De la primera carta de Juan me llama la atención las repetidas veces que usa el verbo "permanecer". Si no he contado mal, son seis. No todas tienen el mismo sentido, pero creo que el mensaje central es claro: se nos invita a "permanecer en Él"; es decir, a morar en Él, a quedarnos con Él, a plantar nuestra tienda en Él como Él la ha plantado en medio de nosotros, a “recomenzar” desde Él.
Sé que este verbo no suena bien hoy. Estamos tan habituados a cambiar, a ir de novedad en novedad, que permanecer puede sonarnos a no avanzar al ritmo de los tiempos, a quedarnos detenidos en el pasado. Nada de esto. Permanecer significa no cambiar a Cristo por nada ni por nadie, "no anteponer nada a Cristo", como decía San Benito de Nursia. Al actuar así notaremos que nuestra vida tiene raíces profundas. Y, como todo árbol de raíces profundas, podremos ser muy flexibles sin miedo a quebrarnos. A mayor profundidad, a mayor permanencia, mayor flexibilidad, mayor capacidad de abrirnos a lo nuevo.
El evangelio de hoy es como un pórtico a lo que nos aguarda en los días siguientes: una galería de respuestas a la pregunta sobre quién es Jesús. Antes de presentarnos esas respuestas, hoy, Juan Bautista, suscita en nosotros la curiosidad. Nos abre el apetito. Sus palabras resultan tan actuales y tan directas como cuando fueron pronunciadas o escritas: "En medio de vosotros hay uno que no conocéis". ¿De qué nos sirve confesar a Jesús como Mesías o como Hijo de Dios si antes no caemos en la cuenta de que está "en medio de nosotros"? Una vieja canción que muchos de vosotros habréis cantado nos lo decía así: "Con vosotros está y no lo conocéis". Y, a continuación, con un lenguaje directo, iba desgranando las diversas presencias "ocultas" de Cristo: "Su nombre es el Señor y pasa hambre ... está desnudo ... está en la cárcel". ¡Este es el misterio de Navidad: caer en la cuenta de que ya está en medio de nosotros y no acabamos de conocerlo! ¿Cómo es posible que venga a los suyos y los suyos no lo conozcan? Esta pregunta, que nos afecta a todos, se me ha hecho muy patente cuando he viajado a Israel. Es como si en el país de Jesús se concentrara toda la indiferencia de la humanidad. En ese diminuto país, "su" país, son muy pocos los que lo confiesan como el Señor. ¿Qué significa eso?
A partir de mañana, el evangelio de Juan nos irá ofreciendo algunas pistas, pero, ¿no os parece que es bueno antes caer en la cuenta de que ese desconocido ya está en medio de nosotros? Os invito a abrir los ojos a la realidad que nos rodea, a dejarnos despabilar por una canción que dice: "Cristo nace cada día / en la cara del obrero cansado, / en el rostro de los niños que ríen jugando, / en cada anciano que tenemos al lado /. Cristo nace cada día / y por mucho que queramos matarlo, / nacerá día tras día, / minuto a minuto, en cada hombre que quiera aceptarlo.
Fernando González, cmf
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