria del dolor.- Jesús, como en otras ocasiones, se queda sólo con Pedro y los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Estos tres apóstoles serán testigos cualificados de su gloria en la Transfiguración del Tabor y también de su poder cuando resucitó a la hija de aquel personaje principal en Israel. Pero lo mismo que estos tres apóstoles contemplaron el esplendor de su gloria, también estos tres predilectos de Cristo contemplarán la humillación extrema del Maestro en Getsemaní. En efecto, verán cómo el Señor será abatido por el temor, escucharán su oración dolorida, descubrirán cómo su humanidad se quebranta ante el peso aplastante de la pasión.
El Señor los había elegido con el fin de fortalecer su fe, pues habían de ser fundamento para la fe de los demás. Ellos podrían decir, cuando llegase el momento de la prueba y del abandono de Jesucristo, que habían contemplado el esplendor de su poder y de su gloria. Cuando Jesús quedara atravesado en la cruz, colgado entre el cielo y la tierra, ellos podrían confesar que a pesar de todo, aquel condenado a muerte era el mismo Hijo de Dios.
La de ellos es una situación que se puede repetir en nuestras vidas. A veces la prueba es dura, insoportable. Entonces hay que recordar los momentos en los que Dios ha estado cerca de nosotros, mostrándonos en cierto modo el fulgor de su grandeza. Podemos afirmar que también nosotros hemos sido testigos del poder y la gloria de Dios, y sentirnos fuertes cuando llegue el momento del dolor y de la contradicción.
Qué hermoso es estar aquí, exclama Pedro en la cima del Tabor, con la espontaneidad que le caracteriza. El resplandor de la figura de Jesucristo le embarga el corazón, le embelesa los sentidos. Aquello fue un pequeño adelanto de la "visión beatífica" que gozan los que ya están en el Cielo, visión que colma todos los deseos y anhelos del hombre y lo hace intensamente feliz. Es ese bien sin sombra de mal alguno que constituye la posesión de Dios, esa dicha inefable que el Señor tiene preparada para quienes sean fieles hasta el fin. Ojalá que el convencimiento de que vale la pena alcanzar ese bien, sostenga nuestra esperanza y estimule nuestro afán de lucha.

5.- SUBIR Y BAJAR DE LA MONTAÑA
Por José María Martín OSA
1.- El encuentro con la divinidad. El segundo domingo de Cuaresma nos presenta la Transfiguración del Señor. Superada la prueba del desierto, Jesús asciende a lo alto de la montaña para orar. Es éste un lugar donde se produce el encuentro con la divinidad. El rostro iluminado y los vestidos que “brillan de blancos” reflejan la presencia de Dios. Algunos rostros ofrecen a veces signos de esta iluminación, son como un reflejo de Dios. Se nota su presencia en ciertas personas llenas de espiritualidad, que llevan a Dios dentro de sí y lo reflejan en los demás.
2.- Tabor y Getsemaní. Jesús no subió al solo. Le acompañan Pedro, Juan y Santiago, los mismos que están con El en la agonía de Getsemaní. Es una premonición de que sólo aceptando la humillación de la cruz se puede llegar a la glorificación. En las dos ocasiones los apóstoles están “se caían de sueño”. El sueño es signo de nuestra pobre condición humana, aferrada a las cosas terrenas, e incapaz de ver nuestra condición gloriosa. Estamos ciegos ante la grandeza y bondad de Dios, no nos damos cuenta de la inmensidad de su amor. Tenemos que despertar para poder ver la gloria de Dios.
3.- ¡Escuchadlo! Junto a Jesús aparecen Moisés y Elías, representantes de la Ley y los Profetas. Este detalle quiere mostrarnos que Jesús está en continuidad con ellos, pero superándolos y dándoles la plenitud que ellos mismos desconocen, pues Jesús es el Hijo, el amado, el predilecto. ¿Cuál debe ser nuestra actitud ante esta manifestación de la divinidad de Jesús? La voz que sale de la nube nos lo dice: ¡Escuchadlo! Abraham escuchó la voz de Dios y salió de su tierra en busca de la tierra prometida por Dios. Por su confianza en Dios y su obediencia será bendecido con un gran pueblo. Hoy debo preguntarme, ¿mi confianza en Dios es tal que estoy dispuesto a salir de mi mismo, de mi tierra, de mis seguridades, para ponerme en camino y dejarme guiar por Dios?
4.- Creer, aceptar y vivir lo que Dios nos propone es lo que debe hacer todo seguidor de Jesucristo. La gran tentación es quedarse quieto, porque “en la montaña se está muy bien”. Hay que bajar al llano, a la vida diaria, de lo contrario la experiencia de Dios no es auténtica. No podemos refugiarnos en un puro espiritualismo que se desentiende de la vida concreta. Nos cuesta escuchar –que es algo más que oír- la Palabra de Dios. Necesitamos hacerla vida en nosotros, encarnarla en nuestra realidad y en la situación de nuestro mundo. San Pablo recordaba a Timoteo que debía tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, con la ayuda de Dios. Somos ciudadanos del cielo, pero ahora vivimos en la tierra y es aquí donde debemos demostrar que Dios transforma nuestro cuerpo humilde y nos hace vivir como hombres y mujeres renovados. ¿Cómo vivo mi fe, soy coherente, soy capaz de encarnar mi fe en la vida concreta?

6.- ¡HAY QUE SALIR!
Por Javier Leoz
1.- No hay peor cosa que la soledad. Y, las grandes empresas, los magnánimos ideales, se llevan mejor y a buen fin, con buena compañía. Lo mismo ocurre con la cruz: cuando su largo madero se reparte en cientos de hombros… resulta menos pesado y más solidario.
Algo así debió de pensar Jesús cuando, después de la prueba del desierto, se coge a un puñado de amigos para salir del ruido, del llano, de la vida ordinaria y elevarlos, no solamente a una montaña, sino también a la contemplación del misterio que hoy celebramos: la Transfiguración.
Aquellos apóstoles, estoy seguro, no entendían “ni papas”. De repente todo se transforma de tal manera que, por querer, hasta pretendían quedarse indefinidamente en lo más alto de la cumbre. Y es que, cuando uno sale de sus obligaciones, del ajetreo de cada día para encontrarse con Dios, llega a pensar que, es en ese lugar, donde mejor se está y donde merecería la pena vivir para siempre. Luego, por supuesto, los pies en la tierra, y la conciencia de que nuestra fe no sólo es espiritualidad, nos harán caminar y optar también por la senda del compromiso. Jesús, no nos quiere volando ni perdidos entre nubes, sino embarrados y entretejidos con las cuestiones que preocupan al hombre de hoy.
2.- El Monte Tabor es el escenario de una experiencia que marcaría el rumbo de las vidas de Pedro, Santiago y Juan. Aquel “qué bien se está aquí” que el espontáneo Pedro exclamó con fuerza, emoción y con paz, es idéntico al que nosotros, con una eucaristía bien celebrada y atendida, una oración pausada o contemplativa o con cualquier otro acto de piedad podemos expresar.
En el fondo, nos cuesta sacudirnos esa gran telaraña que nos cubre de palabras, ruidos, millones de imágenes o falsas promesas. El alma contemplativa, que tanto bien nos puede hacer para poner las cosas en su sitio y a Dios en el centro de todo, nunca ha estado tan amenazada –por lo menos en Europa- como en el presente. ¡Cuesta desprenderse de una sociedad que todo lo mediatiza, todo lo controla y todo lo pretende! Hay que distanciarse, no huir, de ese maremagno de situaciones que nos producen frialdad, engreimiento o falta de reflexión. Y también, por qué no señalarlo, de esa sociedad absoluta que, a duras penas, nos deja un poco de espacio para pensar y actuar por nosotros mismos.
3.-Tabor, en este segundo domingo de la Santa Cuaresma, es el compromiso de acompañar a un Jesús que se ofrece como camino, recorrido con cruz, para que el hombre no olvide ni su dignidad ni su ser hijo de Dios. No nos podemos quedar cómodamente sentados en la felicidad de nuestros sueños; en una fe personal y privada. ¡Qué más quisieran algunos! Uno, cuando escucha la Palabra, con la misma confianza y credulidad que lo hicieron Abraham, Pablo, Pedro, Santiago o Juan, a la fuerza ha de ponerse inmediatamente en movimiento. Nuestra presencia en esta Eucaristía nos debe de llevar a soltar un “qué bien se está aquí” pero también nos ha de llevar a un convencimiento: el mundo nos espera fuera; en el mundo es donde hemos de dar muestras de lo que aquí, en este “monte tabor que es la Eucaristía”, hemos vivido, visualizado, escuchado y compartido. ¿Seremos capaces? ¿O nos conformaremos con este puntual “tabor” que es la misa dominical?

7.- LA PELÍCULA DE LA TRANSFIGURACIÓN.
Por Ángel Gómez Escorial
1.- Hemos escuchado el relato de Mateo sobre la Transfiguración del Señor. Es, ya lo hemos dicho en la monición, como un buen guión cinematográfico. Está todo perfectamente trazado e, incluso, con la descripción de colores, de luces, de texturas… Analiza magistralmente el comportamiento psicológico de algunos de los personajes. Por ejemplo, el de Pedro que, pletórico por la escena vista, decide perpetuarla para siempre y busca hacer unas cabañas para Jesús, Moisés y Elías; para que allí se queden. El final, incluso, cuando ya no “hay nada”, tiene también lenguaje de cine. Es la vuelta al principio que tanto usan las películas. Por eso, no es nada extraño que la escena de la Transfiguración del Señor haya sido uno de los temas más repetidos por pintores y escultores de todos los tiempos. La plasticidad del relato de Mateo es innegable.
2.- Pero, aquí y ahora, no tenemos más remedio que hacernos una pregunta importante: ¿qué significa la Transfiguración para los hombres y mujeres de hoy? ¿Es creíble? ¿No será una leyenda de los evangelistas intentado reunir en una misma escena, y con Jesús, a los dos personajes más importantes del judaísmo? Moisés en el padre de la Ley, de la forma de rezar, de vivir y de ser de los judíos. Elías, arrebatado en un carro de fuego al cielo, se le esperaba. Llegaría un poco antes del Mesías o, simplemente, volvería para indicar que se acercaban mejores tiempos para el Pueblo de Dios.
Las luces, la fluorescencia e incandescencia de las figuras, la nube y la voz que llega de lo alto. Todo tiene algo de mágico. Probablemente, no suene mal a los afiliados a lo prodigioso, a lo esotérico. Pero, repito, ¿y a nosotros ahora, en nuestro tiempo, como creyentes, como nos suena, qué nos parece? En una época en la que, incluso, el cine fantástico basado en la magia o en los transformismos mas truculentos hace furor entre mucha gente, ¿donde se coloca la Transfiguración?
3.- Lo que nos narra San Mateo es cosa de Dios. Es suave, sencillo, agradable, bello. La aparición de la divina “nube de la tiniebla, que cubre la escena con su sombra sorprende, pero no arremete con ruidos insufribles. Las magias esas que vemos ahora, recicladas y traídas de otras épocas y de otras culturas, son durísimas, violentas, trágicas, grotescas. Y, por tanto, inhumanas e increíbles. No están hechas a la medida del hombre. Lo que se contiene en la Transfiguración, si. Es algo que entendemos, aceptamos, nos subyuga. Y hemos de reflexionar sobre nuestra propia existencia, sobre nuestra vida –personal e intransferible—de cristianos y en ella, sin miedo, sin el temor a lo que vayan a decir los demás, podremos reconocer algún hecho extraordinario que nos ha ocurrido; que, alguna vez, la mano de Dios se ha acercado a nosotros de una forma singular, no habitual, no esperada. E, igualmente que en la escena del Monte Tabor, de manera suave y placentera como la brisa de un viento susurrante y fresco. Claro que todos tenemos miedo a caer en el milagrerismo porque, obviamente, hay muchos mentirosos o perturbados. Y mentirosos “profesionales”. Pero eso no quiere decir que cerca de nuestras vidas, muy cerca, aparquen unos cuantos hechos notables y extraordinarios, que no acertamos a comprender del todo y que se resisten a cualquier análisis objetivo.
La fe es necesaria, muy necesaria. Pero eso no significa que todo lo que creemos se mantenga por el uso exclusivo de la fe, la cual, además, es un don de Dios. Pero, insisto, hay algo más. Dios, que nos abandona en la lucha, que además no permite que la prueba --que la tentación-- nos supere, también nos ayuda de mil maneras. Aunque no ocurre siempre. Y ello es un misterio que narró muy bien Ignacio de Loyola con sus estados de “consolación” y “desolación”. Y, en fin, es verdad que, a veces, un mismo paisaje, bello en sí mismo, y conocido por nosotros, toma en un momento dado especiales brillos y singular belleza y nuestra alma se queda feliz y con una paz muy especial.
3.- La mayoría de los comentaristas no entran en ese aspecto que llamaríamos puramente físico de la Transfiguración para referirse –y, también, es muy lógico—a esos otros aspectos más pegados a la historia evangélica del momento. En efecto, Jesús ha anunciado que es su subida a Jerusalén, será detenido, torturado y ejecutado. Y necesita darles fuerza para soportar los futuros malos momentos en forma de una auténtica persecución política y religiosa. Está también la elección de los Apóstoles, Pedro, Juan y Santiago, los mismos que estarán presentes en los muy dramáticos momentos del Huerto de los Olivos. La otra consecuencia es que la maravillosa escena de la Transfiguración quedó olvidada entre los tres discípulos y solo sería tomada en cuenta y reconocida después de la Resurrección.
A nosotros, de todos modos, nos va marcando el camino cronológico hacia Jerusalén, hacia la Muerte y Resurrección del Señor, que eso, es también, la Cuaresma: la contemplación de unos hechos de la vida de Jesús que nos ayudan a comprender mejor su sacrificio, su entrega por todos para el perdón de los pecados.
4.- Interesará, especialmente, para nosotros que no pase desapercibida la Transfiguración, que sea signo eficaz e indeleble es nuestras reflexiones de Cuaresma. Queda, todavía camino cuaresmal. Este segundo domingo es todavía algo menos de la mitad del recorrido. Pero lo importante es no dejar pasar este tiempo de conversión y de convencimiento. La Escritura nos ayuda. La oración muy especialmente. Y también la limosna. Hay muchos hermanos que necesitan de nuestra ayuda. Y la necesitan en muchos sentidos. En el económico, por supuesto. Pero también en el del afecto y la cordialidad. Y queda ejercitar la austeridad. No debemos olvidarlo, porque el mucho comer y beber cierra nuestros oídos del alma a las recomendaciones personales del Señor, Nuestro Dios.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

TRANSFIGURACIÓN: ¿CÓMO SUPIERON QUE ERAN ELLOS?
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- No dice el evangelio en qué lugar ocurrió el suceso que leemos este domingo. La tradición asegura que fue en el Tabor. Es una montañita muy linda, que dirían los sudamericanos. Plantada en medio de la llanura de Esdrelón, la forma alargada de su cumbre, rematada hoy en día por la basílica, es inconfundible. Sirve de referencia, de orientación, cuando uno vaga por aquellas tierras de Galilea. He subido bastantes veces a la cima, siempre en coche, viendo con envidia como adelantaba a jóvenes que lo hacían a pie, como lo haría el Señor. El trayecto, todo él de curvas muy cerradas, dura 12 minutos. El desnivel desde el llano es de 400m. Por la manera de presentar el acontecimiento, ocurrió este a finales de verano, durante aquellas fiestas, que perduran todavía, las de las cabañas o sukot. Conmemoraban los israelitas su largo peregrinar por el desierto y vivían unos días fuera de las ciudades. Jesús amaba la naturaleza y la amistad, de aquí que se fuera de excursión con sus más íntimos y al llegar a su destino, sin más preparativos, durmieran al raso. Yo no sé, mis queridos jóvenes lectores, si alguna vez habréis hecho vivac. Es una de las experiencias más deliciosas del excursionismo. Lo practica uno cuando se siente bien, no hay peligro de lluvia y ninguna prisa tiene por quedarse dormido, sabiendo que se despertará, aunque no lo quiera, cuando amanezca. Cubrirse exclusivamente con el manto azul del firmamento, es una buena práctica para soñar deliciosamente. En una tal situación los vemos a ellos, sin sobresaltos, observando asombrados como conversaba el Maestro con Moisés y Elías. ¡No era moco de pavo, la visión! ¡Que suerte tenían!
2.- ¿Cómo supieron que eran ellos? ¿Por su aspecto? ¿Por su conversación? ¿Creéis, mis queridos jóvenes lectores, que hubierais sido vosotros capaces de entender lo que decían? Ni Pedro, ni Santiago, sabrían leer, ni escribir. Por los hechos posteriores hemos de creer que Juan, un chico de no más de 14 años, algo sabría de letra, sin llegar a tener la cultura escolar que vosotros tenéis. Pero eran capaces de seguir una conversación del Maestro con el Gran Legislador y el Gran Profeta. A un simposio de tal categoría no le es dado acudir a cualquier hijo de vecino. Se asombraron. Una buena actitud, no todos son capaces de tenerla. Pedro, un hombre de reacciones primarias, constata que han olvidado hacer las cabañas que todo el mundo levanta estos días y algo aturdido propone construirlas. Algo hay que hacer. No es justo que en tal situación uno esté pasivamente. Jesús, sin duda, sonreiría al escucharle. Han sabido reaccionar bien, de aquí que se oiga al Padre que a ellos se dirige: es mi Hijo mimado, escuchadle.
3.- ¡Tanta escenografía para un tan corto encargo! ¡Un tan gran mensaje, condensado en tan pocas palabras! Si lo pensáis bien, no os extrañará tal proceder. Valía la pena el decorado y la megafonía. Viendo la calidad de un marco, descubrimos, muchas veces, la categoría de una pintura. Voz del Padre, compañía de Moisés y Elías, proclamaban la importancia que tenía quien desde hacía un tiempo se había hecho para ellos compañero entrañable de fatigas.
Dejada a la espalda la gran basílica, erigida en honor del misterio de la Transfiguración, ve uno hoy en día, al lado del camino, una ermita que recuerda las últimas palabras del episodio. El Señor compartía con sus más íntimos amigos, el más prestigioso título que podía ostentar: el de Hijo predilecto de Dios. Tocaba ahora comunicarles un misterio: su muerte y resurrección. Era una portentosa confidencia. Pero debía permanecer en el secreto de su interioridad. Hablarían de ella más tarde: cuando resucitara de entre los muertos. Pero ¿por qué se le había ocurrido hablar de la muerte? El Maestro desconcertaba siempre. No podía ser de otra manera. De no sentir su misterio, hubieran creído que era como uno de tantos que podían encontrar en cualquier mercado. No estaba hecho a medida humana, a pesar de presentarse al nivel de los hombres sencillos. Aquí estaba la gracia de su compañía. Lo notaban ellos siempre, sin saberse explicar en qué consistía.

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