16 febrero 2014

Homilía (1) para el VII Domingo del T.O. 23 febrero

HOMILÍA
Esta es una historia verdadera. Sucedió en Canadá. Es la historia de dos agricultores que vivían cerca el uno del otro.
Un día el perro de uno de ellos se soltó y a dentelladas mató al niño de dos años de su vecino.

El padre del niño angustiado cortó la comunicación y la relación con su vecino y los dos hombres vivieron en amenazante enemistad durante años.
Y un buen día el fuego arrasó la propiedad del agricultor dueño del perro y destruyó su granja y sus herramientas.
No podía ni labrar sus tierras ni sembrarlas y su futuro era negrísimo.
Pero a la mañana siguiente se despertó y encontró sus tierras labradas y listas para la siembra.
Preguntó y supo que el que había hecho esta buena acción no era otro que su enemigo, su angustiado vecino.
Con mucha humildad salió en su busca y le preguntó por qué lo había hecho.
Su respuesta fue la siguiente: “Labré tus tierras para que Dios siga vivo”.
El amor cristiano es mucho más que afecto y amistad, es perdón y reconciliación, es gracia y resurrección.
El domingo pasado hablábamos de los diez mandamientos, las diez “Palabras” del Sinaí.
Jesús nos comentaba las “Palabras” desde su interior y nos exhortaba a sus seguidores a superar la mera letra y a profundizar en su espíritu, a vivirlas desde su auténtica dimensión, la del amor.
Jesús no nos manda nada, no es un legislador, no ha venido hasta nosotros con un código de leyes que hay que cumplir bajo pena de cárcel, multa o muerte, cielo o infierno, decimos los cristianos, para eso ya están las leyes y prohibiciones de los hombres.
Jesús ha venido para inspirarnos, para animarnos a vivir la armonía plena con Dios, con los hombres todos y con la naturaleza, su creación.
Como decía el agricultor canadiense para que Dios siga viviendo y destruyendo el muro que nos separa, el odio.
“En el pasado se os dijo; Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo.
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen”.
DIOS PERDONA. SU OFICIO ES PERDONAR.
Pinturichio, famoso pintor italiano, estaba muy enfermo y su esposa le decía que tenía que confesarse y estar preparado para el gran viaje.
Él le contestaba. Yo he hecho bien mi oficio, he pintado los mejores cuadros y espero que Dios haga también su oficio y me perdone. Y día tras día retrasaba el sacramento de la reconciliación, tan convencido estaba del perdón de Dios.
¿NOSOTROS PERDONAMOS? ¿Amamos a los enemigos, a los que nos hieren con sus palabras y sus acciones?
Para los cristianos perdonar es más que una palabra tomada de los libros de autoayuda, es una exigencia de Jesús. “Perdonad y seréis perdonados”, Lucas 6, 37.
Los seguidores de Jesús debemos perdonar como Dios nos perdona sin reservas, sin condiciones, totalmente. Nosotros tenemos el ejemplo de Jesús y el plus del evangelio.
Pero el ejercicio del perdón debiera ser universal.
¿Por qué y para qué llevar el peso del odio al hombro día tras día?
¿Por qué vivir atados a las personas que odiamos?
Perdonar de corazón, tal vez, no le haga mucho bien a la persona odiada pero a mí me hace libre, me hace bien física y mentalmente y me da la paz al liberarme del fardo odioso que cargo a las espaldas.
DEL PERDÓN AL AMOR
Si a mí, cristiano y cura, me resulta difícil perdonar, no menos difícil me resulta amar a los de cerca y a los que no me caen bien, a mis enemigos, a los que me critican…
El amor, según Jesús, más que un sentimiento cálido es una decisión, más que búsqueda de mi bienestar, es querer el bienestar de próximos y lejanos, de amigos y de enemigos, deseo sincero de que estén bien, no les suceda nada malo y ¡ojalá! cambien de vida y de corazón.
El amor cristiano a los enemigos exige, a veces, denunciar y criticar sus proyectos injustos, egoístas y asesinos.
¿QUÉ HACÉIS DE EXTRAORDINARIO? Nos pregunta Jesús.
Ahí afuera se hace lo ordinario: quiero a los que me quieren, saludo a los que me saludan, doy a los que me dan, invito a los que me invitan, presto a los que me prestan…
Aquí adentro se nos pide hacer lo extraordinario, nos lo aconseja Dios que hace salir el sol para todos.
Extraordinario es: perdonar a todos, renunciar a la venganza, sufrir la injusticia, orar por los que nos persiguen, amar a los enemigos, dar con generosidad, ser más como Jesús, el hombre para los demás. El hombre más extraordinario.
Un rey riquísimo decidió entregar un brillante de valor incalculable a aquel de sus hijos que hiciera la hazaña más heroica.
El hijo mayor mató un dragón. El segundo con su espada derrotó a diez hombres armados. El más pequeño se encontró a su mayor enemigo durmiendo en el campo y lo dejó seguir durmiendo. ¿A quién premió el rey?

Yo, hombre ordinario y pecador, me olvido, a sabiendas, de eso de ser “perfecto como mi Padre es perfecto”, me gozo en mi debilidad, en mi imperfección, para que Dios pueda seguir actuando en mí. Huyo de la maldición de la perfección. Los perfectos redondos y llenos de si mismos pasan de Dios. No lo necesitan. Se bastan solos.

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