25 diciembre 2013

La señal: Un Niño pobre



Por José Enrique Galarreta
Lucas nos muestra aquí un ejemplo perfecto del género literario “Evangelio”. Esto consiste en “contar lo que sucedió, aunque los ojos no lo vieron”. Lo que vieron los ojos fue un nacimiento en condiciones materiales penosas. Lucas “sabe más” (cree), y sabe que sucedió más: la gran alegría para todo el pueblo; ha nacido el salvador.

La presencia de Dios suscita en los pastores temor: es característico de todo el Antiguo Testamento. El ángel muestra ya el cambio de situación: no temáis, Dios es el Salvador. Y el anuncio se hace ante todo a unos pastores. Los pastores eran gente marginal, incluso mal vista: su oficio es sospechoso. El primer anuncio de Jesús se hace a “pecadores”, a gente tenida por tales.

No podemos leer estos textos como si fueran simplemente relatos de lo que sucedió. En todos estos textos de la infancia de Jesús, la historia tiene menos importancia que el significado de lo que está sucediendo.

La señal es un niño pobre, nacido en lo marginal de un pueblo pobre, anunciado a gente marginal. No en Jerusalén, no en el Templo, no en la clase levítica o sacerdotal, no de padres fariseos. Hijo de trabajadores pobres, anunciado a despreciados pastores, su primera cuna es un pesebre.

Hemos contemplado muchas veces esto y hemos admirado –quizá– la humildad y la pobreza de Jesús y su familia. Pero todo esto está narrado por Lucas con un calificativo: todo esto es la señal. En esa señal reconocemos la presencia de Dios salvador.

Hay varias y significativas señales en este acontecimiento, tal como Lucas lo narra. La marginalidad de José y María, que no encuentran posada en Belén. Son demasiado pobres, o el lugar es un sitio demasiado público para que María dé a luz. Sea como sea, el pesebre muestra claramente que Jesús nació en una cuadra. Es de noche cuando nace Jesús. Y se hará de noche en pleno día cuando Jesús muera en la cruz.. El signo de Jesús va a ser la luz: signo que revela a Dios. La reacción de los pastores ante la presencia de lo divino es el temor: pero Jesús va a librarnos del temor a Dios. Jesús va a mostrar “otro Dios” que no inspira temor.

Una señal, que Jesús nazca así es una magnífica señal. Jesús “nace con buen pie”. Si hubiera nacido en Jerusalén, en el Templo, hijo de sacerdotes o de reyes, todos podríamos decirnos: “más de lo mismo”, Dios se hace presente en el poder, en lo sagrado, en lo ritual, de arriba abajo, entre inciensos y aclamaciones de los de siempre… más de lo mismo. Pero Jesús no es más que niño pobre e indefenso, sin más protección que el cariño de sus padres, sin más adoradores que cuatro marginados.

Es notable el contraste entre la miseria de la cuadra donde María ha dado a luz y los pastores con la Gloria Divina y el coro de los ángeles cantores. Y es precisamente ese contraste lo que nos sirve de mensaje, lo que nos lleva a la pregunta clave de la Nochebuena: ¿dónde está tu Dios?

El signo de los signos en la Nochebuena es la luz en medio de la noche. Hemos entendido la luz de forma teatral, barroca: del pesebre salían rayos de luz, Jesús resplandecía, como Dios resplandece… Lo que resplandece es la pobreza de la familia de Jesús, la trivialidad del acontecimiento, la marginalidad de los que reciben el mensaje.

En la narración de Lucas, todo es sorpresa, todo es contraste. El nacimiento de Jesús está sometido a un edicto de los opresores romanos. La descendencia del Rey David ha venido a menos y ni en Belén son nadie. El parto les coge de sorpresa y no pueden disponer un lugar decente para que nazca el niño. Y no se entera nadie, más que los más pobres del contorno.
Pero la Gloria del Señor resplandece en todo eso. Como resplandecerá en toda la vida de Jesús.

A nosotros nos complace reconocer la presencia de Dios en el poder y en lo extraordinario. Creemos reconocer la divinidad de Jesús en sus milagros, nos parece lógico que camine sobre el mar y calme las tempestades, nos parece razonable que resplandezca físicamente en la Transfiguración… Y deberíamos reconocer la presencia de Dios en la falta de poder de Jesús, en su fatigoso caminar de pueblo en pueblo, en su terror en Getsemaní, en su no-poder bajar de la cruz.

Nos parecería razonable que ante Dios se postren todos los reyes de la tierra y que se le rinda culto con inciensos y cánticos en los santos templos. Pero Jesús se pasa la vida con los marginales, es rechazado por el Templo y sus servidores y morirá condenado a muerte por blasfemo y abandonado hasta de la mayoría de los suyos.

La señal de Dios no es el resplandor ostentoso, el poder a la manera humana, la grandiosidad del templo. Lo que resplandece es la sencillez, su poder es la compasión que le lleva a curar, su templo son sus amigos pobres. El nacimiento de Jesús, desapercibido para todos los poderes y anunciado a los marginales, es la señal de que todo ha cambiado. Es la señal de que, por fin, Dios está con los que le necesitan, de que Dios está para salvar, no para oprimir.

Y ningún poder opresor tiene nada que ver con Dios, ni el opresor civil ni el opresor de las conciencias. Hará muy bien Herodes en intentar matar al niño. Harán muy bien, treinta y pico años más tarde, los sacerdotes en matarlo. Herodes y los sacerdotes, reconocerán muy bien la señal y su peligro. Dios no está con ellos para asegurar su poder, sino con las víctimas de su poder para liberarlos.

Es asunto nuestro reconocer la señal. Es asunto nuestro sentir alegría o escándalo ante esta señal. Jesús va a ser alegría para los marginales y escándalo para los poderes, especialmente para los poderes religiosos. Pero va a ser sobre todo liberación.

Reconocer la señal depende, antes que nada, de que sintamos necesidad de liberación, de que nos sintamos oprimidos. Si nos sentimos oprimidos por nuestros pecados, reconoceremos con gozo a Jesús libertador. Si nos sentimos oprimidos por una religión de temor, de preceptos y misterios, de poderes sagrados, lo de Jesús romperá nuestras cadenas. Si tenemos miedo a Dios, el Dios de Jesús será para nosotros Buena, estupenda, Noticia.

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