08 diciembre 2013

Reflexión: Una obediencia de fe.

Una de las cosas que se nos enseña, o debería enseñársenos, desde pequeños es la obediencia. Obedecer es cumplir la voluntad de quien manda, sean los padres, educadores, autoridades, etc. Y a los desobedientes, a los que no hacen lo que ordenan las leyes o quienes tienen autoridad se les muestra como un mal ejemplo. Por supuesto, no hay que confundir obediencia con sumisión, con imposición, ni se trata de una obediencia ciega. La obediencia debe ser un acto voluntario, porque se entienden las razones por las que se nos pide o, aun sin entender las razones, la persona que nos pide obediencia merece nuestro respeto y confianza y por eso cumplimos su voluntad.
Hoy estamos celebrando la fiesta de la Inmaculada Concepción de María y en este II domingo de Adviento la contemplamos como modelo de obediencia en la fe. En la oración colecta hemos dicho: preparaste a tu Hijo una digna morada y… la preservaste de todo pecado. Podríamos pensar que por esa distinción de que fue objeto María, no le quedaba más remedio que obedecer lo que Dios por medio del ángel Gabriel le pedía, que estaba obligada a decir hágase en mí según tu palabra.
Pero si María es modelo de obediencia en la fe es por su aceptación libre de la voluntad de Dios, más allá de que hubiera sido inmaculada en su concepción. Toda la grandeza de María arranca desde la fe. A veces nos ha parecido que humanizarla era quitarle su grandeza y María es una mujer que se ve obligada a superar trances difíciles, y lo hace desde la obediencia de la fe.
Una fe que no se apoya en verdades teóricas. Ella no entendía demasiado de las verdades teóricas; sólo lo elemental de una buena creyente judía. Pero sí entiende que la fe hay que transformarla en confianza y en fidelidad a Dios.
Su hágase en mí según tu palabra no es una profesión de fe, un “credo”, una afirmación como “yo me creo esto”. Su respuesta es una obediencia fiel, un compromiso con el Misterio de Dios. Es una adhesión incondicional sin aclaraciones, sin chantajes, simplemente se fía de Dios: Hágase en mí.
Y también hemos pedido: concédenos por su intercesión llegar a Ti limpios de todas nuestras culpas. Nosotros también estamos llamados a la obediencia de la fe, como María. Es cierto que nosotros no somos “inmaculados”, pero no estamos pretendiendo un imposible, podemos alcanzar esa meta porque como hemos escuchado en la 2ª lectura: Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo… nos eligió en la Persona de Cristo… para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Dios Padre nos llama por Cristo para que vivamos, como María, en la obediencia de la fe. Y no nos está imponiendo nada, ni coartando nuestra libertad, porque el amor es el camino y el por qué de la obediencia de la fe, y el amor no se impone, debe brotar de nuestro convencimiento interior.
Es cierto que hay cosas que no entendemos, que como María también preguntamos ¿cómo será eso…? Pero Dios nos ha dado pruebas más que suficientes para confiar y tener fe en Él y en su amor y por eso aceptar el Misterio que es Dios y decir también como María hágase en mí…
¿Soy una persona obediente? ¿Qué me cuesta más obedecer? ¿Me siento elegido por Dios para ser santo por el amor? ¿Soy capaz de decirle hágase en mí según tu palabra?
Nuestra fe no puede ser sólo teórica. Es cierto que necesitamos los contenidos de la fe para saber dar razón de lo que creemos. Pero la fe “creída”, nos ha de llevar a vivir en esa confianza plena que tuvo María, en esa obediencia de la fe que ella tuvo y decir convencidos hágase en mí…
Y el Señor, por su Espíritu, nos dirá lo que tenemos que hacer en cada momento, no podemos entenderlo todo ahora como María no lo entendió, aunque fue inmaculada en su concepción. Él nos enseñará a actualizar la Palabra de Dios.
En este tiempo de Adviento, hoy Dios nos muestra a María, la Inmaculada Concepción, para que como ella, con libertad, obedezcamos en la fe, por amor, para que digamos hágase… y sepamos estar allí donde Dios quiere que estemos, sabiendo que ése es el camino para llegar a Él limpios de todas nuestras culpas, siempre contando con la intercesión de María en su Inmaculada Concepción.

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