La primera lectura de la liturgia de hoy refiere la vocación de Samuel. Este delicioso relato, lleno de belleza y no exento de dramatismo, sirve para entender cómo llama Dios y cómo sigue llamando hoy. Él no ha cambiado de manera de llamar. Merece la pena desarrollar nuestro comentario mediante varios puntos de meditación.
“La Palabra de Dios era rara y no abundaban las visiones”. Aquella, como la nuestra, era época de “silencio de Dios”. Algo sustancial le falta al hombre cuando Dios calla. Hoy, muchos no se relacionan con Dios; no adivinan qué puede aportar la voz de Dios a la vida humana. Incluso conjeturan: “Se vive bien al margen de Dios. Y no pasa nada”. Aquella vocación surgió en tiempos similares a los nuestros.
Todo ocurre de noche y en el templo. La noche evoca oscuridad, confusión y misterio. El templo no es un escenario frecuente de llamada en la Biblia. Tampoco para muchos es hoy un lugar frecuentado. La noche y el templo se transforman en espacio y tiempo de salvación porque “aún no se había apagado la lámpara de Dios”. Dios, que nunca duerme ni descansa, sigue llamando enmedio de la noche.
La intervención necesaria de Elí, el mediador. La vocación siempre es con-vocación. Los otros siempre han de intervenir en ella o al principio, o durante o al final de su proceso. Nunca es un asunto privado. Dios se vale siempre de intermediarios para aclarar y guiar. Elí reconoce que es Dios quien llama a ese niño, Samuel, y le orienta hacia Él. Percibe la procedencia de la llamada más claramente que el interesado. Y facilita el camino aconsejándole cómo debe responder a Dios.
Dios llama por el nombre por tres veces. Sus llamadas no son genéricas ni opcionales sino personales e interpelantes. Él se hace notar, zarandeando con repetidas sacudidas. Reitera cansinamente su llamada. Samuel, aunque obedece prontamente, lo hace de forma equivocada. Acude por dos veces a quien no le había llamado. Su disposición pronta y resuelta para acudir, donde sea y cuando sea, le llevará al final ante el Señor. No fue en valde su entrenamiento.
“Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Estas palabras recogen la respuesta vocacional modélica. Sin peros, sin condiciones previas, del todo rendido... Samuel le brinda a Dios su acogida y su escucha. El secreto inicial de toda vocación es escuchar a Dios. La dificultad es la sordera. Si ahora alguien está dispuesto a escucharle, después será transformado en profeta destinado a una complicada misión: “La palabra de Samuel se escuchaba en todo Israel” (1 Sam 4,1).
Juan Carlos Martos, cmf
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja tu comentario