Dios se hace familia
Dios es familiar. Esta es una de las características de la fe cristiana: rompe con los moldes de otras confesiones y credos religiosos. La encarnación de nuestro Dios supone, precisamente, que Dios se haga uno de nosotros, incluso asumiendo nuestras instituciones más humanas, como lo es sin duda la familia. Esto, lejos de suponer una dificultad para nosotros, es un motivo de alegría. Que Dios se haga familiar quiere decir que se hace «cercano», porque en la familia todo es «próximo»; que se haga «cálido», porque en la familia nada hay que pueda vivirse con frialdad; que se haga «cotidiano», porque en la familia las comidas, el dormir, el convivir, no es algo extraordinario, sino habitual, del día a día. En la familia todos somos importantes, nadie está de más.
Dios «se hace familia». Dios se hace «familia», pero no lo hace entrando en la historia en una familia adinerada, con posibles, con casa de campo, con siervos y criados. Dios se pone en la fila de los últimos: José es un obrero; viven en un pueblo desconocido de la baja Galilea (recodemos que Nazaret no aparece nunca en el Antiguo Testamento); María hace las labores de casa, vive con sus vecinos y comparte su misma suerte. Sufren la violencia del tirano Herodes y tienen que huir ¡como refugiados políticos!, esperando tiempos mejores. José, María y el niño recién nacido son «exiliados forzosos» por la violencia del terror del rey. La Palabra de Dios no es un «cuenta cuentos», sino que nos adentra en la verdad de nuestro Dios. Si Dios se hace «familia», se lo toma muy en serio: trabajo, calor de hogar, problemas diarios, apuros económicos, disgustos, convivencia con los vecinos, fiestas y duelos de la comunidad… Que Dios «se haga familia» no es un desdoro para él, sino todo lo contrario: es un motivo de su amor por el ser humano, que es familiar.
La familiaridad de nuestro Dios. Celebramos hoy el domingo «de la Sagrada Familia». El libro del Eclesiástico recuerda el calor y el honor agradecido que se debe a los padres, no sólo por ser progenitores, sino porque son dignos de nuestro respeto amoroso; san Pablo nos invita a vivir desde la «misericordia entrañable» como distintivo propio de los creyentes; la violencia, la imposición, la agresividad no es propia de unos discípulos oyentes de la palabra de Dios. El evangelio nos presenta la escena de un Jesús, el confesado como «hijo de Dios» por la comunidad cristiana, como un niño perseguido por la violencia, protegido por sus padres, símbolo evidente de la historia humana de ayer y de siempre. El amor nunca es excesivo ni está de más; la familia es reflejo de ese amor entre las personas. Dios se quiso hacer familiar y es para nosotros motivo de alegría.
PEDRO FRAILE
Dios es familiar. Esta es una de las características de la fe cristiana: rompe con los moldes de otras confesiones y credos religiosos. La encarnación de nuestro Dios supone, precisamente, que Dios se haga uno de nosotros, incluso asumiendo nuestras instituciones más humanas, como lo es sin duda la familia. Esto, lejos de suponer una dificultad para nosotros, es un motivo de alegría. Que Dios se haga familiar quiere decir que se hace «cercano», porque en la familia todo es «próximo»; que se haga «cálido», porque en la familia nada hay que pueda vivirse con frialdad; que se haga «cotidiano», porque en la familia las comidas, el dormir, el convivir, no es algo extraordinario, sino habitual, del día a día. En la familia todos somos importantes, nadie está de más.
Dios «se hace familia». Dios se hace «familia», pero no lo hace entrando en la historia en una familia adinerada, con posibles, con casa de campo, con siervos y criados. Dios se pone en la fila de los últimos: José es un obrero; viven en un pueblo desconocido de la baja Galilea (recodemos que Nazaret no aparece nunca en el Antiguo Testamento); María hace las labores de casa, vive con sus vecinos y comparte su misma suerte. Sufren la violencia del tirano Herodes y tienen que huir ¡como refugiados políticos!, esperando tiempos mejores. José, María y el niño recién nacido son «exiliados forzosos» por la violencia del terror del rey. La Palabra de Dios no es un «cuenta cuentos», sino que nos adentra en la verdad de nuestro Dios. Si Dios se hace «familia», se lo toma muy en serio: trabajo, calor de hogar, problemas diarios, apuros económicos, disgustos, convivencia con los vecinos, fiestas y duelos de la comunidad… Que Dios «se haga familia» no es un desdoro para él, sino todo lo contrario: es un motivo de su amor por el ser humano, que es familiar.
La familiaridad de nuestro Dios. Celebramos hoy el domingo «de la Sagrada Familia». El libro del Eclesiástico recuerda el calor y el honor agradecido que se debe a los padres, no sólo por ser progenitores, sino porque son dignos de nuestro respeto amoroso; san Pablo nos invita a vivir desde la «misericordia entrañable» como distintivo propio de los creyentes; la violencia, la imposición, la agresividad no es propia de unos discípulos oyentes de la palabra de Dios. El evangelio nos presenta la escena de un Jesús, el confesado como «hijo de Dios» por la comunidad cristiana, como un niño perseguido por la violencia, protegido por sus padres, símbolo evidente de la historia humana de ayer y de siempre. El amor nunca es excesivo ni está de más; la familia es reflejo de ese amor entre las personas. Dios se quiso hacer familiar y es para nosotros motivo de alegría.
PEDRO FRAILE
Levántate, coge al niño y a su madre y huye (Mt 2, 14a)
Preguntas y cuestiones
Nos podemos despistar con cierta facilidad en el evangelio de hoy. Podemos discutir si estamos ante un «texto verificable históricamente» o si se trata de un fragmento de los «capítulos de la infancia» de Jesús, que como sabemos responden a otros criterios. Podemos entrar también en la discusión si es posible que María y José llegasen a Egipto, o si sólo es un «subgénero literario» que quiere reflejar cómo este país ha sido desde siempre para los israelitas una tierra de refugio en los momentos difíciles. Ambas cuestiones no «apuntan » al centro del texto, que nos habla de una «familia de refugiados» por la violencia de los poderosos. Texto a leer: Mt 2,13 15.19 23.
1) ¿Conoces situaciones reales de personas, de forma individual o familiar, que sean «refugiados políticos»? ¿Es un problema literario o una situación real, cierta, actual?
2) La familia de Nazaret, ¿de quién huye? ¿Por qué huye? ¿Es un caso aislado o comparte la suerte de otras familias? ¿refleja una situación que traspasa geografía y tiempos?
3) Este episodio de la vida de Jesús, ¿le acerca más a la realidad humana o lo aleja de ella? ¿No hubiera sido mejor un Jesús que hubiera estado al margen de los problemas de la gente o por encima de ellos? ¿Sería aceptable y creíble un Jesús al margen de la sociedad?
4) El evangelio no pretende dar «información neutra», «aséptica», sino que es una «narración comprometida». ¿Qué podemos intuir que nos dice la palabra de Dios a los cristianos de hoy? ¿Cómo vivimos la realidad de tantas familias que pasan por momentos de dificultades casi insuperables? ¿Somos sensibles a los problemas –cualesquiera que sean- de las familias?
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