Hoy es lunes, 24 de febrero.
Se me invita a comenzar este tiempo de oración, tomando la súplica confiada que aparece en el evangelio: Tengo fe, pero dudo, ayúdame. Quizá también a mí me amenace hoy la duda, o en el encuentro diario con Dios la oscuridad oculte esa presencia amorosa e incondicional. Con confianza, me abandono a ese amor fiel que es más luminoso que la propia oscuridad.
La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 9, 14-29):
En aquel tiempo, cuando Jesús y los tres discípulos bajaron de la montaña, al llegar adonde estaban los demás discípulos, vieron mucha gente alrededor, y a unos escribas discutiendo con ellos. Al ver a Jesús, la gente se sorprendió, y corrió a saludarlo. Él les preguntó: -«¿De qué discutís?» Uno le contestó: -«Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu que no le deja hablar y, cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo echen, y no han sido capaces.» Él les contestó: -« ¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo. Se lo llevaron. El espíritu, en cuanto vio a Jesús, retorció al niño; cayó por tierra y se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: -«¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?» Contestó él: -«Desde pequeño. Y muchas veces hasta lo ha echado al fuego y al agua, para acabar con él. Si algo puedes, ten lástima de nosotros y ayúdanos.» Jesús replicó: -«¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe.» Entonces el padre del muchacho gritó: -«Tengo fe, pero dudo; ayúdame.» Jesús, al ver que acudía gente, increpó al espíritu inmundo, diciendo: -«Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él.» Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió. El niño se quedó como un cadáver, de modo que la multitud decía que estaba muerto. Pero Jesús lo levantó, cogiéndolo de la mano, y el niño se puso en pie. Al entrar en casa, sus discípulos le preguntaron a solas: -«¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?» El les respondió: -«Esta especie sólo puede salir con oración.»
Baja Jesús del monte Tabor con los tres que le han acompañado y se encuentra con los otros discípulos y con la gente. Un padre le explica que sus discípulos no han podido curar a su hijo enfermo, y Jesús muestra su frustración: la gente sigue sin creer en él y en su mensaje, y sólo lo buscan porque esperan que les solucione las necesidades materiales. Es lo que les reprocha: -«¡Gente sin fe! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?» Los mismos discípulos no terminan de fiarse plenamente de Jesús y de aceptar su mensaje liberador sin ponerle “peros”. ¿O tal vez pensaron que ellos se bastaban para vencer el mal que aquejaba a aquel muchacho, y fracasaron? No han aprendido aún que sólo apoyados en Jesús y en su nombre podrán vencer las fuerzas del mal y del pecado. Es lo que les recuerda Jesús cuando, al preguntarle por qué no han podido ellos echar al mal espíritu, les dice: “-«Esta especie sólo puede salir con oración.»
¡Qué bien me viene escuchar esto, Señor! Porque, a veces yo también pregunto: ¿Por qué esta falta de progreso, este enfriamiento y amodorramiento en mi vida espiritual?, ¿por qué esta falta de frutos, esta sequía en mi vida cristiana personal y en mi apostolado, en la familia, en mi ambiente? ¿Por qué este no avanzar el Reino de Dios en nuestro mundo? Hoy, escuchando tu respuesta a los discípulos, comienzo a entender: “Esta especie de demonios sólo puede salir con oración-. Y ¿cómo sin orar –u orando poco- quiero arrancar de mi corazón tanto mal como aun hay en él, y que mi vida espiritual progrese, y mi apostolado dé frutos, y cambie mi familia y mi ambiente? Señor, que no olvide lo que hoy me has enseñado una vez más. Y que ore, que ore.
Esta lección tenemos que aprenderla hoy nosotros también. Como los apóstoles, ¿solos, qué podremos hacer? En el orden de la gracia, en la construcción del Reino de Dios, en la lucha contra el mal que hay en nosotros y en el mundo, nada lograremos, si no nos apoyamos en la fuerza del Señor. Pero unidos a él, apoyados en la fe, es decir, confiando plenamente en el amor y el poder liberador de Jesús, los caminos se abren: "Todo le es posible al que cree", dice Jesús a aquel padre. Y entonces del corazón del padre brota esta emocionada y confiada oración: «Tengo fe, pero dudo; ayúdame.” Y la oración arranca a Jesús la curación de su hijo: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él.» Gritando y sacudiéndolo violentamente, salió”. Schnackenburg escribe: “la oración pone asedio al poder de Dios, no ciertamente como un medio para disponer de él, sino como una llamada humilde y apremiante que espera de Dios, con fe, lo que es humanamente imposible.” Hoy, Señor, como el padre de aquel muchacho te digo: «tengo fe, pero dudo; ayúdame.» Aumenta mi fe, que mi adhesión a ti y a tu mensaje sea cada vez más firme.
El padre Arrupe, oraba diciendo: Señor, quisiera conocerte como eres. Tu imagen sobre mí bastará para cambiarme. En este diálogo final con Jesús, preséntale tu falta de fe y suplícale que momentos de oración como este vayan haciendo de ti un testigo de su amor en medio de los pequeños y violentados, signo alegre y luminoso de su reino.
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