Hoy, 3 de enero de 2014, sin haber conseguido todos nuestros sueños, con un buen fardo de imperfecciones a las espaldas, en un mundo muy injusto, ya ahora somos hijos de Dios, estamos sostenidos por un amor que dignifica toda vida, que convierte en extraordinario hasta la más elemental experiencia. Y esto es sólo un pálido anticipo de lo que estamos llamados a ser. Podríamos abandonarnos a otro tipo de pensamientos, podríamos dar más crédito a los escépticos, a los desesperanzados... Podríamos, pero en ese caso no estaríamos dejándonos guiar por la Palabra de Dios sino por nuestras torpes y orgullosas palabras. O, por lo menos, por nuestra visión superficial de lo que sucede.
El evangelio de hoy nos regala las dos primeras respuestas a la pregunta de ayer acerca de quién es Jesús. Las pone en labios de Juan el Bautista. Para él, Jesús es el Cordero de Dios ("Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo") y el Hijo de Dios ("Yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios"). No sé cómo podríamos acercarnos al sentido fuerte que ambas expresiones tenían para los primeros destinatarios del evangelio. Hoy no resulta nada fácil entender a Jesús como "cordero" y ni siquiera como "hijo". Nuestra cultura occidental no practica ya ritos sacrificiales con animales. No entiende muy bien qué significa eso de ofrecer sacrificios a Dios. Por otra parte, en tiempos de espiritualidad difusa, en los que se concibe a Dios como una fuerza misteriosa, como una energía que produce vibraciones, hablar de un Dios que "tiene un hijo" resulta una afirmación anacrónica, absurda. Y, sin embargo, el misterio de Jesús está vinculado a su condición de Hijo entregado. Jesús es fruto del amor de Dios y expresión de la humanidad entera convertida en ofrenda.
En la eucaristía decimos: "Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros". La Iglesia ve en Jesús al que, con su entrega, nos libra del peso de nuestras culpas y nos abre el camino de toda liberación genuina: la entrega hasta el final. No hay sistema político o económico que entienda estas cosas. Por eso no hay ningún sistema político o económico que sea verdaderamente liberador.
Fernando González, cmf
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